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Los católicos en Venezuela: Una labor silenciosa, pero constante

VENEZUELA

Consejo Nacional de Laicos de Venezuela

Macky Arenas - publicado el 10/11/20

Están tomando responsabilidades ante la devastadora crisis y ocupando sus puestos en una sociedad necesitada de mensaje y de esperanza

En una ocasión, alguien manifestó al papa Juan Pablo II su preocupación por la merma en las vocaciones religiosas en casi todo el mundo. El hoy San Juan Pablo contestó sin titubeo: “Habrá laicos”.

En Venezuela están llevando adelante una labor silenciosa pero constante. Proliferan los movimientos y se toman iniciativas interesantes como aquella de un grupo que ha considerado su misión formar a la juventud para el ejercicio cristiano de la caridad en el medio político. Recordamos una frase del Papa Pío XI, repetida por Pío XII: “La política es la forma más excelsa de practicar la caridad”.

Aquí se lo han tomado en serio y el campo no puede ser más propicio para la siembra. El liderazgo político carece de formación y menos de soporte doctrinario.  Sabemos que el cristianismo, como bien lo creían los fundadores de esta patria, genera ciudadanía, una ciudadanía responsable, solidaria y con un sentido claro de la primacía del bien común. Es la doctrina social de la Iglesia.

Y el laicado se organiza para hacer que la política sea eso, servicio, caridad; pero para ello hace falta formar a la población en la utilidad de la política como instrumento para forjar una nación donde quepamos todos. Y donde el político se deba a la comunidad y respete a los ciudadanos.

Iglesia somos todos

Hoy, el cuerpo social venezolano está altamente polarizado y el horizonte se otea oscuro, lo que reduce la esperanza de las personas. La Iglesia católica, sus acciones y orientaciones son el recodo seguro en el que una gran mayoría se cobija. Pero Iglesia somos todos y eso parece haber sido bien entendido por los grupos que hoy se entregan a la tarea de construir conciencias con vistas a una transición que algunos ven lejana y otros a la vuelta de la esquina.

“Las urgencias de la gente son muchas pero  no se trata solo de dar lo material que les hace falta, sino además hay que formar, enseñar a ganarse el pan”, nos dice para Aleteia Carlos Luis Capriles Lizarraga, miembro de la directiva del Consejo Nacional de Laicos y animador de un proyecto que pronto puede dar mucho que hablar pues apunta a producir ciudadanos mejor apertrechados, tanto para la edificación de un país inclusivo, como para la defensa de la democracia como sistema de gobierno y de vida digna. Lo que dice Capriles es elemental pero en medio de tanta necesidad, la que menciona es una de las que no se pueden sacar de la lista.

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Un proyecto piloto

Han reunido un grupo numeroso de profesionales que se han abocado a la tarea y seleccionaron una comunidad humilde pero activa, donde unas religiosas llevan años atendiendo un kinder y han desarrollado un ropero donde, aparte de distribuir vestimenta recolectan medicinas. Aparte de ello, han logrado ofrecer atención médica y odontológica primarias.

El pueblo “adora a esas monjitas y son solo dos que han hecho lo que haría un convento entero”, asegura. Pertenecen a la congregación de la Virgen de Altagracia. Hasta allí han llegado nuestros equipos de laicos con la intención de  realizar cine foros y otras actividades en busca de concientizar en las posibilidades del ciudadano, aún inmerso en la más severa crisis que hayamos conocido en el país.

“Nosotros no podemos seguir circulando nuestro mensaje tan sólo entre los sectores pudientes;  necesitamos llegar a las inmensas mayorías descartadas, como dice el Papa Francisco, a las periferias”, sigue diciendo Capriles.

Sucede que en Venezuela va siendo cada vez más complejo distinguir entre clases en el sentido estricto de la palabra. La hiperinflación y las carencias generalizadas han hecho que los analistas hablen de las medias como “clases pobres altas”.  No obstante, hay quienes la pasan peor y esas son las mayorías.

“Hay que sensibilizar a esas personas que están en mi sector social que hay que trabajar por los que menos tienen. La pobreza, material y espiritual, es caldo de cultivo para demagogos y charlatanes. Y que mientras sean más los que disfruten de oportunidades para obtener lo que les hace falta, vamos a estar mejor todos y va a estar mejor el país”, dice convencido.

