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¿Estoy amando a Jesús?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 24/08/20
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El amor es el que me hace conocer en su verdad a la persona amada…¿Quién es Jesús para mí? A esta pregunta no es fácil responder. No se trata de buscar una verdad teológica que tranquilice al que la escucha. Es el Hijo de Dios, el Salvador, eso ya lo sé. Pero ¿quién es realmente para mí?

Me gusta escuchar este Evangelio y sentir a Jesús preguntándome en lo hondo de mi alma. Quiere saber quién es Él para mí.

En realidad, no es tan sencillo. Necesito callarme y mirar muy dentro. Volver a ese momento en el que me encontré con Él. Ese abrazo primero, esas palabras torpes, mi sí inseguro y el silencio hondo al caer la tarde.

Quiero preguntarme hoy quién es Jesús a esta altura de mi vida. Sé que de esa respuesta dependen muchas cosas en mi camino.

Si realmente es importante lo sabré. Si realmente amo a Jesús y Él me ama.

El amor es el que me hace conocer en su verdad a la persona amada. Por eso lo busco cada día, le dedico mi vida, paso el tiempo a su lado, sueño sus sueños y deseo imitar sus gestos al amar al hombre.

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Di siam.pukkato|Shutterstock

Al conocer más a Jesús cada día ya puedo mirarlo sin juicios. No lo mido. Creo que en las relaciones puedo llegar a medir demasiado.

Juzgo cómo me escuchan, cómo me tratan, cuánto tiempo me dedican, cómo me hablan. Voy midiendo al que dice amarme y en seguida tengo un juicio en mi pensamiento, en mis labios.

Alejo de mí a los que no están a la altura. Y me apego a los que cumplen, esperando sin quererlo que algún día fallen en mis expectativas sobre ellos.

Mi amor no es tan puro, ni mi mirada. Soy un experto en ver lo malo, lo que falta, lo defectuoso, lo incompleto.

Esa mirada sobre la vida me empequeñece y me vuelve mezquino. Nunca estoy satisfecho porque siempre podrían hacer algo bueno por mí y no lo hacen. Mi juicio es condenatorio casi siempre.


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Este es Jesús

Quiero aprender de la mirada de Jesús. Me mira sin juzgarme. ¿Quién es Jesús para mí? Aquel que no me juzga cuando posa sus ojos en mi corazón. Aquel que me habla con ternura y se alegra al mirar mi verdad defectuosa.

Ese amor suyo no tiene en cuenta mis caídas, mis traiciones, mis olvidos, mis descuidos, mis egoísmos. Ese amor no lleva cuentas de todo mi mal, más bien recoge con cariño ese poco bien que hago.

No me justifica, porque no es necesario, simplemente me mira conmovido cada vez que vuelvo hasta Él pidiendo misericordia.

Jesús para mí es ese Dios que se manifiesta en la carne. En ese amor humano que yo toco pálidamente al recorrer los caminos de mi tierra.

Es el amor finito y limitado que he sentido y he entregado. En ese amor veo a Jesús vivo en medio de mis días ampliando mi horizonte, y haciéndome desear lo imposible.



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Creo en ese Jesús que va en mi barca, custodiando mis miedos y deseos, mis sueños y mis sombras. Creo en esa mirada que se posa sobre mí para levantarme cada vez que caigo y experimento la fragilidad de mis días.

Amo a ese Jesús que es nuevo cada mañana y amanece para levantarme por encima de mis debilidades. Creo en ese Jesús que renueva mi corazón hasta que aprenda a amar como Él me ama.

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Sergio Yoneda | Shutterstock

Sueño con ese Jesús profeta que viene a mi vida a llenarla de esperanza aun cuando todo a mi alrededor parezca sórdido y gris. Él me da la vida.

La respuesta de Pedro

A Jesús le interesa la opinión de los suyos, de los más cercanos. Por eso se acerca a ellos y les pregunta. Y sólo Pedro responde: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Sólo Pedro es capaz de poner en palabras lo que los demás piensan.

¿Cómo es posible ver a Dios oculto en la carne débil? Jesús no se ha mostrado en todo su poder. Sufre, llora, se cansa, necesita comer, beber, dormir. ¿Es posible ver en esa carne al Dios todopoderoso en el que creían?

Los discípulos aman a Jesús. Han compartido con Él la vida, el pan, los sueños, los planes. Han edificado un hogar en el que compartir la vida día a día, lo más cotidiano.

Y han visto en Jesús a ese hijo de Dios que no manifestaba un poder infinito. Es la mirada del que ama que ve más hondo en el corazón de ese hombre.

Ha mirado Pedro más allá de las sombras, de los miedos, de las dudas y ha visto la luz de ese Dios todopoderoso que los ama a cada uno de forma personal.

Un Dios hecho hombre que les muestra un amor infinito en manos de carne. ¿Quién se lo ha revelado a Pedro?

“¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo”.

Dios en su corazón ha puesto palabras de verdad. Luego no sabrá lo que eso significa en realidad. No entenderá a ese Dios hecho carne hasta que venga el Espíritu. Pero me impresiona su mirada hoy.

 

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