Una de las formas de torturas denunciadas por la ONU, en contra del gobierno venezolano, consiste en la aplicación de posiciones de estrés llamadas la “crucifixión”, un suplicio parecido al que vivió Jesucristo en las últimas horas de su vida terrenal
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Cuando en un informe sobre las violaciones de los derechos humanos –en este caso ocurridas en Venezuela– se habla de “la crucifixión” como método de tortura del gobierno hacia las personas privadas de libertad, inmediatamente el pensamiento se traslada a la cruel y despiadada forma en la que murió Jesús de Nazaret.
También, a la dantesca imagen de un hecho histórico que fue rememorado en la película Espartaco, en la que se observa una fila de 6 mil esclavos rebeldes colgados en cruces, “adornando” la Vía Apia desde Roma a Capua, en el año 73 antes de la era cristiana.
En Venezuela, buena parte de los presos políticos padecieron este suplicio. Los signos evidentes son las marcas en muñecas, manos y brazos fracturados y dislocados por la altura a la que estuvieron suspendidos soportando el peso de su propio cuerpo. Algunos prefieren no hablar de ello porque es recordar el peor episodio de sus vidas.
Son momentos de dolor, tristeza y soledad; de quiebre emocional y de orgullos heridos; de falsos testimonios para no seguir recibiendo palizas mientras están suspendidos en el aire. Sus cuerpos quedaban entumecidos y los músculos acalambrados. Los esfínteres fueron incontrolados, y hasta desear la muerte les hacía pensar que acortaba los suplicios. La realidad era que estaban colgados de sus brazos, cual si de un Cristo se tratara.
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