El viernes pasado, 13 de noviembre, se hizo un cribado en la residencia más grande de la ciudad de La Seu d’Urgell (España), tras haberse detectado coronavirus en las horas anteriores. Resultado: 26 residentes y 4 trabajadores positivos. Al día siguiente el equipo municipal de gobierno acudía al centro para ayudar.
Cuatro regidores por la mañana y tres por la tarde -el primero el alcalde, Jordi Fàbrega- respondieron rápidamente a la emergencia.
Sudando bajo los trajes de protección, pantallas y mascarillas, se dedicaron a ayudar a los ancianos (infectados y sanos) a cambiarles de habitación, y a trasladar muebles, comidas y grandes bolsas con las pertenencias de los abuelos.
No hubo comunicado oficial ni foto en las redes sociales. Ni siquiera un selfie en el perfil personal del alcalde en Facebook.
Políticos en primera línea
En él, día a día, Fàbrega ofrece información detallada sobre la evolución de la pandemia y contesta amablemente a las preguntas de los ciudadanos.
La responsabilidad y el compromiso de este equipo de gobierno municipal -independientemente de sus opciones políticas, que por cierto no comparto- me hacen volver creer en la política como servicio al bien común.
Y su discreción al realizar un servicio como este a su ciudadanía, especialmente a la más vulnerable, me dan la seguridad de que en muchos pueblos y ciudades del mundo millones de personas están haciendo lo correcto.
Porque los que construyen suelen hacerlo en silencio. Pero a estos políticos les pillé. Sé lo que hicieron porque -por algo que algunos llaman casualidad- mi marido coincidió con ellos el sábado.
En familia
Él llegó a la residencia también a ayudar, respondiendo a un SOS de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados que la gestiona. Y se encontró -¡sorpresa!- con sus gobernantes.
También coincidió allí con un amigo médico que había dejado por unas horas su muy numerosa familia en sábado para socorrer al grupo de mayor riesgo en esta pandemia.
Es lo que tiene vivir en una ciudad de sólo doce mil habitantes. Que todo queda cerca. Conoces a residentes, familiares, cuidadores, religiosas,….
Quién no conecta con esa monja vivaz que llegó de Latinoamérica con el sueño de servir totalmente a los abuelos y en ellos a Dios. ¡Y lo está cumpliendo!
Promesas en pandemia
Con ella cantábamos cada mañana en la misa en la capilla de la residencia antes de que la Covid-19 irrumpiera en nuestras vidas.
Esa enfermedad que además de dificultar el camino ha ofrecido otra manera de ponerle música a la vida, y me ha permitido descubrir lo maravillosa que es mi ciudad.
Y no sólo por el paisaje, que es lo que al principio me enamoró, sino sobre todo por las personas que viven y se entregan en estas montañas, y por el espíritu que vuela por sus calles y hará que la ame siempre.
La cifra de contagiados en la residencia sigue subiendo a una velocidad de vértigo y las autoridades sanitarias han decidido dispersarlos.
A algunos abuelos los están trasladando a centros cercanos, según me explicaba una voluntaria que se pasó todo el jueves ayudando en la operación.
Y a ti, que has leído hasta aquí, te pido tu parte. ¿Quizás rezarle a Dios en un tiempo de contemplación que estos días la monja no puede encontrar?
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