Nace Jesús con su luz y esperanza en medio de la oscuridad de la pandemia que me paraliza. Afloran mis miedos pero Él ha nacido y me salva.¿Dónde se generan mis temores? ¿Por qué necesito que me aprueben siempre para tener paz? Guardo en el corazón ese miedo irracional al rechazo y al desprecio. El miedo a creer que no valgo, que no sirvo. Ese miedo a no ser amado por no lograr estar a la altura de lo que otros esperan.
¿Cómo puedo llegar a contentar a todos? Mil halagos no logran apagar el dolor de una sola crítica. ¿De dónde me viene el no querer perdonar mis debilidades, ni mis torpezas? Quizás es que intento controlarlo todo para que la vida me salga bien y todos me aprueben.
Cuando empiezan a fallar los pilares, lo que me sostiene y mantiene en pie, me quiebro y todo se viene abajo. ¿Sobre qué suelo estoy edificando mi vida?
Vivo en este tiempo tan inestable en el que todo parece hundirse a mi alrededor. ¿Cómo puedo construir una casa firme que no se derrumbe con los primeros vientos? Decía el P. Kentenich:
“Lo que Nietzsche espera de la ‘Inscriptio mundana’, cuando escribe: – ‘Construyan sus casas al pie del Vesubio, porque el secreto para cultivar la existencia más fecunda y gozosa consiste en vivir en medio de peligros’, vale en pleno sentido para la entrega religiosa total”.
La voluntad de Dios
Quiero aprender a entregarme plena y ciegamente en las manos de Dios. Quiero confiar en el camino que se abre ante mis ojos. Decía el P. Kentenich:
“Una vez que está claro que algo es voluntad de Dios, siempre ponemos manos a la obra sin vacilar”.
Me cuesta actuar de esta manera. Me resulta difícil saber lo que Dios quiere y luego hacerlo. En ocasiones logro verlo claro, pero pronto surge el miedo. ¿Quién me va a salvar en el último momento?
El miedo a lo que pueda ocurrir es grande. El miedo a ser abandonado en medio de un naufragio. El futuro al que me enfrento siempre es incierto. Sé que Dios viene a salvarme y a consolarme en medio de una noche de Navidad, lo he escuchado: «El Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén».
El nacimiento de Jesús
Y yo me calmo en esta noche, en este tiempo incierto de Navidad. Cuando todo se tambalea y no todos me quieren ni me aprueban. Necesito el consuelo en mi alma. Sólo deseo que mi corazón se calme. Miro al cielo, a esos ángeles que me llenan el alma con su paz: «No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor».
Nace Jesús con su luz y esperanza en medio de la oscuridad de la noche. Viene oculto en medio de esta pandemia que me paraliza. Siento que no sucede nada especial.
Es mi vida demasiado cotidiana. Es esta vida rutinaria de cada día. Siento que no hay grandes planes, ni muchas expectativas.
Mi corazón de niño se arrodilla conmovido ante un nacimiento. Quiero ver nacer a Jesús, quiero encontrarlo en medio de unas pajas. Quiero que me quite esos miedos irracionales que bloquean mis fuerzas y paralizan mi espíritu.
¿Cómo puedo hacer para que el alma no se enfríe en esta noche de invierno? Los miedos más profundos afloran en Navidad cuando me siento solo y mil emociones tocan la puerta de mi alma. Siento muy hondo ese miedo profundo a no ser amado, a ser abandonado en medio de mi vida. ¿Me quedaré solo de nuevo y no sentiré ese abrazo que necesito?
El alma teme la soledad al mismo tiempo que la busca a partes iguales. Pero sufre cuando necesita un abrazo y no lo recibe, ahora son escasos. Y suplico sin palabras un te quiero, pronunciado con voz audible, para que me lo crea. Y siento que los días están contados ante mis ojos. Y me da miedo el fracaso en este camino y en esta misión que Dios me ha confiado y puesto entre mis manos.
El Niño Jesús y yo
Le entrego al Niño el vacío que siento dentro y el miedo a que pase esta noche y continúe el frío. Quiero que su voz calme mis gritos. Y su presencia dé calor a mi vida. No quiero vivir pretendiendo agradar al mundo. No quiero contentar a todos los que me demandan mi tiempo, mi vida, mi alegría, mis palabras.
Guardo silencio en Navidad esperando a que suceda un milagro de repente. He despojado mi vida de lo que sobra. He optado por lo que merece la pena. He construido un sinfín de castillos, no en el aire, sino en tierra firme. Y he levantado una fortaleza para evitar que mis propios sentimientos de debilidad afloren con fuerza.
Al pie del volcán coloco los cimientos de mi alma. Ya no tengo miedo porque he confiado mi vida en manos de Aquel que todo lo puede. Ya no puedo fracasar. No necesito la aprobación de todos los que me miran y me juzgan.
¿Quién soy yo para que me visite Dios en esta noche? Soy su hijo, el niño de sus entrañas.
Dios me salva en medio de todas mis dudas. Y me hace creer en su poder infinito.
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