Se cumplen 55 años del “Pacto de las Catacumbas”, en el que un grupo de obispos adoptó 13 sorprendentes compromisos Obispos que no quieren ser llamados eminencia, excelencia o monseñor; que renuncian a ricas vestimentas, colores llamativos; pastores que quieren ser menos administradores, más cercanos al rebaño que les fue confiado; apóstoles que procuran vivir según el modo ordinario de la población: sin autos lujosos, residir en casas sencillas, sin manjares o agasajos.
El 16 de noviembre de 1965, la Iglesia pobre y de los pobres hizo un voto solemne en Roma, sin tanta visibilidad y tanto bombo. Así fue que faltando unas semanas para la clausura del Concilio Vaticano II, unos cuarenta obispos de varios países del mundo se reunieron en las catacumbas de Domitila para firmar El Pacto de las Catacumbas.
Vivir como el pueblo
Después de 55 años, aún sigue vigente el proyecto de cumplir con la misión de los pobres en la Iglesia. En efecto, los firmantes se comprometían a vivir en pobreza, a rechazar todos los símbolos o privilegios de poder y a colocar a los pobres en el centro de su ministerio pastoral.
Se trata de una verdadera Carta Magna contra el clericalismo, antivirus contra los abusos de poder, sexuales y de conciencia, además de los escándalos de malversación de dinero que hoy dañan a la Iglesia, escandalizan y golpean la fe de los más pequeños.
Los obispos del Pacto, reunidos en el Concilio Vaticano II, manifestaron ser conscientes de las deficiencias de su vida de pobreza según el Evangelio.
Una posición autocrítica que hoy tiene más sentido que nunca. Los obispos dijeron estar motivados los unos por los otros “en una iniciativa en la que cada uno de nosotros ha evitado el sobresalir y la presunción”. Una decisión que provenía de “la gracia y la fuerza de nuestro Señor Jesucristo, con la oración de los fieles y de los sacerdotes”.
Una decisión tomada en oración
Ellos afirmaron que firmaron el Pacto, “poniéndonos con el pensamiento y con la oración ante la Trinidad, ante la Iglesia de Cristo y ante los sacerdotes y los fieles”.
Un posición de humildad y con conciencia de su flaqueza, “pero también con toda la determinación y toda la fuerza que Dios nos quiere dar como gracia suya”.
Los obispos que firmaron El Pacto de las Catacumbas, hace más de cinco décadas, decidieron asumir un estilo de vida sencillo, propio de los pobres, renunciando no solo a los símbolos de poder, sino al mismo poder externo, para retomar así, con la ayuda del Dios, el primer impulso misionero de la Iglesia en el mundo actual, marcado por la dura lucha económica y la opresión general de los pobres.
Poco entusiasmo de algunos círculos católicos
En el libro del titulo homónimo, editado por Xabier Pikaza y José Antunes da Silva, (Ed. verbo divino, 2015) se narra cómo el espíritu del Pacto ha guiado algunas de las mejores iniciativas cristianas de los cincuenta últimos años, no solo en América Latina, donde tuvo especial repercusión, sino en el conjunto de la Iglesia católica.
En efecto, en octubre de 2019, el Pacto de las Catacumbas fue renovado por un grupo de 40 obispos comprometidos por la Casa Común y en trabajar por una Iglesia con rostro amazónico, pobre y servidora, profética y samaritana. Esto sucedió, al margen de los trabajos del Sínodo amazónico convocado por el papa Francisco y que tuvo lugar en el Vaticano.
El Pacto de las Catacumbas sigue siendo hoy tan importante como lo fue en su día, contra lo que hoy llamamos clericalismo, de manera que varios obispos, consagrados y laicos se comprometen diariamente en propagarlo con más fuerza que en el tiempo del Concilio, aunque no todos los cristianos (individuos y comunidades) lo han acogido con el mismo entusiasmo, destacan Pikaza y da Silva.
13 compromisos del ‘Pacto de las Catacumbas’ contra el clericalismo y los escándalos
De esta manera, ese grupo de obispos se comprometieron a lo que sigue:
1.Vivir como nuestros hermanos y hermanas
Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra población en lo que toca a casa, comida, medios de locomoción, y a todo lo que de ahí se desprende. Mt 5,3; 6,33s; 8,20.
2.Renunciar a la apariencia y la riqueza
Renunciamos para siempre a la apariencia y la realidad de la riqueza, especialmente en el vestir (ricas vestimentas, colores llamativos) y en los símbolos de metales preciosos (esos signos deben ser, ciertamente, evangélicos). Mc 6,9; Mt 10,9s; Hch 3,6. Ni oro ni plata.
3.Renunciar a cuentas bancarias o inmuebles
No poseeremos bienes muebles ni inmuebles, ni tendremos cuentas en el banco, etc., a nombre propio; y, si es necesario poseer algo, pondremos todo a nombre de la diócesis, o de las obras sociales o caritativas. Mt 6,19-21; Lc 12,33s.
4.Menos administradores, más pastores
En cuanto sea posible, confiaremos la gestión financiera y material de nuestra diócesis a una comisión de laicos competentes y conscientes de su papel apostólico, para ser menos administradores y más pastores y apóstoles. Mt 10,8; Hch 6,1-7.
