Solo queremos que alguien venga, que alguien nos ame y sane nuestro corazónSi la vida misma nos presenta desafíos y obstáculos que nos desaniman y cansan, más aún en esta época de pandemia, corremos el riesgo de ser aplastados por el peso de los miedos, de las dificultades y de las incertidumbres.
Sabemos que el verdadero peligro es detenerse y tirarse al suelo. Precisamente por eso, es necesario encontrar una motivación para continuar en el camino de la vida.
Encontrar sentido en medio de un drama que nos sorprende y nos asusta, no es fácil. El significado está borroso y confuso cuando es tan difícil esperar en medio de la incertidumbre. Poder verlo se convierte en una gracia y a la vez en una responsabilidad apremiante.
Seguro que la vida nos está dando una tarea y nos es difícil comprenderla, incluso a veces no queremos descubrirla. Solo queremos que alguien venga, que alguien nos ame y sane nuestro corazón.
En esta época muchos sentimientos se arremolinan en nuestro corazón. Necesitamos que alguien nos abra sus manos, se acerque, nos haga experimentar un amor real y duradero.
Navidad es un tiempo dulcísimo, pero también es un tiempo tremendo, como tremendo es eso de aceptar y comprender con todo el ser que Dios se ha hecho uno entre nosotros.
Navidad: Asombro y locura
El asombro y la locura son dos palabras inevitables siempre que hablamos de la Navidad. Asombro por parte de nosotros. Locura, por parte de Dios.
Asombro por lo que Dios hace, pero también una especie de miedo de merécelo, de saltar, de entrar en ese amor. Pero de lo que no nos damos cuenta es que Dios hizo el primer salto.
“El gran salto de Dios se produjo en Belén, su gran descenso hacia nosotros. Y nuestra gran subida. Porque «si Dios se ha hecho hombre, ser hombre es la cosa más grande que se puede ser». Por eso decía al principio que la gran locura de Dios se produjo este día en el que se atrevió a hacerse tan pequeño como una de sus criaturas. Locura a la que los hombres deberíamos responder con ese asombro interminable de quienes vivieron casi asustados de la tremenda bondad de Dios” (Martín Descalzo).
Yo diría que la Navidad es la prueba, repetida todos los años, de dos realidades impresionantes: que Dios está cerca de nosotros, y que nos ama.
“Se ha dicho que los hombres podemos admirar y adorar las cosas grandes, pero que amarlas, lo que se dice amarlas, sólo podemos amar aquello que podemos abrazar. Por eso al Dios de los cielos podemos adorarle, al pequeño Dios de Belén nos es fácil amarle, porque nos muestra lo mejor que Dios tiene, su pequeñez, su capacidad de hacerse pequeño por amor a los pequeños” (Martín Descalzo).
El verdadero Dios no es alguien lejano, perdido en su propia grandeza, despreocupado del abandono de sus hijos. Es alguien que abandonó Él mismo los cielos para estar entre nosotros.
Este es el Dios de los cristianos. Dios siendo, como es, el infinitamente Otro, quiso ser el infinitamente nuestro.
Alegría sin nostalgias
“Por eso, amigos míos, déjenme que les pida que en estos días no se refugien ustedes en la nostalgia. No miren hacia atrás. Contemplen el presente. Descubran que a su lado hay gente que les ama y que necesita su amor. Si lo hacen, el amor de Dios no será inútil. Y también en sus corazones será Navidad” (Martín Descalzo).
Navidad es la gran prueba. En estos días el amor de Dios se hace visible en un portal. Ojalá se haga también visible en nuestras almas.
La tarea, el llamado de nuestra vida, a veces confusa, consiste en quedarnos hoy con Jesús hecho niño, y luego, Él crecerá en nuestro corazón.
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