Núcleos de formación hasta en carpinterías

¿Cómo transmitir un mensaje que no se sienta vacío? “Hay que llegar a la gente, ir hasta donde están, aportarles el conocimiento y las herramientas que nosotros sí tenemos, coexistir con ellos –responde Carlos- eso es lo que nuestros políticos, desgraciadamente, olvidaron hacer hace mucho tiempo”. Es cierto, en Venezuela parece haber un país sufriente y otro que lleva una agenda divorciada de las realidades sociales  complejas. Y es allí donde tercia la Iglesia recordando las penurias de los olvidados y la necesidad de vincular a esos dos países.

“Allí es donde se ubica nuestro propósito, el de acompañar y aportar todo lo que podamos a nuestros hermanos, hoy en graves circunstancias”. Es una manera, la que señala Carlos, de cumplir con aquello de aprovechar los talentos que Dios nos dio.

Grupos de laicos católicos están moviéndose como dinamos. Montan centros de formación en carpinterías, en talleres,  en negocios varios, en comercios. Contactan a todo el que quiere escuchar y ponen a la gente a reflexionar seriamente sobre nuestras dolorosas circunstancias, así como sobre los recursos y potencialidades de que disponemos para superarlas y trazar nuestros propio destino. “No se trata de regalar, se trata de ofrecer formación y entrenamiento para la contingencia y para la vida”.

Una doble purificación

Se avecina la Navidad y quieren “despertar”, como aconsejaba Juan Pablo II.  “Hoy lo dice el Papa Francisco, que estas Navidades pueden ser las más purificadas. Y seguramente se refiere al peso que sobre el mundo ha cargado la pandemia. Pero nosotros tenemos aquí una doble purificación, el virus y la situación humanitaria tan tremenda que atravesamos”, precisa Capriles, cuya madre fue Presidenta del Voluntariado Nacional de Barrios y llevó adelante una maravillosa labor. Él la acompañaba y de allí su sensibilidad hacia este trabajo.

“Pero hay gente que jamás ha pisado un barrio –cuenta Carlos- y se conforman con decir, te doy $20 para el trabajo. O colaboran con una feria, un bingo o algo de comida. Pero hay que visitar a la gente, ver cómo viven los niños, conocer de primera mano la grave situación en que se encuentran nuestros hermanos venezolanos. Sentir el calor humano”.

“¿Quitarnos la misa? ¡Ni hablar!”

Recursos de primera hay en nuestro pueblo. En una de las comunidades,  se celebran misas donde acuden unas 80 personas. Por causas de la pandemia, se optó por no hacerlas presenciales y la gente protestó. Y con razón, pues otro tipo de eventos, donde la aglomeración es mayor y la seguridad se encuentra más comprometida, son permitidos. La eterna historia.

El sacerdote dijo. “Bueno, si viene la policía veremos qué hacemos”. Y la gente respondió: “Que se le ocurra a la policía venir a quitarnos nuestra misa!”. Es la gente del barrio que defiende lo que considera suyo, sus vivencias y tradiciones en familia que no están dispuestos a ceder.

“Hemos estado en una burbuja –reconoce Carlos- y tenemos que salir de ella, Hay demasiada gente padeciendo en este país. Tal vez nuestros padres nos han protegido demasiado, conscientes de los riesgos. Pero como cristianos hemos decidido romper ese celofán, ir a la gente, a sus necesidades. Después de un tiempo en contacto con esa realidad estoy convencido de que hay personas tan pobres que lo único que tienen es dinero. Los humildes son ricos y no tienen plata. Hay quienes hoy comen una sola vez al día y son más felices que yo! Es la gran primera gran lección que aprendes”, termina confesando Capriles.

Tal cual está el mundo, no cabe duda de que el objetivo principal de todo proyecto de país tiene que ser impartir una educación de calidad, que llegue a todos y que, más allá de escuelas y universidades, debe ser tarea y oficio de todo aquel que se dedique a contribuir para hacer una nación feliz. Es la mejor inversión a futuro y lo único que garantiza que no veremos más los espectáculos deprimentes de un liderazgo extraviado y sociedades enfrentadas.


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