Una actitud mucho mejor que esperar a que la pandemia pase cuanto antes o pretender que no exista
No quiero pensar en este tiempo de pandemia como un tiempo perdido. Me resisto a creer que detrás de este confinamiento no se esconde una oportunidad para mi vida.
No acepto que me digan que pronto volveré a la normalidad de antes. No quiero aceptar como un mal menor una nueva normalidad para mi vida.
Como si este tiempo tuviera que ser un detener mis pasos, un cambiar mis hábitos y renunciar a todos mis deseos de amar y dar la vida.
Me niego a resignarme.
Todo lo contrario: en esta contrariedad de un tiempo tan difícil, en medio del dolor de tantos y las pérdidas que laceran tantos corazones, agobiado por una crisis que amenaza con echar por tierra pilares firmes que sostenían mi vida, mi corazón se levanta y mira al cielo confiado.
Pienso que un pájaro al posarse sobre una rama no tiene miedo de su debilidad. No le asusta que su peso pueda romperla.
No mira hacia abajo con temor, porque tiene puesta su confianza no en la resistencia de su rama, sino en la fuerza de sus alas dispuestas a elevar el vuelo en cualquier momento.
Esa actitud del pájaro es la que yo tengo en medio de estas adversidades que amenazan con hundir la barca de mis seguridades.
Mi confianza no está puesta en la fortaleza de las circunstancias que me rodean. Como si mi estado de ánimo pudiera depender de un cambio súbito de todas las variables.
Tengo puesta mis esperanzas en el cielo hacia el que se eleva mi vuelo. No tanto en las ramas sobre las que camino tranquilo. No tiemblo por si se rompen. No me angustia que no salgan adelante mis proyectos.
Creo en el amor de Dios en mi vida y sé que ese amor está por encima de mis miedos.
Ahora se me presenta una oportunidad, un desafío ante mis ojos. Puedo crecer, puedo renovarme, puedo reinventarme. O puedo simplemente vivir amargado por la mala suerte que tengo. Lamentando todos mis fracasos. Hundido ante un momento histórico que me va a cambiar para siempre. Escribía el ahora papa Francisco:
“El náufrago se enfrenta al desafío de sobrevivir con creatividad. O espera que lo vengan a rescatar o él mismo empieza su propio rescate. En la isla donde se llega tiene que empezar a construir una choza para la que puede utilizar tablones del barco hundido y, también, elementos nuevos que encuentra en el lugar”.
Me encuentro en medio de un naufragio. Pero yo decido ahora qué hacer con mi vida.
Puedo permanecer quieto esperando un milagro. Puedo vivir quejándome de la vida, de Dios que no hace nada y del mundo que es injusto y cruel. O puedo ponerme manos a la obra. Puedo emprender un camino imposible entre restos del naufragio.
Puedo hacerlo si me dejo hacer antes por Dios. Él puede hacerlo en mí. No tengo miedo. Dios sabe que soy capaz de comenzar de nuevo.
No me da miedo volver a fracasar o dejar escapar la oportunidad que se presenta ante mis ojos. No me quedo en lo negativo ni me angustio cayendo en la autocrítica. Leía el otro día:
“Deseo no criticarme en demasía, sino siempre con bondad, nunca para hundirme en el vacío del desaliento y la depresión o autocompasión, sino que intentando siempre avanzar un pequeño paso hacia una mayor conciencia”.
No busco la autocompasión. Me pongo decidido a hacer algo. Está en mi mano la posibilidad de salir de esta crisis renovado, cambiado por dentro, mejorado.
Puedo crecer, puedo inventar nuevas rutas. Puedo creer en mí mismo mucho más de lo que nunca había creído. No quiero perder la esperanza.
La fortaleza de la rama no me preocupa. Yo estoy hecho para volar, para soñar, para luchar por vivir una vida más plena de la que ahora tengo.
Por eso quiero aprovechar este tiempo extraño de confinamiento y distancias, de miedos e incertidumbre, de enfermedad y de muerte.
Un tiempo que no puedo soslayar pretendiendo que no existe. Está ahí ante mis ojos. Las cosas no van a cambiar en dos días.
Lo que ahora me atemoriza no va a pasar al olvido de pronto. No le tengo miedo a mi vida como es hoy. No me quejo, no me amargo.
La tomo entre mis manos y me digo que Dios la va a hacer maravillosa. Él puede hacer milagros conmigo. Puede atraerme a su descanso. Puede lograr que sueñe con una vida mejor, con una vida nueva.
No me detengo. Este tiempo no es un tiempo perdido, un paréntesis en mi vida. Quiero aprovecharlo al máximo de muchas maneras.
Mis vínculos no se van a enfriar, se harán más profundos, aunque medien pantallas en la distancia. No dejaré de invertir tiempo en crecer como persona, sin esperar a que cambien las circunstancias.
El futuro no está en mi mano. Sí lo está el decidir con qué actitud quiero enfrentar mi vida aquí y ahora, en el presente. Es este el momento en el que Dios me pide que le siga.