Compartir tu interior o hablar del tiempo, esa es la cuestión en la que se juegan tus relacionesDa miedo construir puentes, tender la mano, dar lo que tengo, entregar la vida. Me asusta vivir entregándolo todo, sin guardarme nada dentro de mí mismo. Sufro por si luego me falta, o lo pierdo todo.
Al mismo tiempo me inquieta vivir a medias, sin invertir mis dones, por miedo a perder, a fracasar en la entrega. Me dan qué pensar las palabras del papa Francisco:
“La tentación de hacer una cultura de muros, de levantar muros, muros en el corazón, muros en la tierra para evitar este encuentro con otras culturas, con otras personas. Y cualquiera que levante un muro, quien construya un muro, terminará siendo un esclavo dentro de los muros que ha construido, sin horizontes. Porque le falta esta alteridad”[1].
No quiero construir muros que me protejan del mundo, de la vida. Muros que al mismo tiempo me aíslen. Muros que no me dejen salir de mi seguridad.
Muros que me incomuniquen y hagan que mi vida deje de tener un sentido. Muros en lugar de puentes. Muros en lugar de puertas y ventanas.
Una casa con altos muros para que nadie entre, para que nadie mire. ¿Para que nadie salga? Un hogar protegido del mundo, y atado a mi esclavitud.
El encuentro te cambia
Necesito a otro frente a mí para crecer, para poder darme, para poder ser fiel, para madurar como persona. Alguien que me confronte con mis límites, con mi pobreza y saque lo mejor que hay en mí.
Necesito un amor que me libere de mi comodidad, de mi mundo enfermo. Quiero confrontarme con mi hermano, mirarlo a los ojos, ver su fragilidad y conmoverme ante su dolor.
Creo que me he vuelto frío, indiferente. Me siento incapaz de sufrir con el que sufre. Tal vez he sido testigo de tanto sufrimiento y de tanta debilidad que no me impresiona.
Quisiera acercarme al que está a mi lado como un niño en busca de esperanza. Abrir la puerta que me aleja del otro, ensimismándome.
Veo que ahora en este tiempo las mascarillas ponen una barrera que me aleja de mi hermano. La distancia obligatoria, la imposibilidad del abrazo, el muro frío que me separa y protege.
Sólo alcanzo a ver los ojos de los que me miran. No sus gestos, tampoco su rictus.
Quisiera que estas barreras impuestas por el miedo al contagio acabaran pronto y volvieran los abrazos y las distancias cortas.
No quiero acostumbrarme a vivir protegido, por miedo, con paredes sólidas, con muros defensivos. No quiero que mi vida sea una soledad poblada de silencios, alejada del bullicio del mundo que asusta.
No quiero vivir a salvo. Quiero romper ese muro que he construido para tener paz y calma. Ese muro desde el que observo la vida, seguro de todo.
Arriesgar y ganar
He tapado mi alma con mucho cuidado para que nadie entre, para que nadie sepa y nadie mire. Para que no me duela levanto defensas. No quiero que me hagan daño.
Tengo claro que una relación construida sobre mentiras o sobre una falta de verdad, está condenada al fracaso. No quiero dejar que los que amo y los que me aman sepan quién soy, tengo miedo.
No acabo de creer que si de verdad me aman nunca me van a rechazar sepan lo que sepan de mí. Pero a menudo me asusto al pensar en su posible reacción.
No serán capaces de aceptarme como soy, pienso. No entenderán mis pecados. No aceptarán mi fragilidad. Y me escondo porque pongo en sus corazones juicios que no tienen.
Y pienso que su mirada está tan enferma como la mía. Y no sabrán apreciar algo bueno dentro de todo lo malo que yo veo en mí.
Y me escondo, me guardo verdades, oculto heridas del pasado, disimulo la realidad que tengo en mi vida. Maquillo ante el espejo mis ojos hondos. Todo por ese miedo al rechazo.
Yo mismo he rechazado a muchos y no acepto que el mundo también lo haga conmigo.
En mi pobreza construyo muros, evito sacar la mano fuera de la distancia permitida, esquivo preguntas personales, hablo de cosas generales que no tocan mi corazón.
¿Qué pasa ahora mismo en mi interior? Hablo de lo que pasa fuera de mí, no dentro de mí. Hablo del mundo, de lo que veo, de lo que observo. No hablo de lo mío porque tengo miedo al rechazo y a la condena.
Me sigo escondiendo detrás de muros seguros que me van a proteger de esas miradas que me hacen daño, de esas verdades que los demás lanzan sobre mí como dardos, como piedras.
Prefiero la mentira que esconde un poco lo que más me duele. Prefiero medias verdades que sutilmente guardan dentro los secretos más amados. Pero así no se construye la vida.
Decido derribar muros para acercarme a mi hermano. Para que pueda mirar dentro de mí, para que sepa quién soy sin tapujos.
Quiero amar sobre mi verdad, sin poner barreras. Levantando puentes que me lleven al otro sin ningún miedo, sin ninguna angustia.
Con la alegría de saber que las raíces hondas del amor que vivo son las que me harán más niño y más de Dios al mismo tiempo.
[1] Papa Francisco, Encíclica Todos hermanos