“Cada generación de niños ofrece a la humanidad la posibilidad de reconstruir al mundo de su ruina”
Creo que este año, más que nunca, con las clases en casa, nos dimos cuenta que las maestras son verdaderas heroínas. Pero eso no es sólo de ahora; de hecho, justo después de la Primera Guerra Mundial, hubo una docente inglesa que no descansó hasta que a los niños se les reconocieran sus derechos.
Su nombre era Eglantyne Jebb y siempre fue una mujer adelantada a su tiempo. Aunque su familia era acomodada, igual quiso estudiar, algo no muy común a finales del siglo XIX. No obstante, sus estudios en ciencias políticas no fueron de su total agrado, así que se retiró de la universidad de Oxford y la convencieron para que ingresara en la Escuela Superior para Profesores (Stockwell). Destacó como maestra, pero ella estaba segura que podía hacer algo más por los niños.
Comenzó a hacer labores de caridad y eso la llevó hasta Los Balcanes en 1913 para ayudar en el Fondo de Auxilio Macedonio. Allí debía ayudar a repartir el dinero recaudado tanto a los vencedores como a los vencidos, sin importar su nacionalidad o religión.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial en 1915 ya tenía problemas de salud: bocio. Afortunadamente pudo curarse. Durante su reposo en los años de guerra, Eglantyne ayudó a su hermana Dorothy en una misión pacifista muy importante. Se dieron cuenta que los diarios británicos solo mostraban un lado de la historia, así que pidieron permiso para importar periódicos de los países “enemigos” para mostrar, a través de una revista propia, una visión más equilibrada de la situación.
Cada generación de niños ofrece a la humanidad la posibilidad de reconstruir al mundo de su ruina”
Se encontraron con muchas denuncias de escasez de comida, de falta de fórmulas infantiles, de ropa y otros productos básicos. El bloqueo de Gran Bretaña y sus aliados no permitían el paso de suministros, afectando terriblemente a los más inocentes de todos: los niños.
Y no es que no le importaran los adultos, pero su mayor interés eran los más pequeños. “Cada generación de niños ofrece a la humanidad la posibilidad de reconstruir al mundo de su ruina”, escribió en una oportunidad.
Eglantyne no se podía quedar con los brazos cruzados, así que decidió emprender una campaña para crear un fondo para ayudar a todos los niños de Europa a través de una organización, Save the Children (que hoy todavía existe y está en más de 100 países), sin importar si eran de las “naciones enemigas”.
En 1919 se fue a la famosa Trafalgar Square a repartir unos panfletos que decían en grande “Lucha contra el hambre” y “Nuestro bloqueo está causando esto”, acompañados de fotos de niños austríacos visiblemente desnutridos. Se la llevaron presa y la declararon culpable. Le pusieron una multa para salir, pero el juez del caso estaba tan impresionado con su compromiso con los niños, que él mismo la pagó. Se considera que esa fue la primera “donación” a Save The Children.
No pasarían muchos días para que empezaran a llegar donaciones de todas partes y hasta pudieron abrir poco a poco otras sedes de Save The Children en otros países.
Su frase “todas las guerras son guerras contra los niños” resonó en el corazón de mucha gente. Incluso, Eglantyne tuvo una audiencia con el Papa Benedicto XV en Roma, quien mostró su apoyo a la organización.
Pero esto no es todo. La valiente maestra británica también fue la impulsora de los derechos del niño que hoy conocemos. Ella estaba convencida de que debía haber un documento que definiera los deberes de los adultos para con la infancia que fuera reconocido por todos los países (o, al menos, la mayoría).
Todas las guerras son guerras contra los niños”
En 1924, en la convención de la Liga de las Naciones en Ginebra, Eglantyne presentó un documento corto pero contundente donde expresaba los que, para ella, deberían ser los derechos universales de los niños:
El niño hambriento deberá ser alimentado; el niño enfermo deberá ser curado; el niño discapacitado deberá ser apoyado; el niño delincuente deberá ser reformado; y el niño huérfano y abandonado deberá ser protegido y asistido”.
Este documento fue adoptado por las Naciones Unidas en 1959 (31 años después de la muerte de Eglantyne y seis años después del fin de la Segunda Guerra Mundial) y sirvió de base para la Convención sobre los Derechos del Niño, donde finalmente se les reconoce sus derechos específicos.
Save the Children escucha a menudo que sus objetivos son imposibles, que siempre ha habido sufrimiento infantil y siempre lo habrá. Sabemos que nada es imposible a menos que nosotros lo hagamos imposible. Solamente es imposible lo que nosotros nos negamos a intentar”.