El problema es cuando, agobiado por lo urgente, descuido lo realmente importante en mi vida: dejo de soñar, dejo de pensar, dejo de mirar dentro de mí, dejo de compartir los sueños, dejo de rezarEn ocasiones me dejo llevar por lo urgente. Una llamada, una petición, una demanda, un problema, un contratiempo. Es como si lo urgente siempre tuviera prioridad.
¿Quién determina en mi vida lo que es urgente? ¿Quién me ayuda a poner en orden mis prioridades y saber exactamente lo que es más importante?
Me dejo llevar por lo que me exigen desde fuera. Me llaman, me preguntan, me piden. Todo está bien, es legítimo, puede ser.
Y yo me muevo con urgencia de un lado a otro tratando de llegar a todo, de apagar los incendios que brotan a mi alrededor. Y mientras tanto desatiendo lo importante.
Lo que realmente importa
¿Qué es lo realmente importante en mi vida? Me parece que pierdo el tiempo, que no lo aprovecho, que se me escapan los días y las horas de este Adviento y no sucede nada en mi alma.
Me despisto, me vuelco en el mundo y no me dejo tiempo para mirar en mi corazón. ¿Qué es lo que tiene más valor en mi vida? Busco mis prioridades.
Sin tiempo para rezar no hay profundidad. Y entonces es difícil aprender a vivir conmigo mismo. Sin tiempo para escarbar en el alma no salen a la superficie mis miedos, mis oscuridades, mis complejos.
Y necesito que ahí dentro llegue Dios con la fuerza de su Espíritu y me ilumine. Eso es importante.
Todo listo para ayer
Pero no, yo sigo volcado en el mundo de las urgencias. Lo que urge, lo que no admite demora porque ya nadie está dispuesto a esperar y tener paciencia.
Todo tiene que estar listo para ayer, no cabe perder el tiempo. Lo urgente se confunde con lo importante y no es lo mismo.
Una hora de ayuda a mi hijo en sus deberes. Una caminata con mi cónyuge sin hablar de nada importante. Dos horas leyendo una buena novela. Una noche viendo una buena película o una serie. Una tarde escuchando música con la mente en blanco. Un paso solitario por un camino lleno de pinos que me evocan parajes de mi infancia. Un tiempo sin hacer nada importante, ordenando cosas de mi cuarto. Una llamada de teléfono de larga duración en la que hablo de muchos temas interesantes. Una canción que despierta sueños dormidos dentro del alma. Una conversación con las personas a las que quiero. Perder el tiempo con los que forman parte de mi vida. Soñar a lo grande y sin miedo. Un tiempo largo de silencio delante de mi Nacimiento o en una capilla.
Todo esto parece bonito pero no urgente.
Soñar, pensar, compartir, rezar
No hay tiempo que perder, la vida es corta y hay que gastarla, invertirla, no tirarla en cosas poco necesarias. ¿Todo lo urgente parece tan necesario? No siempre es así. Depende del orden de prioridades de cada uno.
El problema es cuando, agobiado por lo urgente, descuido lo realmente importante en mi vida. Dejo de soñar, dejo de pensar, dejo de mirar dentro de mí, dejo de compartir los sueños, dejo de rezar. Decía el papa Francisco:
“¡Qué importante es soñar juntos! Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos”.
Comparto los sueños y el alma se ensancha. Y lo importante es entonces lo que me hace crecer como persona. Mis vínculos son importantes. Los vínculos que construyo como raíces dentro del alma.
Cultivar los afectos lleva tiempo
Decía el padre José Kentenich:
“Podemos y debemos tener afecto a las personas, querer afectuosamente a las personas. ¡Es tan importante hoy en día que seamos sanos, tanto nosotros como los demás!”.
No santos, sino sanos. Es la base para que crezca bien el amor, que es lo importante. El amor a los hombres. El amor a Dios. Ese amor que me mueve y saca lo mejor de mí. El amor que se cuida con horas aparentemente no eficientes.
Pierdo el tiempo con los que amo. Paso la vida con los que amo. No produzco, no soy eficaz. Pero cuido vínculos sanos. Almas sanas arraigadas en la tierra y en el cielo.
Es eso lo importante, tal vez no lo urgente.
El amor es lo importante
Lo único que quiero que me urja es amar a Dios. Ese amor de Dios quiero que sea mi pasión. Lo que me encienda cada mañana. Lo que me sostenga cada noche. El motivo por el que hago las cosas y entrego la vida:
“Agustín acuñó la hermosa expresión: – Ama, y haz lo que quieras. Pero ¡por Dios!, ¿quién de nosotros ama constantemente de tal modo que pueda decir, siempre de nuevo: el amor de Cristo me urge? Eso lo tendremos una vez en la eternidad. Pero ¿aquí en la tierra?”.
Es difícil que el amor de Dios sea lo que me urja y me lleve a amar, a dar la vida. Pero es la meta que sueño. Veo que el amor es lo importante en mi vida.
Y quiero que me urja Dios a dar la vida por los que están junto a mí. No quiero que haya otras urgencias en mi camino. Nada es tan urgente como a veces parece.
Ningún problema puede alejarme del amor de Dios, del amor de esos vínculos que me sostienen y llevan al cielo. Nada tan urgente que haga que deje para más tarde lo que de verdad me importa, lo que me construye como persona y me hace más feliz.