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Al final de la vida me preguntarán si he amado, si he dado de comer al hambriento o de beber al sediento... como si fuera Dios mismo
Me gusta el Evangelio en el que Jesús me muestra cómo será el encuentro con Dios al final de mis días. Me juzgarán en el amor, no tanto en el cumplimiento de todos los mandamientos:
“Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme. Entonces los justos le contestarán: – Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el rey les dirá: – Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”.
El examen al final de mi vida será en el amor. Me preguntarán si he amado, si he dado de comer al hambriento o de beber al sediento.
Mirarán mi corazón y todo lo que he podido vivir en la hondura de mi alma. Verán si he hospedado al que no tenía hogar. Si me he preocupado por él amándolo en su pobreza.
Dios está ahí
Me impresiona siempre este juicio porque tanto los que lo han hecho bien como los que no lo han hecho, no saben que al hacerlo con cualquier hermano era con Cristo con quien lo estaban haciendo.
Ese amor a Jesús es el que hace posible el milagro. Han sido capaces de hacerlo sin ver a Jesús. Pero en el pobre, en el indigente, en el que no tenía raíces ni hogar, allí estaba Jesús pidiendo que le diera mi amor.
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