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Llanto por la muerte de un misionero: José Luis Garayoa

JOSE LUIS GARAYOA
Jaime Septién - publicado el 26/11/20

Sobrevivió junto a la pobreza a un secuestro, a la malaria, al Ébola y murió en el país más poderoso del mundo a causa de la COVID-19José Luis Garayoa murió como muere un misionero enamorado de Cristo y de los pobres de esta Tierra. No de viejecito, en su cama, sino en el frente de batalla, en la misión, atendiendo a los descartados de la humanidad, entre risas y enojos: un grande entre los que el mundo considera pequeños.

Sobreviviente de muchas batallas

El padre José Luis Garayoa, español, navarro, agustino recoleto, murió a sus 68 años de edad víctima de la Covid-19 el pasado martes en la ciudad de El Paso, Texas, donde atendía su última parroquia, la del Valle de la Misión de Little Flower (la Pequeña Flor, en referencia a Santa Teresita de Lisieux, patrona universal de los misioneros).

Sirvió en lugares tan distintos como la Sierra Tarahumara, en Chihuahua (México), la Ciudad de los Niños en Costa Rica; en Sierra Leona, en África. Regresó a la diócesis de Las Cruces (Nuevo México) y, finalmente, el obispo Mark Seitz, lo nombró párroco de Little Flower.

El padre José Luis sobrevivió a muchas enfermedades de la pobreza: la malaria y en 2014, en Sierra Leona, el virus del ébola. Pero no sobrevivió al virus que ha matado ya a millón y medio de personas en el mundo. De hecho, murió en el país más poderoso del planeta y con mayor número de muertes por la Covid-19.

Una opción no negociable

Ordenado en 1976, el padre Garayoa se distinguió toda su vida sacerdotal por atender a los pobres de todo el mundo. En El Paso, ciudad hermana de Juárez (México) enfrentó con la luz del Evangelio y la opción por los descartados a miles de migrantes y refugiados establecidos en la frontera, esperando ingresar a Estados Unidos.

A este misionero entrañable le diagnosticaron el coronavirus hace aproximadamente una semana. Murió en la casa de la comunidad de los Agustinos Recoletos situada cerca de la Parroquia del Ángel de la Guarda el martes 24 de noviembre.

Por cierto, según informó la Orden del padre José Luis y la diócesis de El Paso, en esta misma casa hay dos sacerdotes agustinos recoletos también contagiados de la Covid-19. Uno de ellos es asintomático y el otro permanece en condición estable.

Nunca fue un sacerdote “a modo”

El obispo de El Paso, Mark Seitz, rememoró su relación con el padre Garayoa. “Tuve la oportunidad de celebrar la Misa en la parroquia de Little Flower este último fin de semana para sustituirlo mientras se recuperaba (como esperábamos) de COVID”, escribió Seitz.

“Cuando voy a visitar una parroquia, continuó el obispo de El Paso, siempre puedo tener una idea rápida de lo que una comunidad parroquial siente por su párroco. Al visitar Little Flower, inmediatamente pude ver que esta familia parroquial pertenecía a su ‘Padre’”.

No era un sacerdote “a modo”, según lo recuerda el obispo Seitz. “Les encantaba ser suyo, aunque a veces, como cualquier padre, les hacía sentir incómodos o les ponía de los nervios”. De hecho, un feligrés de Little Flower señaló que la personalidad de Garayoa era análoga a la de Jesucristo volcando la mesa de los cambistas en el templo.

Sin temor a nada

“La fuerza de su carácter hacía que el resto de la gente en una habitación orbitara a su alrededor, ¡y eran mejores por haber sido capturados por la fuerza de su gravedad!”, afirmó el prelado estadounidense, quien pierde a un hombre esencial “que no le temía a nada ni a nadie” en la lucha que ha emprendido en El Paso por proteger a los migrantes.

En la primera residencia en Sierra Leona, hacia 1998, fue secuestrado y mantenido como rehén. Le habían puesto una pistola en la cabeza y apretaron el gatillo, pero la pistola funcionaba mal. “¡Después de esa experiencia nada lo podía intimidar! Su vida pertenecía a su pueblo y el amor que compartían era mutuo”, expresó en su comunicado el obispo Seitz.

Y terminó diciendo el mayor elogio que se puede hacer a un misionero: “El Padre José Luis Garayoa nunca será reemplazado, pero confiaremos en el Señor que lo hizo y que se revela tan claramente a través de él, para cuidar de su fiel servidor así como de la familia desamparada que deja atrás”.

Cuando callar es pecado

El sufrimiento de los migrantes, la mayor parte provenientes de Centroamérica fue su postrer sufrimiento. En un artículo en el semanario católico español Alfa & Omega señaló que el compromiso de los católicos con los migrantes no puede callarse. A él que se metió en política en muchas ocasiones, le pidieron mil veces que se callara.

“El problema –continuaba– es que la vida te va enseñando que callarse en ciertas circunstancias es pecado”. El coronavirus ha callado su voz. Su legado en muchos corazones de los pobres del mundo seguirá creciendo en caudal en otros misioneros como él que anuncian el Evangelio con acciones y no con bellos discursos.

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