El misionero francés Jean-Gabriel Perboyre plantó la semilla del cristianismo en China y la regó con su testimonio de fe
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Hasta la aparición del coronavirus, Wuhan era conocida como una ciudad pujante en lo económico que el gobierno chino dedica a la investigación, las finanzas, la tecnología y el comercio. Es una gran ciudad de 11 millones de habitantes en la China Central.
Hoy es el punto geográfico que se señala como origen de la gran pandemia de nuestro siglo: el coronavirus que origina la covid-19 y que ya ha causado más de un millón y medio de muertos en todo el planeta.
Para los cristianos, puede ser algo más que “un foco de muerte”: Wuhan se cuenta entre los lugares del mundo en que el cristianismo ha dejado la huella de los santos.
En el caso de Wuhan, se trata del padre Jean-Gabriel Perboyre, misionero francés que fue martirizado el 11 de septiembre de 1840, a los 38 años.
Deseos de ir a las misiones
Perboyre nació en Puech (Francia) el 6 de enero de 1802. Ingresó en la congregación de san Vicente de Paúl y enseguida mostró su vocación de misionero.
Pero tuvo que esperar algunos años hasta que su salud y la decisión de sus superiores le permitieron viajar en 1835 a las misiones de China.
Perboyre recaló primero en Macao. En aquel momento, los cristianos estaban perseguidos en China y el religioso se las ingenió para poder predicar en la clandestinidad: guardó el hábito, vistió con indumentaria china y se dejó crecer barba, bigote y coleta.
Después de un tiempo pasó a la misión de Honán, desde la que se atendía a niños abandonados. La labor social estaba llena de preocupación por las almas, así que el padre Perboyre evangelizaba a pequeños y adultos.
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Persecución de la Iglesia en China
Dos años más tarde, el misionero fue destinado a la provincia de Hupeh. Arreciaba la persecución de los cristianos hasta tal punto que el gobernador ocupó y destrozó la misión. Perboyre pudo escapar y esconderse en las montañas del área sur del río Yang-Tse Kiang.
En aquella situación, le dio albergue un catecúmeno en su choza. Sin embargo, en vez de protegerlo lo delató y lo denunció ante un mandarín a cambio de 30 monedas de plata.
Perboyre fue inmediatamente detenido y comenzó así su martirio: se le presentó ante los tribunales locales, recibió azotes y fue torturado, se le denigró y luego, con un hierro candente, le grabaron a fuego ideogramas en chino sobre el rostro.
Se negó a pisar el crucifijo
A continuación sus verdugos querían que pisoteara un crucifijo pero Perboyre se negó. De nuevo lo llevaron a la cárcel y tuvo que compartir celda con otros delincuentes.
Un año después de su detención, fue llevado a la capital de la provincia, Wuhan, y allí le ahorcaron en un madero en forma de cruz.
Al igual que los cristianos amamos Roma precisamente porque allí se vertió la sangre de muchos mártires, también Dios nos llama a amar Wuhan. No a considerarla una tierra maldita donde se generó el coronavirus, sino porque también es tierra fecundada por el testimonio del mártir Jean-Gabriel Perboyre.
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