La importancia de Juan Diego en el Acontecimiento Guadalupano. No todo el mundo la conoce y es clave en el futuro de Mexico y el mundoEl 9 de diciembre, conmemorando la primera de las cuatro apariciones de Santa María de Guadalupe al indígena Juan Diego Cuauhtlatoatzin, la Iglesia católica lo celebra como día de fiesta. (Los niños, es costumbre, rota este año por el covid, van vestidos al templo como “juan dieguitos”). Juan Diego fue canonizado por el papa Juan Pablo II en su última visita a México, el 30 de julio de 2002.
Es conocida la historia de las apariciones. Éstas iniciaron, justamente, el sábado 9 de diciembre de 1531. Juan Diego se dirigía al recién terminado de construir convento franciscano de Santa Cruz, en Tlatelolco. La distancia en esos días eran once kilómetros de la Ciudad de México. Seguramente Juan Diego quería oir la doctrina cristiana, explicada por los frailes franciscanos.
Una vida que marcó la historia
Lo que no es tan conocido es la importancia de Juan Diego en el Acontecimiento Guadalupano. Es el vidente de la Virgen de Guadalupe, su mensajero y su enviado al obispo fray Juan de Zumárraga para que le construyera en la colina del Tepeyac una casa de oración. Pero también el indígena representaba los dos mundos que habían entrado en colisión tras la Conquista española que se selló con la caída de Tenochtitlán hacia 1521.
“El Acontecimiento Guadalupano fue la respuesta de gracia a una situación humanamente sin salida: la relación entre el mundo de los indios y el de los recién llegados”. Así lo escribe el padre Fidel González Fernández en el prólogo al libro del padre Eduardo Chávez Sánchez: “Juan Diego, una vida de santidad que marcó la historia”.
Hay que recordar que los tambores de guerra no se habían acabado. Los indígenas habían sido vencidos, sus dioses habían muerto, sus templos habían sido destruidos. “El indio cristiano Juan Diego fue el gancho entre el mundo antiguo mexicano no cristiano y la propuesta misionera cristiana, llegada a través de la mediación cristiana”.
El encuentro que fundó un nuevo pueblo
¿Cuál fue el resultado del encuentro de Juan Diego, un indígena pobre (macehual) nacido hacia 1474 en el altiplano mexicano, con la “Madre del Verdaderísimo Dios por quien se vive”; del “Señor del cerca y del junto”, como se presenta la Virgen de Guadalupe en el relato del Acontecimiento Guadalupano, el Nican Mopohua (“Aquí se narra”)?
El resultado fue “el alumbramiento de un nuevo pueblo cristianizado”, asevera el padre González Fernández, director de la Comisión Histórica para la Causa de Canonización de Juan Diego. El vidente y mensajero de la Virgen “no era ni un español llegado con Cortés, ni un misionero franciscano español; era un indígena perteneciente a aquél mundo antiguo y rico en cultura”.
El proceso que se llevó a cabo para la canonización de Juan Diego, hizo énfasis en su aceptación del cristianismo. (Los primeros misioneros franciscanos llegaron en 1524 y la “segunda barcada”, donde venía entre otros fray Bernardino de Sahagún, que tiene una historia relevante en el Acontecimiento Guadalupano, pues fue quien enseñó a leer y escribir en español, en latín y en náhuatl a Antonio Valeriano, el autor del Nican Mopohua, en 1528).
El indígena fue, en realidad, un vehículo. Casi podría decirse que un motor de la aceptación del bautizo de los miles de indígenas que lo recibieron tras las apariciones de la Virgen de Guadalupe.
Un héroe poco conocido
Con Juan Diego nace un pueblo nuevo. Que no es “nuevo” solo en su cristianismo –agrega monseñor José Luis Guerrero Rosado, quien fuera por muchos años el director de Estudios Teológicos e Históricos Guadalupanos—sino “en su misma esencia antropológica”.
Juan Diego es el prototipo de una nación. Alguien “de quien todos hablamos, con quien todos (los mexicanos) de alguna forma nos identificamos, pero a quien –paradójicamente—pocos conocemos”.
Hay que resaltar que, desde que Juan Diego, junto con su esposa que se llamaba María Lucía, oyeron la doctrina cristiana de fray Toribio de Benavente (“Motolinia”, como le llamaban los indígenas por su pobreza) sobre la castidad y la virginidad que le era agradable a Dios, la guardaron al tiempo que recibieron el bautismo.
Y después de las apariciones (Juan Diego Cuauhtlatoatzin murió hacia 1548) edificó a sus hermanos de raza “con su testimonio y su palabra”. Así lo señalaba en el siglo XVII el padre Luis Becerra Tanco, quien dio a conocer el Nican Mopohua.