Se dedicó a los más sufridos, víctimas de los garimpeiros que arrasan por la fiebre del oro
El día 11 de septiembre, día de la Virgen de Coromoto, José se encontraba en un círculo de oración. Antes había asistido a misa. De repente, les anuncian que viene una religiosa salesiana a presentarles un proyecto de voluntariado para trabajar en la selva con las comunidades indígenas. El corazón le dio un vuelco. Era un proyecto de amor, de entrega y de compromiso. De hecho, se llamaba Proyecto de Amor. “Era el día de mi vida –cuenta- estaba por venir, lo había esperado tanto!”.
Era un movimiento católico que animaba a adentrarse en el mundo misionero para trabajar con los indígenas en la selva amazónica venezolana. Son los salesianos los más activos actualmente y tienen varias misiones en la región desde hace muchos años.
“Como tantos jóvenes con estas inquietudes, siempre soñé con algo así para mi vida. Acepté de inmediato formar parte del proyecto y sin pensarlo dos veces, dije que sí a los salesianos y, por supuesto, a mis hermanos yanomami”, consideró.
Muchos los llamados, pocos los escogidos
José Boscán Baldó es el nombre del joven protagonista de este relato que nos confió su experiencia para Aleteia. Como tantos, tenía ilusión de conocer un mundo tan distinto, estimulado por el testimonio de los sacerdotes salesianos que hablaban maravillas de los misioneros y del increíble bien que han hecho a la humanidad a través de los tiempos. La contribución vivencial que recibió fue determinante para que diera el paso.
No sabía cómo reaccionaría su familia pero expresó:
“Mis papás son conscientes de mi compromiso con Dios y sabían que yo estaba estaba preparado. Comenzamos a poner todo en orden para la salida. Una amiga me dijo que lo malo era que nos separaríamos, pero yo le aseguré que la obra de Dios no separa, sino que más bien une y el afecto se fortalece en el camino de trabajo fraterno y misionero aquí en la tierra”.
Sabemos que “muchos son los llamados y pocos los escogidos” y eso se cumplió en José. Eran muchísimos los que ansiaban ir a las misiones. Pero José fue seleccionado y se puso en marcha.
Camino a la selva
Llegó a la misión salesiana en Puerto Ayacucho (capital del estado Amazonas) y encontró a un grupo de sacerdotes mayores, de esos que pasan décadas en la selva y jamás quieren irse. María Auxiliadora los ampara y los guía. Muchos de ellos son europeos y “fue tan interesante compartir con ellos!”, dice José. “Especialmente los gestos de afecto y demostraciones de fe por parte del obispo que no dejó de sorprenderme, sobre todo sus recomendaciones que retuve para siempre”.
“Para llegar a nuestro destino, pasamos por Okamo, un pintoresco y colorido pueblito, asiento de una comunidad misionera donde vi por primera vez a los yanomami. Las lágrimas se me salieron. Me había imaginado todo, su color, sus facciones…y allí estaban, llenos de curiosidad por causa de nosotros, forasteros, pero con sus caras humildes y su mirada limpia”. En Mawaca recibieron una cálida recepción por parte de los maestros de la misión.
Comenzó la rutina diaria en la Amazonía. No le costó adaptarse y era parecida a lo que tenía en mente. Encuentros entre los jóvenes catecúmenos, cristianos y adultos, cantos, clases y actividades deportivas. “Fue grato compartir todas las tardes con todos los hijos del platanal, haber realizado círculos de oración, contribuyendo a mantener la semilla en muchos jóvenes que asistían a las reuniones donde cada semana se impartía formación a través del sistema Radiofónico Paulo Freire. Qué experiencia verdaderamente inolvidable!”, cuenta José.
Los yanomami son un pueblo muy rico en costumbres y creencias. “Mi dedicación –explica- fue en su mayor parte a los sufridos por la tragedia de “Haximú” una comunidad de nativos hostigados por los colonos del oro y los garimpeiros”.
La matanza
En 1993, 16 indígenas fueron asesinados por mineros ilegales brasileños en la población de Haximú. En la zona operan numerosos buscadores de oro ilegales que atacaron a la comunidad. Hay quienes aseguran que murieron unos 80. Aquellos que sobrevivieron se encontraban cazando mientras la casa comunal yanomami era devorada por las llamas.
En aquella ocasión, el director de Survival International, Stephen Corry, declaró: “Esta es otra brutal tragedia para los yanomamis: quienes acumulan crimen tras crimen. Todos los gobiernos amazónicos deben poner fin a la desenfrenada minería, tala y ocupación ilegal en y de territorios indígenas. Esto conduce inevitablemente a masacres de hombres, mujeres y niños indígenas”.
En 2008 también murieron cinco indígenas en la comunidad de Momoi, intoxicados por el mercurio que utilizan los garimpeiros para la explotación del oro y que ha contaminado extensas los suelos y los ríos de la zona.
Un garimpeiro puede traducirse en minero informal. Es un buscador ilegal de piedras preciosas –oro en este caso- en garimpos, explotaciones manuales o mecanizadas en sitios distantes. Los brasileños que se ocupan de estas actividades ilegales no tienen fronteras y faenan en ríos de las selva del sur de Venezuela.
“Dios me ayudará a conseguir testigos”
El lugar de la tragedia se encuentra en un extremo apartado del sureste del Estado Amazonas de Venezuela, fronterizo con Brasil, a seis semanas de camino a pie de Parima, el centro poblado más cercano; ni las autoridades venezolanas ni las organizaciones indígenas lograron llegar hasta allí para verificar lo ocurrido. Luis Shatiwë, representante de la organización indígena Horonami, dio fe de ello pero no le creían. “Ahora no me creen –dijo-. Pero Dios me ayudará a conseguir a los testigos”.
Por episodios como estos, la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha suscrito un acuerdo con el estado venezolano en el que éste se compromete a garantizar la integridad del pueblo yanomami. El documento fue firmado el 20 de marzo de 2012 y obliga a Venezuela a que se haga justicia en el caso de la masacre de Haximú y que se tomen medidas de protección y atención a favor de las comunidades indígenas. Que sepamos, hasta ahora no hubo justicia.
Esa comunidad quedó muy traumatizada, no sólo por la masacre en sí, sino por la forma despectiva e insensible como fue tratada su tragedia por parte de las autoridades.
“Consideré –explica nuestro misionero venezolano José Boscán- que mi deber como soldado de Cristo era el de acompañarlos y evangelizar. Seguimos adelante con la fuerza de los Hijos de San Juan Bosco y con el Amor de las Hijas de María Auxiliadora”, añade.
Por mucho tiempo, José convivió con esas comunidades, predicó entre ellos y reconoce que se siente obligado, reconocido de haber podido atesorar esas vivencias. “En realidad he vivido una experiencia grata y mis mejores recuerdos, agradecido a MAWAKA “HOA Yamaki KU”.
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