La vida del fundador de los Caballeros reflejó sus dos grandes amoresEl 10 de noviembre de 1884, el padre McGivney pronunció su sermón de despedida a su amada parroquia de St. Mary. Los feligreses lloraron.
“Nunca, al parecer, una congregación fue tan afectada por el discurso de despedida de un clérigo como la gran audiencia que llenó St. Mary’s ayer”, informó el New Haven Evening Register. “Nunca ha habido un sacerdote joven más enérgico o trabajador en New Haven que él”.
¿Por qué el Padre McGivney era tan querido? ¿Qué lo convirtió en un párroco tan notable? Sin duda, fue porque el Padre McGivney se aferró a estos dos grandes mandamientos.
Primero, amaba al Señor con todo su corazón. Era un hombre de oración y disfrutaba uniendo a otros al Señor por medio de los sacramentos. Ésta es la gran y privilegiada obra de un sacerdote.
Hay una historia notable sobre la visita del padre McGivney a una prisión local. Las palabras de Jesús me vienen a la mente con facilidad: “Estaba en la cárcel y me visitaste” (Mateo 25:36).
El padre McGivney se encariñó especialmente con James “Chip” Smith, de 21 años, que fue condenado a muerte por asesinar a un jefe de policía. El ofensor, arrepentido, se benefició enormemente de la presencia y la guía espiritual del padre McGivney. Por su parte, Smith fue absuelto de sus pecados y el padre McGivney incluso celebró la Santa Misa en prisión.
Poco después de esa misa, el joven sacerdote mostró su dolor por el condenado. Smith lo consoló diciendo: “Padre, sus santos ministerios me han permitido enfrentar la muerte sin temblar. No tema por mí, no debo derrumbarme ahora”.
El padre McGivney estuvo presente en la ejecución del joven, orando incesantemente por él con -atestigua un periodista- el rostro mojado por las lágrimas.
En segundo lugar, el padre McGivney era amado porque amaba a su prójimo. El padre McGivney no se limitó a predicar el amor al prójimo. En una época en la que los católicos enfrentaban una gran necesidad material, el padre McGivney proveía las necesidades básicas.
Su trabajo, fundando Caballeros de Colón como una sociedad benéfica fraternal, proporcionaría el sustento de las viudas de los miembros y sus hijos. Nuevamente escuchamos las palabras de Jesús cuando el Padre McGivney ofrece comida a los necesitados (Mateo 25, 35) y consuela a los que lloran (Mateo 5, 4).
Un sacerdote testifica sobre la caridad del padre McGivney diciendo: “Los pobres encontraron en él un buen samaritano y eran receptores frecuentes de su generosidad”. Verdadero buen samaritano, el padre McGivney no recurrió a la abstracción ni a la teorización. Simplemente ayudó a los necesitados.
Al describir la invitación a servir a los necesitados en la parábola del Buen Samaritano, el Papa Francisco escribe: “La parábola presenta elocuentemente la decisión básica que debemos tomar para reconstruir nuestro mundo herido. Ante tanto dolor y sufrimiento, nuestro único camino es imitar al Buen Samaritano” (Fratelli Tutti, 67). Esta fue la labor ampliamente reconocida del padre McGivney.
El Padre McGivney será beatificado este sábado 31 de octubre. La beatificación, sin embargo, no es un honor otorgado a un hombre o una mujer por un éxito medido o evidente. La beatificación es un reconocimiento de la profundidad del amor del corazón: el amor a Dios y el amor al prójimo.
El Papa San Juan Pablo II ha dicho: “¡El mundo mira al sacerdote, porque mira a Jesús! Nadie puede ver a Cristo; pero todos ven al sacerdote, y a través de él desean vislumbrar al Señor”. Cualquiera que busque a Cristo puede vislumbrarlo en el Padre McGivney.