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Las últimas horas y días han sido verdaderos ejemplos de congoja y dolor. No solo por los efectos continuos de la pandemia del coronavirus, que sigue dejando millones de víctimas a lo largo y ancho del mundo, sino por algunos hechos que se han dado también en diversos puntos del planeta.
Quizá la imagen más fresca de las últimas horas tenga que ver con Beirut, Líbano, y esas potentes explosiones que dejaron miles de víctimas este 4 de agosto.
Pero días antes, en América Latina, más específicamente en Nicaragua, también se vivió una jornada cargada de conmoción: el ataque con bomba molotov en la capilla Sangre de Cristo ubicada en Managua.
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Mientras los ecos de las bombas de Beirut seguían sonando con fuerza en todos lados, en Nicaragua se volvió a vivir una jornada cargada de sensaciones encontradas.
Este 5 de agosto se celebró la primera misa en la entrada de la Capilla de Managua presidida por el cardenal Leopoldo José Brenes.
Las imágenes de la ceremonia han sido verdaderamente emocionantes. Pero en particular se destacó una, la del propio rostro de la histórica imagen de más de 300 años dañada y que quedó calcinada durante el ataque que derivó en incendio.
La imagen de la Sangre de Cristo ha sido expuesta, como señal de lo acontecido, pero también como consuelo en medio de una situación dramática que se vive a nivel de Iglesia en Nicaragua.
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Por estas horas teólogos, artistas plásticos y devotos discutían en Nicaragua acerca de la conveniencia de que no sea restaurada la imagen, pues de alguna manera lo acontecido forma parte de esa memoria viva de un asedio constante y brutal ataque.
¿A quién ves? Era la pregunta disparadora de esta imagen que no deja de llamar la atención. En este rostro también se puede apreciar a millones de personas en el mundo que sufren, los perseguidos, los que mueren en atentados, guerras, masacres, accidentes. Y tantos muchos ejemplos más.