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¿Los villancicos son música sacra?

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Julio Ocampo - publicado el 22/12/20

El misterio de la Navidad interpretado de una manera popular para acercarla a la gente, aunque siempre tomando como ejemplo la Biblia y otras sagradas escrituras. Ese sería uno de los resultados preliminares de la autopsia al villancico.

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De vivir, seguro que a Pasolini no le gustarían los villancicos. El poeta –laico, aunque contrario al aborto- no paró de homenajear, de rendir tributo a todas aquellas personas amorales cuyo gran objetivo de vida, un milagro para él, era precisamente vivirla en todas sus esferas.

La mayor parte de los héroes de sus novelas o sus películas murieron jóvenes, incapaces de desarrollar un mínimo de hipocresía, de egoísmo para sobrevivir previo pacto con la vida, con la sociedad. No era el final la muerte para él; el final era entregar la inocencia pactando con la ética.

Jamás fueron juzgados por ser malos sus niños, en todo caso por ser auténticos, por vivir como el Zaratustra de Nietzsche. Una oda a la existencia.

De vivir, a Pasolini no le gustaría quizás el tercer punto del Génesis (El origen del mal), aunque amaría los dos primeros, cuando se habla de la creación del universo y del individuo.

Casi nada de todo eso se narra en los villancicos de Navidad (también usados en festividades como Corpus Christi), centrados en el nacimiento de Cristo, y cuyo origen presenta varias hipótesis: un noticiero rural de pastores que la Iglesia adaptó a la temática religiosa o incluso un género sacro cantado en lengua vernácula durante la Edad Media para ganar fieles.


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Ahí se pudieron gestar tótems como A Belén pastores, Noche de paz, Ande, ande, ande La Marimorena o Campana sobre campana.

Hoy este cantar es un fenómeno que se da en países como Portugal –cantinela-, Alemania –Weihnachtslieder-, Francia –nöels– o Inglaterra –carols o Christmas-. También en Hispanoamérica con las negrinas o Italia con los famosos canti Natalizi.

“Hay un gran repertorio en todas las naciones de tradición cristiana. En mi país, por ejemplo, hay canciones de Navidad destinadas para una liturgia sacra y otras para una popular. El sur de Italia en este sentido es fascinante. Hay una tradición popular enorme para la Novena de Natale”, explica el Monseñor Marco Frisina.

Además de biblista y musicólogo, desde 2015 es el director artístico del Concerto per i poveri e per i poveri, celebrado en el Aula Paolo VI de la Santa Sede. “A destacar Calabria, Sicilia, Nápoles y aledaños con todo el repertorio de San Alfonso (Alfonso María de Ligorio).

Fueron obras de arte populares en sacras escritas para la gente, que no conocía el italiano bien. Las personas se comunicaban en dialecto, así que había que interpretar la Biblia transformando un texto sagrado en algo más masticable”, asevera.

Habla de textos simples y poéticos pero sacros. A destacar: Tu scendi dalle stelle, Quando nascette Ninno o Fermarono i cieli. Canciones, villancicos con los cuales los niños se divertían en la Navidad, y que han llegado hasta nuestros días gracias a las cuerdas vocales, sublimes y mágicas, de estrellas como Andrea Bocelli, Pavarotti, Plácido Domingo o José Carreras.

Dickens y el cuento de Navidad

Hay algo místico, esotérico y misterioso en la Navidad, y por ende en todo lo que la reviste. En la literatura fue Charles Dickens quien probablemente mejor supo verlo con su cuento inmortal.

Por una vez el escritor británico abandonó su retórica impostada y cabalgó con el alma por una tradición cristiana y divina para revestirla de humanidad y misericordia.

Aunque inicialmente resultó ser un advenedizo, conectó rápido con la Inglaterra victoriana cuando rescató el recuerdo, escarbó en la infancia, la familia o el amor.

Fue algo tan poético, puro, acerbo y carnal, que hasta pudo servir de inspiración a Orson Welles para rodar Ciudadano Kane, la vida de un magnate sin escrúpulos (William Randolph Hearst) quien –a punto de morir- se ve siendo niño con su trineo en la nieve. Es probable que ese instante le colmara de felicidad suprema.

Tomándolo como metáfora, algo así como si Jingle Bells -escrita por el compositor estadounidense James Pierpont a mediados del siglo XIX- fuera la banda sonora oficial del período que celebra el nacimiento de Cristo.

Porque sí, Jingle Bells es una canción que habla de trineos, caballos, campanas y nieve. Se representa mediante una progresión de acordes y cuenta con una melodía similar al Canon en Re Mayor de Johann Pachelbel, conocido por la progresión armónica de instrumentos de cuerda.

Una pieza, en definitiva, muy reutilizada hoy en día en la música rock. Antigua y moderna a partes iguales, en ella no se menciona la palabra Navidad, pero en realidad nunca fue necesario para quienes apostaron por flexibilizar una festividad ahora secuestrada por cadenas invisibles.

Ovejas y vino

A pesar de todo, el callejón sí tiene salida. Y es que si la vida, según cuenta el escritor Vladimir Nabokov en su novela Pálido fuego, “es una serie de notas a pie de página de una inmensa, misteriosa e incompleta obra de arte”, no queda más que resucitar a Pasolini de su brutal asesinato en la playa de Ostia para hacerle explicar qué es la Navidad y cómo deberían contarla los villancicos en cada uno de los rincones del planeta.

Sólo él, un ateo marxista profundamente cristiano, enamorado de un subproletariado romano. Gay, acusado de pedofilia y expulsado del PCI… Un intelectual, en definitiva, erigido como profundo conocedor de los evangelios, defensor a ultranza de un Cristo feo, impuro y piadoso. Un anticlerical hipersensible PierPaolo.

“El Evangelio según san Mateo es el verdadero Jesús. Pecador, nada de pelo rubio, ojos azules, guapo…”, confiesa Ninetto Davoli, durante años actor fetiche de un Pasolini que amó el candor y sostuvo el malvivir gracias precisamente al candor, el pecado y la solidaridad. Todas juntas; por este orden.

De vivir, PPP diría que quizás a los villancicos, a muchos de ellos, les sobró propaganda, superficialidad, ligereza o simplicidad y le faltó carne y un olor tan nauseabundo como bello. Eminentemente bello. O, como cita el Cardenal Ravasi en la revista Luoghi dell’ Infinito (diario Avvenire) “no es lapidario el trozo del prólogo del Evangelio de Juan según el cual el verbo divino, eterno y creador, se convierte en carne”.

Quizás Campanas sobre campanas no debería ser una canción para dormir a los niños sino una fábula, como Pinocho, Hansel y Gretel o Alicia, para despertar a los adultos. Es probable que sobren ovejas, vino, ángeles o requesón y falten excrementos o delitos dignos de no ser juzgados, etiquetados, instrumentalizados o condenados.

Un mayor hueco para el placer, el misterio, la extraña felicidad de la vida que merece ser contada, cantada mediante una amplia disección. Al final, descuartizar (la vida) no es más que un verbo caliente que pide la vez para vivir.

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