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Tata Vasco: Conquista espiritual a través del amor a los indígenas

VASCO DE QUIROGA
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Jaime Septién - publicado el 04/01/21
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Entrevista con el cardenal arzobispo emérito de Morelia (México), Alberto Suárez Inda, sobre un inspirador obispo español en México

El pasado 22 de diciembre de 2020, el papa Francisco aprobó un decreto mediante el cual se reconocen las “virtudes heroicas” –paso decisivo para la beatificación– del primer obispo de Michoacán (México), el español Vasco de Quiroga (Madrigal de las Altas Torres, 1470—Pátzcuaro, 1565), bautizado, por los indígenas purépechas del occidente de la entonces Nueva España como Tata (papá) Vasco.

El arzobispo emérito y hoy cardenal de Morelia, Alberto Suárez Inda, fue quien abrió el proceso diocesano para la canonización de Vasco de Quiroga. Lo hizo el 10 de noviembre de 1997 en la Basílica de María Inmaculada de la Salud en Pátzcuaro, lugar donde don Vasco había fallecido 432 años antes.

Con la alegría de haber logrado iniciar el camino hacia los altares de uno de los obispos más queridos –y más importantes— del siglo XVI, el llamado siglo de la conquista espiritual, Aleteia conversó con el cardenal Suárez Inda. La entrevista muestra la relevancia de un obispo, como Tata Vasco, que en mucho adelantó a su tiempo, incluso podría decirse que prefigura el tiempo del papa Francisco.

¿Cuál fue el motivo principal para abrir una causa antigua como la de Tata Vasco a principios del siglo XXI?

El motivo principal es que precisamente, después de más de cuatro siglos, Vasco de Quiroga sigue presente en la memoria del pueblo purépecha.

Reconocido ayer y hoy

Es reconocido por académicos, políticos y gente del pueblo. He considerado una deuda histórica que también la Iglesia lo reconozca oficialmente como cristiano y pastor ejemplar, como discípulo-misionero modelo para los laicos e inspiración para los clérigos de todos los tiempos.



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¿La que encabezó usted fue la primera ocasión en que se abría su causa?

Realmente, hubo en el pasado algunos intentos de promover su canonización.

Por ejemplo, en el Archivo Vaticano se encuentra el escrito de Juan José Moreno -del siglo XVIII- que no es una simple biografía sino una relación de las virtudes teologales y morales del primer Obispo de Michoacán.

En la carta que usted envió en junio de 1998 a los obispos de México decía que para la arquidiócesis de Morelia, para México y para la Iglesia entera “la beatificación de don Vasco representaría un gran impulso a la nueva evangelización”. ¿Sigue usted pensando esto; ha cambiado en algo su visión, sobre todo tras el Sínodo de la Amazonía y el pontificado de Francisco?

Después de los últimos sínodos y de estos años de magisterio del papa Francisco, estoy cada vez más convencido de que la beatificación de Vasco de Quiroga puede inspirar y animar la nueva evangelización.

En su época él supo inculturar el Evangelio, sin pretender colonizar o imponer algo ajeno, sino permitir a los indígenas descubrir la belleza del Evangelio, dignificando la propia cultura, respetando y valorando sus cualidades.

Fue una verdadera conquista espiritual lograda a través de un servicio y de una entrega de amor.

Un legado valioso

¿Cómo sintetizaría el legado de don Vasco, que perdura hasta ahora en la región de Michoacán?

Perduran ciertamente en los pueblos indígenas de Michoacán: el sentido comunitario, la participación y el compromiso de los laicos en la vida eclesial, el respeto a los ancianos, las devociones y las celebraciones festivas, la dignidad y belleza de la música, las danzas, y las vestimentas, el ingenio y laboriosidad en las artesanías.

Pero el legado de Tata Vasco es el gran desafío de hacer realidad su Utopía, es decir el proyecto de “plantar un género de cristianos a los derechas como todos deberíamos ser y Dios manda que seamos y por ventura como los de la primitiva Iglesia”.

Ser “cristianos a las derechas” se entiende ser auténticos y verdaderos cristianos.

Sigue vigente el propósito de una Iglesia que sea fermento en medio de la sociedad, que viva la justicia y la caridad, respetando la dignidad de las personas, valorando el trabajo y practicando la solidaridad.

¿Qué elementos confluyen en “Tata” Vasco que hacen viable su beatificación y, posterior canonización? ¿Qué virtudes heroicas destacaría usted de cara al presente de la Iglesia universal y, también, de cara al respeto y desarrollo de los pueblos originarios?

Es viable su beatificación ahora que la Iglesia ha reconocido que vivió santamente, que es un modelo de cristiano y de pastor por la manera de vivir en alto grado las virtudes.

Yo destacaría entre las virtudes algunas muy importantes en nuestra época. Ante todo la justicia practicada con firmeza y al mismo tiempo con caridad. El respeto a los derechos de las personas, especialmente de los indígenas que eran maltratados.

Vasco de Quiroga: Compromiso hasta el final

Otra virtud de don Vasco que hoy raramente se aprecia es la templanza que se manifestaba en un vida sumamente austera; él se desprendía de sus bienes para sostener a los pueblos hospitales.

Quienes vivían con él llegaban a quejarse de que no había en casa ni lo necesario para comer.

Pero por encima de todo brillaba en él la virtud de la caridad. Su “amor visceral” hacia su pueblo era un amor desde las entrañas, hoy decimos entrañable, afectuoso pero a tal punto exigente que lo llevó a afrontar conflictos con quienes tenían otros intereses.

Nunca aceptó alejarse del pueblo indígena cuando le insistían los españoles que fundaron Valladolid y querían cambiar de lugar la sede episcopal y el título de “Ciudad de Michoacán”.

La labor de Vasco de Quiroga, como la de otros grandes misioneros-civilizadores españoles del siglo XVI, recupera la visión equilibrada de conocimientos intelectuales y ardor evangélico propios de una conquista espiritual única en la historia, ¿no le parece?

Así es. Vasco de Quiroga fue un estudioso, de vasta cultura, licenciado en cánones, universitario en Salamanca, y al mismo tiempo fue un cristiano, como se dice hoy, muy comprometido.

Siendo Caballero de la Orden de Malta, recibió una formación espiritual y vivió una experiencia de servicio apostólico. Se le abrieron amplios horizontes en Europa, África y sobre todo en la Nueva España, lo cual le permitió realizar el mandato misionero de Jesucristo: “Vayan y hagan discípulos entre todos los pueblos, bautizándolos… y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado”.

En Vasco no había separación o dicotomía entre el estudio, la oración y la acción, entre lo humano y lo espiritual, entre la fe y la vida.

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