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Carlos Padilla Esteban - publicado el 01/11/20

Un alma grande mira al cielo y no desprecia nunca la tierra, la ama

La humildad es un don que admiro en otros. Veo a personas humildes y me conmuevo. Casi como si yo también quisiera serlo.

Pero parece que pronto me arrepiento de esa primera idea. Y no dejo a un lado mi orgullo, ni mi amor propio, nunca cedo ni me pongo en un segundo plano.

Si me llevan la contraria me rebelo y a veces brota la ira en mi interior. No estoy dispuesto a que me ignoren. Creo que me resulta imposible pasar desapercibido.

Recibir críticas y juicios negativos me llena de tristeza, no lo acepto nunca. Renunciar a mi yo por amor a otros, me resulta descabellado.

Deseo ser el centro, estar en el centro. Estar oculto me suena extraño. Admiro la humildad en otros pero es como si yo mismo no la deseara para mi vida.


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La humildad escondida

Al mismo tiempo sé que el amor verdadero tiene que ver con la humildad. Es el amor que ama en lo escondido, en lo oculto. Comentaba el papa Francisco:

“Quien ama, no sólo evita hablar demasiado de sí mismo, sino que además, porque está centrado en los demás, sabe ubicarse en su lugar sin pretender ser el centro”[1].

Hablar menos de mí mismo y dejar que otros hablen. No querer tener razón en todo y siempre. Me gustaría dejar a un lado la autorreferencia para ensalzar más a mi prójimo.

¿Cómo se logra?

¿En qué lugar nacieron los humildes? ¿Quién los educó en esa humildad sana que yo tanto deseo pero no logro alcanzar? Comentaba el padre José Kentenich:

“Puedo decirles por convicción que, si en verdad quieren tener una sana humildad, y hoy en día debemos tener una humildad sana, no una humildad encorvada, deberán esforzarse seriamente por la magnanimidad, por aquello que nosotros denominamos pedagogía de ideales. ¡Verán entonces qué pronto son humildes! En caso contrario, deberán luchar por más tiempo”[2].

Una sana humildad, una humildad enraizada en la verdad, vive de los ideales. Parece ser que tener ideales grandes y sanos ensancha el alma.

Desear lo que aún no tengo. Sólo es una semilla incipiente en mi interior. Un comienzo, una raíz, un tallo casi oculto en la maleza de mi alma.

Un ideal que se eleva sobre las montañas y parece inalcanzable. Como ese sol que nace y muere cada día. Sólo el que sueña con las alturas se da cuenta de su pequeña estatura.

La humildad valora la tierra

No puedo estar tan orgulloso de lo que he logrado que desprecie con mi mirada al que tiene menos. Un alma grande mira al cielo y no desprecia nunca la tierra, la ama.

Entiendo que la humildad es un don que me acerca a los hombres y me acerca a Dios. No se trata de una humildad insana que me hace sentirme inferior.

Me quiero como soy en mi pobreza, en mis límites, en mis sombras. La humildad me abre a los demás, el orgullo me cierra.

Y es abierta

Las personas humildes tienen siempre su puerta abierta. Cualquiera puede entrar en su alma. No han construido barricadas para defenderse.

No buscan guardar su fama, su gloria. No tienen nada que defender. No esperan que los demás las aclamen por sus logros.

Las personas humildes valoran siempre más a su prójimo que a ellos mismos. Ven al otro como un regalo de Dios en sus vidas.

No se comparan con el que está mejor porque ellos en su humildad están contentos con lo que Dios les ha regalado.

No juzga

Las personas humildes no juzgan al prójimo continuamente. Renuncian a sus puntos de vista sin temer el descrédito ni el olvido.

La humildad no tiene nada que ver con la tristeza. Las personas más humildes son las más alegres. Porque están felices con lo que tienen, con las gracias recibidas:

“La valoración alta surge del reconocimiento gozoso de los dones y gracias recibidos de Dios”[3].

El que es verdaderamente humilde ama lo bueno que Dios ha puesto en su corazón y está feliz con la vida que tiene.

Tiene en alta estima su propia vida y eso le permite ver la belleza que hay en tantas personas. No sufre en las comparaciones.

No se amarga al ver que alguien triunfa. Valora sus logros como propios sin pensar que los éxitos ajenos puedan ensombrecer su propio camino.

No ansían un lugar diferente al que ahora tienen. No quieren una posición mejor, ni se vanaglorian del alto lugar que ahora ocupan.

Simplemente saben que todo es pasajero. Que la vida son dos días y los logros humanos una sombra que pasa. No tiemblan, no se asustan, no se angustian si no están donde merecen.

Alguien se pierde lo que ellos pueden dar. Pero eso no les inquieta. Dios que ve en lo escondido se alegra con su entrega generosa aun no siendo reconocida por los hombres.

Quisiera ser más humilde, más pobre, más libre. Y no vivir en tensión pensando que alguien pueda llegar a quitarme lo que ahora parece mío.

No temo el olvido ni la falta de atención por los logros conseguidos. No importa que nadie tome en cuenta lo que valgo, lo que he hecho.

Quiero tomar con la misma paz los halagos que las críticas. Los juicios positivos exagerados tanto como los juicios injustos difamatorios. No me alteran ni los gritos, ni las condenas.En lo uno como en lo otro me sé amado por Dios, eso me salva.

[1] Papa Francisco, Exhortación Amoris Laetitia

[2] King, Herbert. King Nº 2 El Poder del Amor

[3] Locher, Peter,Niehaus, Jonathan. Kentenich Reader Tomo 3: Seguir al profeta

Tags:
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