Puedo lograr que caigan las piedras y dejen ver la luz que llevo dentro. O puedo seguir tapiado por miedo a que descubran mi verdad, mi luz y mi tiniebla. Una esperanzadora reflexión del padre Carlos Padilla que
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La claridad siempre está detrás de la oscuridad. Pero a veces no reconocemos esa luz, que permanece oculta, tanto dentro de nosotros como a nuestro alrededor.
Jesús me pide que esté muy atento. No sé la hora ni el día en el que vendrá Jesús a encontrarse conmigo:
«En lo referente al tiempo y las circunstancias no necesitáis, hermanos, que os escriba. Sabéis perfectamente que el día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón, porque todos sois hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas. Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados».
Soy hijo de la luz, no de las tinieblas. Me gusta esa imagen. Me gusta la luz. Esa luz del sol que todo lo llena de vida.
Me cuesta la oscuridad, me duelen las tinieblas que me dejan sin ver.
Esperanza en la oscuridad
Los hijos de la luz llenan este mundo de esperanza. Viven en la verdad y no les importa enfrentarla, porque la verdad siempre me hace libre.
Aunque duela encontrar lo que está oculto en la oscuridad. Descubrir lo que permanecía escondido. Saber lo que hay en mi interior que no sé sacar, ni contar, ni ponerle nombre.
Pero dejar que entre la luz en mi alma acaba con esas tinieblas que no me dejan tener paz y alegría.
La oscuridad siempre entristece. En ella no me reconozco. Una persona me decía hace algún tiempo:
«Siento mucho dolor. No me reconozco. No sé quién soy realmente, no sé para qué valgo».
Lo decía después de haber sufrido su pecado y sus consecuencias. Porque mis actos siempre tienen consecuencias. No me puedo olvidar.
Mis actos negativos, pecaminosos, me envenenan, me oscurecen, me quitan la alegría y la pasión por vivir.
Perdonar, a otros y a ti
Reconocer quién soy es más difícil cuando estoy turbado. Sin perdón no entra la luz en el alma. Y quizás el perdón a mí mismo es el que más me cuesta dar.
Puedo llegar a perdonar al que me ha hecho daño. Al que me hirió sin saberlo. Al que por omisión o acción dejó una huella imborrable de dolor en mi corazón.
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