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Coronación de la Virgen de Velázquez, una pintura que mueve el corazón

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Ignasi de Bofarull - publicado el 21/11/20 - actualizado el 06/06/23

Los grandes amores de un cristiano representados por el gran genio de la pintura española: Velázquez

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¿Quiénes son nuestros amores, las personas a las que más amamos, el centro de la vida de un cristiano?: Dios, Uno y Trino y María. ¿Y cuándo podemos encontrarlos unidos en alguna de las innumerables obras de arte de tema cristiano? En la Coronación de la Virgen, del pintor español Diego Velázquez.

«Finalmente, la Virgen inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los Señores y vencedor del pecado y de la muerte» (CIC, 966).


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Un prodigio de sensiblidad

Diego Velázquez (Sevilla, 1599​-Madrid, 1660), nos ha dejado un cuadro que es un prodigio de sensibilidad y que verdaderamente mueve a devoción. Esta pintura, óleo sobre lienzo (176 cm x 124 cm), fue realizada, entre 1635-1648. No es sólo una gran obra de arte, hoy en el Museo del Prado, sino que su equilibrio y belleza nos llena de arrobo y piedad.

Estamos ante una pintura que, inicialmente, estaba en el oratorio del cuarto de la reina Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV. Su destino era, podemos aventurar, alimentar la oración de la reina para encender su corazón en amor ante la Santísima Trinidad coronando a María, con guirnalda de flores, como Reina y Señora de la creación.

Los dos corazones, un solo corazón

¿Hablamos de encender el corazón de la reina? Si así es, quizá también pueda inflamar nuestro corazón para que se eleve hacia la Trinidad unida a María. Pero es que además resulta que el cuadro se mueve entre dos corazones: el primer corazón lo ofrece la estructura de la pintura en la configuración triangular de sus protagonistas.

Y, un segundo corazón, al que ya podríamos denominar como el Inmaculado Corazón de María, se convierte en el centro casi geométrico del cuadro.

El primer corazón esta dibujado por el contorno de las cuatro figuras: empieza en el Espíritu Santo y continúa hacia las cabezas y las espaldas, los brazos y los hombros del Dios Padre y de Dios Hijo, para finalizar en el pico inferior del ropaje de la Virgen. El segundo Corazón, ya con mayúscula, se anuncia con el delicado gesto de la mano y de los dedos de María que apuntan a su propio Corazón.

Me gustaría pensar que el Sagrado Corazón de Jesús está implícitamente presidiendo también toda la obra junto al Inmaculado Corazón de María. Aventuremos más hipótesis paidosas: ¿y si los colores cárdenos (del corazón), morados, granatosos que presiden la pintura, unidos al preceptivo azul lapislázuli de la Virgen, también simbolizaran el Corazón de Jesús y María? De hecho, un coetáneo de Diego Velázquez, san Juan Eudes (1601-1680) -en la línea de Santa Brígida (1303-1337) y San Francisco de Sales (1567-1622)- habla de un solo corazón, del Sagrado Corazón de Jesús y de María en estos mismos años.

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Los Sagrados Corazones y la Trinidad

Así pues, podrían, en el vuelo de nuestra imaginación, estar representados en esta magna obra barroca los Sagrados Corazones de Jesús y de María en unión perfecta con la Santísima Trinidad. Pero la que propongo no es una iconografía segura. Hay que recordarlo. Es solo un movimiento del alma para adorar a nuestros grandes amores. Y esos es lo que creo que facilita este cuadro.

Una obra de arte admirable en su belleza, pero también una espléndida imagen para rezar. Para orar y contemplar los misterios de la vida trinitaria en su relación con la Virgen. Y de ese modo considerar suave y lentamente las tres Personas del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo tan unidas a María.

Recuperamos esta oración que nos puede servir de guía para admirar la obra de arte, la virgen pintada por Velazquez: “Dios te salve, María, Madre de Dios Hijo. Dios te salve, María, Hija de Dios Padre. Dios te salve, María, Esposa de Dios Espíritu Santo. Dios te salve, María, Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad”

El Sagrario puede ser un buen lugar para consolar a los Sagrados Corazones

Vayamos más lejos. Y si además nos imagináramos que una reproducción de este cuadro presidiera un oratorio, una capilla, una iglesia. Delante de este cuadro tendríamos ante nosotros al Corazón Eucarístico de Jesús expuesto en la custodia. Contemplaríamos a Jesús en una Hora Santa de la mano de las palabras de Catalina Ribas.

Entonces le oiríamos decir a este instrumento del Señor que Jesús en la custodia está acompañado por María. Y le oiríamos señalar que multitudes de ángeles adoran al Señor. Aún más, que el Señor está presente en la custodia como Dios, Uno y Trino porque son tres Personas, pero una mismo Sustancia.

Entonces, en estas devociones, el cuadro de la Virgen de Velázquez nos ayudaría y mucho. No sería ya solo una obra de arte excelsa contemplada en el Prado de un modo profano que es una tarea muy relevante y loable.

Sería tratar como creyentes una reproducción de la pintura de la Virgen de Velázquez situada en un lugar parecido al que la reina Isabel de Borbón lo destinó en su primer emplazamiento: su oratorio particular.

Oración de reparación y consuelo

Alimento para nuestra adoración que también podría, si nos lo proponemos, ser oración de reparación y consuelo tal como el Señor le pidió a santa Margarita María Alacoque (1647-1690), mensajera a su vez del Sagrado Corazón de Jesús, en lo que fue la institución de la Hora Santa en una aparición que data de 1674:

“Todas las noches del jueves al viernes, te haré participante de aquella mortal tristeza que quise sentir en el huerto de las Olivas… Y para acompañarme en la humilde oración que presenté entonces a mi Padre, te levantarás entre once y doce de la noche; y prosternada, pegando el rostro con la tierra, procurarás no solo aplacar la ira divina pidiendo la gracia para los pecadores, sino también endulzar de alguna manera la amargura que sentí por el abandono de mis Apóstoles, a quienes reprendí por no haber podido velar una hora conmigo”.

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