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En pandemia logra la paz como los pastores de Belén

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 09/12/20

Confiar en el anuncio de los ángeles y creer en el Niño Jesús y adorarle acaba con la oscuridad y la desesperanza

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Hoy me detengo a contemplar a los pastores. Forman parte de mi pesebre. Siempre están con sus ovejas, o trayendo alimentos a Jesús.

Algunos llevan todo tipo de regalos. Se detienen felices ante el portal. Descubren los signos que los ángeles les anunciaron. Un niño envuelto en pañales. Llegan los pastores y encuentran a un niño y unos padres con él:

«Cerca de Belén había unos pastores que pasaban la noche en el campo cuidando sus ovejas. De pronto se les apareció un ángel del Señor, la gloria del Señor brilló alrededor de ellos y tuvieron mucho miedo. Pero el ángel les dijo: – No tengáis miedo, porque os traigo una buena noticia que será motivo de gran alegría para todos: – Hoy os ha nacido en el pueblo de David un salvador, que es el Mesías, el Señor. Como señal, encontraréis al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».

¿Qué tiene de especial un bebé recién nacido? ¿En qué me puede cambiar la vida si está indefenso? No puede salvarse a sí mismo, ¿a mí me va a salvar?


pastor con oveja

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Pastores que velan y cuidan

Los pastores tienen miedo. Están acostumbrados a la noche, a permanecer en vela. La vida es dura para ellos. Tienen miedo a perder lo poco que tienen.

Llevan vidas rudas y no son tan inofensivos e inocentes como las figuritas que coloco en el pesebre. Esos pastores no siempre tenían buenas intenciones. No todo lo hacían bien.

Pero hoy me detengo ante estos hombres audaces, valientes, que velan en la noche cuidando sus rebaños. Los peligros acechan y ellos están atentos y despiertos para defender a sus ovejas e incluso dar la vida por ellas.

Me gusta esa imagen del pastor que cuida a sus ovejas y está despierto y atento en la noche. Vence el miedo y el frío. En torno a una hoguera deja pasar las horas.

Testigos presenciales que creen

Y de repente esa noche todo se ilumina con la presencia de unos ángeles. Tienen que alegrarse porque ha nacido el Señor. Ni ellos mismos esperan que cambie su suerte.

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Public Domain

Pero esos ángeles indican lo contrario. Algo está sucediendo que tiene que ver con ellos. ¿Un niño tan pequeño? ¿Cuánto tendrán que esperar para que algo cambie en sus vidas?

No parece sencillo. Ese niño sin poderes no iba a sacarles de la pobreza, ni iba a traer la paz que todos necesitaban. ¿Por qué se alegran entonces?

No creo que entendieran lo que estaba ocurriendo. Pero aun así son los primeros testigos presenciales. Lo ven allí, en la humildad de aquel establo, un niño, un padre y una madre. Y creen.

Alma de niño

Esa fe de niño de los pastores me conmueve. Ese respeto infinito ante lo que no entienden. Yo quisiera ser así y no lo soy.

Me gustaría entender más cosas de las que entiendo. Busco respuestas en este mundo esquivo. Me falta fe. Esta actitud de los pastores es la que hoy le quiero pedir a Dios.

Ellos se alegran sin comprender nada, porque tienen alma de niños y creen en lo imposible. En aquella cueva estaba cambiando la historia pero era imposible verlo. Y ellos lo ven sin verlo. Creen sin tocarlo.

No tengo esa mirada ingenua. No soy tan niño. Todo lo quiero racionalizar, busco que tenga un sentido, que sea creíble, razonable, lógico.

No deseo que las cosas cambien demasiado, pero sí deseo la paz, la salvación, la alegría. El coro de los ángeles me anuncia que ha nacido Dios entre los hombres.

Y yo hoy lo creo.

Y eso que a mi alrededor los signos son de muerte, de pandemia, de conflicto social, de guerras, de injusticias, de abusos, de violencia. Signos que me hablan de desesperanza y soledad, de desamor y odio.

De la fe a la adoración

Y yo me arrodillo ante un pesebre con corazón de niño. Me pongo en camino buscando a ese niño recién nacido al que todavía no conozco.

¿No será una pérdida de tiempo? No lo creo. Confío y sigo caminando. No voy solo, me uno a tantos otros pastores que como yo también han creído. Dejo a un lado mi rebaño para buscar a Dios porque lo he oído:

«Ahí está vuestro Dios. Ahí viene el Señor con poder. Como pastor pastorea su rebaño: recoge en brazos los corderitos, en el seno los lleva, y trata con cuidado a las paridas».

Ese Dios que es pastor es el que viene a hacerse carne en mi vida y puede cambiar todo si tengo fe. No sé el cuándo ni el cómo, pero confío con una fe ciega.

La fe que lleva a la paz

Me falta fe. No tengo esa fe de los pastores. Y quisiera vivir confiado y con paz. Comenta santa Margarita de Alacoque:

«Conservad la paz del corazón, que es el mayor tesoro. Para conservarla, nada ayuda tanto como el renunciar a la propia voluntad y poner la voluntad del Corazón divino en lugar de la nuestra, de manera que sea ella la que haga en lugar nuestro todo lo que contribuye a su gloria, y nosotros, llenos de gozo, nos sometamos a Él y confiemos en Él totalmente».

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La paz me la da el confiar totalmente en Dios en circunstancias difíciles. Es eso lo que necesito, caminar como esos pastores con la confianza de saber que voy a encontrar a un niño envuelto en pañales.

Eso basta para tener paz. Esa promesa escondida en una cueva es suficiente.

Me impresionan la confianza y la fe de los pastores. Necesitan paz y esa paz, en esa noche de ángeles, llega a sus corazones.

Han puesto sus vidas en las manos de Dios y desaparecen sus miedos. Me gusta esa actitud filial y confiada. Es la que necesito tener siempre. Especialmente en estos tiempos de pandemia, oscuridad y desesperanza.

Dios me puede dar la paz que necesito. Puede regalarme esa confianza que aún no tengo para poder vivir cuidando cada día a mi rebaño. Necesito más fe y esa mirada de niño confiado.

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