Si un Dios escondido hubiera eliminado la resistencia del capullo, la mariposa no habría podido volarLa casualidad en la vida no existe. Las cosas no suceden por casualidad. Hay un Dios que me ama y guía mi vida en lo oculto. Sin que yo lo entienda. Hay una ley en la espiritualidad india que dice:
“Lo que sucede es la única cosa que podía haber sucedido”.
Nada de lo que me sucede en la vida es accidental. No podría haber sido de otra manera. Ni siquiera el detalle más insignificante.
A menudo me quedo pensando en lo que podía haber sido de mi vida si yo hubiera dicho otra cosa en aquel momento.
O hubiera hecho algo diferente, o elegido otro camino. O simplemente si yo no hubiera estado allí, sino en otro lugar. De nada sirven esas conjeturas.
¿Qué hubiera sido de mí si hubiera dicho que no a lo que Dios me pedía? ¿Qué camino hubiera seguido si aquella persona hubiera actuado de otra manera? ¿Cómo hubiera sido mi familia con otros padres, o diferentes hermanos?
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Nada de eso es pensable. Las cosas han sido de una determinada manera querida o permitida por Dios.
A veces pretendo encontrarle un sentido a todo. Trato de entender los caminos de Dios y quiero que todo encaje dentro de lo razonable.
Ha sido buena esta enfermedad para educarme en la paciencia. Ha sido buena la ausencia para valorar lo que tengo. Ha sido buena la pérdida para amar lo que sí poseo.
No creo en un Dios que me quite la vista para desarrollar el oído. No creo en un Dios que me mande un mal para que yo crezca y madure.
Las cosas son lo que son y podría llegar a decir que mi vida ha sido perfecta. Aunque vea con claridad que no es así. Pero para mí sí lo ha sido.
Ha sido perfecto dentro del dolor, la soledad y la pérdida. Y tengo la oportunidad de verlo todo o como una ganancia o como una derrota.
Creo en un Dios que me enseña a sacar un bien de cada mal que sufro. No me deja solo después de mi naufragio. Se aferra a mi tabla para sujetar mis miedos. Y sostiene mi vida en medio de temblores.
Y me enseña a salir adelante. Me abre horizontes amplios. Y me permite valorar lo que tengo, sin pensar demasiado en lo que he perdido.
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No todo habrá tenido un sentido en mi historia. No lo pretendo. No quiero racionalizar las desgracias buscando ganancias posibles en pérdidas muy duras.
La vida es como es, no como yo quisiera pintarla. Por mucho que la reinvente cada mañana no puedo maquillar mis heridas detrás de una apariencia festiva.
Vendo en mis imágenes el que quiero ser. Disimulo mis profundos vacíos. Y me invento una vida mejor que la que nunca había soñado. Una vida digna de ser admirada. Lista para ser presentada como impecable a los ojos del mundo.
¿Acallo entonces las batallas perdidas? ¿Omito los dolores y los perdones que no logro dar? ¿Silencio las mentiras que me envenenaron y el dolor de las pérdidas?
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No necesito ir por la vida desnudando mis miserias. Dios las conoce y me ama en mi pudor, en lo más íntimo. Y los que me aman conocen todo mi pasado, toda mi verdad.
Ante ellos vivo despierto, con paz, abierto en canal con todo lo que tengo. Y agradecido por ese Dios que en ningún momento de mi camino tomó un rumbo diferente al mío.
En mis decisiones equivocadas acompañó paciente mis pasos. Y sostuvo mi llanto cuando no soporté tantas injusticias. Y me enseñó a pescar en río revuelto. Y me ayudó a confiar cuando todo lo había perdido.
Ese Dios de mi providencia. Ese ángel custodio que puso en mi camino. Esa sonrisa sincera y ese abrazo dado, recibido.
Me enseñó a vivirlo todo, lo bueno y lo malo. Valorando agradecido todo lo que tengo. La vida es la que es. Es la mejor vida que jamás pude haber soñado. Puedo decir lo que hoy escucho en el salmo:
“Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.
Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío,
mi fuerza salvadora, mi baluarte”.
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Creo en ese Dios que no me enseña a fuerza de golpes del destino. No despliega su poder para hacer naufragar mi frágil barca. No se ausenta de mi ruta para que yo me pierda.
Es mi padre que me ayuda a sacar un bien de un mal. Una ganancia de una gran pérdida. No todo tiene sentido. Y no todo cuadra en mi vida.
Sólo sé que me gusta cómo es mi camino imperfecto, mis cimientos ruinosos. Acepto mis decisiones torpes. Y sé que quizás podría haber hecho las cosas de forma diferente.
Pero ese sentimiento no cambia nada. Los pasos son los que han sido y hoy soy el que soy gracias a todo lo vivido. Bueno y malo. Aciertos y errores.
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Puede la mariposa volar porque al salir del capullo tuvo que hacer un esfuerzo que superaba su capacidad. Peleó contra la resistencia que retenía sus ansias de volar. Y venció, superando esa barrera que parecía infranqueable.
Y fruto del esfuerzo sus alas estaban fortalecidas. Podía volar. Si un Dios escondido hubiera eliminado la resistencia del capullo no habría podido volar. Mis alas no servirían para elevar el vuelo.
Así es en la vida tantas veces. Las dificultades no son lo que más deseo. No está hecho mi corazón para la muerte, para el sufrimiento, sino para el bien y la vida.
Pero luego, cuando paso por momentos de dolor, algo en mí se fortalece. Algo así como un órgano interior que desconocía antes. Una capacidad oculta que me hace capaz de lo imposible, puedo volar.
Y logro así levantarme por encima de todos mis miedos y debilidades.