5.Preferimos ser llamados 'padre' que eminencia
Rechazamos que verbalmente o por escrito nos llamen con nombres y títulos que expresen grandeza y poder (eminencia, excelencia, monseñor…). Preferimos que nos llamen con el nombre evangélico de «padre». Mt 20,25-28; 23,6-11; Jn 13,12-15.
6.Evitaremos los privilegios
En nuestro comportamiento y relaciones sociales evitaremos todo lo que pueda parecer concesión de privilegios, primacía o incluso preferencia por los ricos y por los poderosos (por ejemplo en banquetes ofrecidos o 22 El Pacto de las Catacumbas aceptados, en servicios religiosos). Lc 13,12-14; 1 Cor 9,14-19.
7.Evitaremos propiciar la vanidad
Igualmente evitaremos propiciar o adular la vanidad de quien quiera que sea, al recompensar o solicitar ayudas, o por cualquier otra razón. Invitaremos a nuestros fieles a que consideren sus dádivas como una participación normal en el culto, en el apostolado y en la acción social. Mt 6,2-4; Lc 15,9-13; 2 Cor 12,4.
8.Servidores de los pobres
Daremos todo lo que sea necesario de nuestro tiempo, reflexión, corazón, medios, etc., al servicio apostólico y pastoral de las personas y de los grupos trabajadores y económicamente débiles y subdesarrollados, sin que eso perjudique a otras personas y grupos de la diócesis. Apoyaremos a los laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes que el Señor llama a evangelizar a los pobres y trabajadores, compartiendo su vida y el trabajo. Lc 4,18s; Mc 6,4; Mt 11,4s; Hch 18,3s; 20,33-35; 1 Cor 4,12; 9,1-27.
9.Trabajadores de la justicia y la caridad
Conscientes de las exigencias de la justicia y de la caridad, y de sus mutuas relaciones, procuraremos transformar las obras de beneficencia en obras sociales basadas en la caridad y en la justicia, que tengan en cuenta a todos y a todas, como un humilde servicio a los organismos públicos competentes. Mt 25,31-46; Lc 13,12-14 y 33s.
10.Haremos lo posible para ayudar a la política y el Estado
Haremos todo lo posible para que los responsables de nuestro gobierno y de nuestros servicios públicos decidan y pongan en práctica las leyes, estructuras e instituciones sociales que son necesarias para la justicia, la igualdad y el desarrollo armónico y total de todo el hombre y de todos los hombres, y, así, para el advenimiento de un orden social, nuevo, digno de hijos de hombres y de hijos de Dios. Cf. Hch 2,44s; 4,32-35; 5,4; 2 Cor 8–9; 1 Tim 5,16.
11.Justos, como obispos, por el bien común
Porque la colegialidad de los obispos encuentra su más plena realización evangélica en el servicio en común a las mayorías en miseria física cultural y moral –dos tercios de la humanidad– nos comprometemos:
- a compartir, según nuestras posibilidades, en los proyectos urgentes de los episcopados de las naciones pobres;
- a pedir juntos, al nivel de organismos internacionales, dando siempre testimonio del Evangelio, como lo hizo el papa Pablo VI en las Naciones Unidas, la adopción de estructuras económicas y culturales que no fabriquen naciones pobres en un mundo cada vez más rico, sino que permitan que las mayorías pobres salgan de su miseria.
12.Obispos servidores de la caridad pastoral
Nos comprometemos a compartir nuestra vida, en caridad pastoral, con nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes, religiosos y laicos, para que nuestro ministerio constituya un verdadero servicio. Así,
- nos esforzaremos para «revisar nuestra vida» con ellos;
- buscaremos colaboradores para poder ser más animadores según el Espíritu que jefes según el mundo;
- procuraremos hacernos lo más humanamente posible presentes, ser acogedores;
- nos mostraremos abiertos a todos, sea cual fuere su religión. Mc 8,34s; Hch 6,1-7; 1 Tim 3,8-10.
13.Pediremos comprensión, oración y colaboración
Cuando regresemos a nuestras diócesis daremos a conocer estas resoluciones a nuestros diocesanos, pidiéndoles que nos ayuden con su comprensión, su colaboración y sus oraciones. Que Dios nos ayude a ser fieles.
Aniversario para recordar la opción por los pobres
Por todo lo anterior, el aniversario del Pacto de las Catacumbas es una ocasión para celebrarlo. Así lo ha sentido el papa Francisco, quien, a través de sus gestos y palabras, ha puesto de nuevo la opción por los pobres y los marginados en el centro de la vida y el magisterio de la Iglesia.
Apenas ayer, el Papa celebró la misa en la Basílica de San Pedro, acompañado de 100 personas sin hogar, todas con mascarillas, para darles visibilidad con motivo de la VI Jornada Mundial de los Pobres, instituida en el año 2017, consecuencia del Jubileo de la Misericordia (2015/2016).
En esa línea podemos afirmar que, siguiendo el espíritu del Vaticano II, y del mensaje del papa Francisco, el Pacto de las catacumbas de Domitila puede y debe servir como inspiración y orientación para toda la Iglesia.
“Hoy, en estos tiempos de incertidumbre, en estos tiempos de fragilidad, no desperdiciemos nuestras vidas pensando sólo en nosotros mismos, con esa actitud de indiferencia”, recordó el Papa (15.11.2020).