Dado que vivimos en el tiempo, no podemos imaginar una vida feliz sin una renovación perpetua de nuestro entorno y de nuestras alegrías y pensar en el cielo parece lejano.
Incluso si vivimos en una casa ideal, con una vida fabulosa en el mar o en la montaña, la decoración cambia de un día para otro y nos encanta verla de otra forma. Nos encanta recibir en ella a amigos nuevos o mirar alguna cosa nueva en la televisión. Y si vivimos como ermitaños, nos encanta descubrir un poco más cada día el auténtico rostro de Cristo y su amor.
Así las cosas, ¿cómo vamos a ser felices en el Cielo, cuando veamos por fin a Jesús en el esplendor de su gloria y gocemos de la plenitud de su amor?
¡No habrá nada que descubrir ni que inventar! ¿Cómo contentarnos con un oratorio cuando hemos pasado toda la vida en un laboratorio?
La sorpresa será más maravillosa de lo que podamos imaginar
Nos consolamos pensando que recorreremos todo el paraíso y que nunca terminaremos de decirnos “gracias” los unos a los otros, las “María Magdalena” a las “María Goretti” y viceversa.
Nuestros verdugos nos pedirán perdón y lo recibiremos de aquellos a quienes hemos herido. Gritaremos ovaciones a todos los santos y santas que creemos conocer y que aparecerán por fin ante nosotros con todo su brillo.
Recordemos sobre todo que Dios nos dirá un día: “Entra a participar del gozo de tu señor” (Mt 25,21).
Entonces, en un “flechazo” sin fin, entraremos en la alegría del Hijo bienamado: nosotros también, no dejaremos de elevarnos hacia el Padre diciéndole: “Padre, estoy feliz de ser tu hijo querido y Tú, ¡eres formidable!”
La sorpresa que Dios prepara es más maravillosa de lo que podamos imaginar. Lo veremos enfadado por los infortunios que nos abruman y “sufrir” por esas desgracias.
Pero ese sufrimiento no ensombrece su alegría, porque Él ve y nosotros veremos con Él todo el bien que, en su omnipotencia, es capaz de hacer salir de todos esos males.
Estaremos maravillados por la forma minuciosa con la que Él habrá velado por nuestra vida y por la del mundo entero.
Le felicitaremos por todas esas parejas reconciliadas, por todos esos hijos reconciliados con sus padres, por todas esas personas rebeladas reconciliadas con su Creador y Salvador.
Y Le cantaremos nuestra adoración en una coral sin ningún desafine, sin la menor envidia ni la menor decepción
Nunca nos cansaremos de alabarlo
Y cuando resucitemos, nuestras cuerdas vocales no serán las únicas en expresar nuestra alegría. Nuestro cuerpo entero se colmará de júbilo y nunca terminaremos de bailar, de hacer zigzag entre las estrellas del cielo transfigurado, ¡pasando sin esfuerzo de una galaxia a otra!
La sorpresa que Dios nos prepara es infinitamente más maravillosa que todo lo que podamos imaginar: “Nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman” (1 Co 2,9).
Por el abad Pierre Descouvemont