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Eutanasia social: la solución barata

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Miguel Pastorino - publicado el 20/09/20
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Pedirle al médico que sea el asesino legal de sus pacientes pervierte la naturaleza fundamental de su vocaciónCuando se habla de despenalizar la eutanasia se suele pensar en casos particulares o extraordinarios como situaciones que reclamarían un cambio en las legislaciones. Sin embargo, poco se analizan las consecuencias sociales y culturales de un cambio jurídico de tal magnitud, porque se trata de un problema de vida o muerte.

Si bien no son iguales las realidades de cada país, lo cierto es que donde se ha despenalizado la eutanasia y el suicidio asistido, se ha construido una cultura de la muerte de la que es difícil volver.

Personas a quienes sus seguros de salud les avisan que no pueden cubrirle un tratamiento, pero sí un suicidio asistido, o ancianos que huyen a otro país por miedo a que los médicos los maten sin su consentimiento con amparo legal.

Casos complejos de niños con discapacidades, ancianos con demencia y otros que no pidieron la muerte y fueron asesinados en forma legal, porque ”otro ejerció su derecho a morir” es la triste historia de Oregón, Holanda y Bélgica.

Cuando se le quita protección a los más vulnerables.

Poco se habla de la mistanasia, un término acuñado en las últimas décadas (“muerte infeliz”) en el campo de la bioética, que designa la experiencia de abandono de las personas a condiciones de vida miserables, negándoles la atención debida. Mucha gente ha sido arrojada a una vida de desamparo, cuando vive abandonada de su familia, del sistema y ya no tiene donde sostener su vida.

¿Qué pasa si a estas personas, en lugar de brindarles la ayuda que merecen, se les ofrece terminar con sus vidas miserables? Es la eutanasia social la que desemboca en una eutanasia clínica, cuando la persona vive sin un sentido, sin un apoyo, sin una razón para seguir. ¿No termina siendo la eutanasia una manera elegante de matar a los más pobres?

Una sociedad incapaz de garantizar un entorno digno para cada ser humano, estaría garantizando, en cambio, una salida rápida al que ha perdido el sentido de su vida. Se diría -no sin cinismo- que cada uno elige libremente su final; pero no dejaría de ser un desenlace previsible de una serie de injusticias invisibilizadas que prepararon ese camino.

El verdadero progreso de una sociedad es cuando esta defiende los intereses de los más vulnerables. La eutanasia y el suicidio asistido no son una cuestión exclusivamente individual, sino fundamentalmente un hecho social y político, por lo cual despenalizarlos afecta a todos los ciudadanos, no solo a casos particulares.

El Estado no puede legislar para intereses particulares, sino para el bien de los ciudadanos, cuidando el bien superior. La alternativa al sufrimiento es el alivio y el cuidado, no matar a las personas o normalizarles el suicidio.

Eutanasia: la solución barata para el descarte de personas.

Un tema preocupante que no parece discutirse es el aspecto económico. Claramente, los cuidados paliativos son más caros. Pensemos lo que significa mantener diariamente una cama de CTI. ¿No se vuelve, la eutanasia, una solución fácil para reducir costos en un sistema de salud sobrecargado? ¿No terminaría siendo, como en algunos países, una forma legal de recortar gastos olvidando la dignidad humana?

Algunos dicen que hoy se practica ilegalmente y contra la ética médica, y por eso debería legalizarse. En realidad, es lógico suponer que su legalización ampliaría su uso por las razones económicas antedichas, y libraría a los médicos de toda responsabilidad. Además, que algo que va contra la ética médica se practique solapadamente, no lo vuelve más ético que se lo despenalice.

En Oregón, el Estado norteamericano que ha sido elogiado como progresista en la despenalización de la eutanasia y el suicidio asistido, registra un caso que me permito citar: En 2008 Randy Stroup, un ciudadano norteamericano enfermo de cáncer, recibió una respuesta negativa de su seguro de salud Oregón Health Plan ante su petición de ayuda financiera para una costosa quimioterapia; sin embargo, le indicaron que sí asumirían los costos de un suicidio médicamente asistido. ¿Esto no escandaliza a nadie?

La aprobación de la eutanasia ¿nace de la exigencia de un derecho o de una falta de solidaridad previa? ¿No lleva la despenalización a propagar actitudes y comportamientos socialmente injustos donde se deshumaniza y mercantiliza el morir?

Lo que supuestamente se le concede al paciente como un “derecho a morir” se convierte subjetivamente en una opción obligada para quien se siente una carga para sus seres queridos o para la sociedad. Ofrecer la muerte provocada a una persona vulnerable es dar un mensaje a toda la población sobre el valor de la vida humana, donde algunas valdrán menos.

Cambio en la vocación médica: Licencia para matar.

Desde Hipócrates la medicina ha pasado por 2500 años de una relación paternalista entre el médico y el paciente. En contrapartida, se corre actualmente el riesgo de irse a otro extremo, en clave de cliente y prestador de servicios, donde el médico tendría que consentir los deseos de su paciente, incluido el de darle la muerte.

¿Esto no va contra la ética médica más básica? ¿El paciente ha de exigirle al médico cualquier cosa? Respetar los derechos del paciente y su autonomía no implica consentir un acto gravemente inmoral que es también un delito.

Un paciente debidamente informado es capaz de elegir entre opciones que el médico le ofrece. Pero el médico ¿puede ofrecerle el servicio de matarlo?

La experiencia, en los pocos países donde se ha legalizado, es que esta relación queda trastocada y herida de muerte. Además también se olvida que la relación de libertad y autonomía es asimétrica, ignorando el factor social de las presiones económicas, sociales, culturales y familiares, por lo cual siempre los grupos más vulnerables son los que corren más peligro de aceptar una excepción al principio de no matar.

Contrariamente a una idea extendida, los Cuidados Paliativos y la Eutanasia se oponen entre sí, son contrapuestas en su finalidad, en su objetivo fundamental. No son complementarias acciones opuestas: Aliviar al que sufre no se complementa con eliminarlo. Ayudar a morir no es sinónimo de matar.

Si se despenaliza la eutanasia, ¿cómo vivirá el personal de salud estas situaciones cuando reciba la petición de ir en contra de su propia formación y vocación? ¿No se los sobrecarga con un peso imposible de llevar?

Pedirle al médico que sea el asesino legal de sus pacientes pervierte la naturaleza fundamental de su vocación y destruye la confianza fundamental que el paciente ha de tener en sus cuidadores. Ahora recibirían una nueva función: dar muerte.

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