La amiga pudo concebir, pero ella no. Como su apellido, fue una Cruz que llevó con serenidad toda su vida
“¡Azúcar!” era el grito con que Celia Cruz comenzaba sus presentaciones. La sola palabra desencadenaba un auténtico furor de multitudes. En el acto, coreaban frenéticos todos sus fanáticos: “Azúuuuuuuuca!”. Los tenía a montones. Donde quiera que iba el éxito estaba garantizado para promotores y productores.
Sobre Celia es muy poco lo que no se ha dicho. Más conocida que el pan de piquito, como dicen en Cuba y en Venezuela de una persona de renombre. Pero hay un aspecto no tan divulgado de la vida de este verdadero fenómeno que pegaba todo lo que se le ocurría cantar. Una de sus memorables producciones, “Carnaval”, levanta muertos cada vez que suena. Es literal. Como todo lo de ella, las estrofas rezumaban alegría, optimismo y esperanza.
Todo ello, muy a pesar de que llevaba una gran pena en el alma la cual logró disimular toda su vida. Uno de los expertos en Celia Cruz es el biógrafo Eduardo Márceles Daconte quien siguió los pasos de la cantante cubana a lo largo de sus 77 años de existencia y escribió el libro: “¡Azúcar! La biografía de Celia Cruz”.Según su testimonio al periodista Gustavo Tatis Guerra en julio del 2018, el aspecto humano menos conocido de la artista era su dolor por no poder tener hijos.
“Pídele a la Virgen de la Caridad, es milagrosa!”
Celia amaba a los niños y luchó denodadamente, todo el tiempo que pudo, por concebir. Nunca logró quedar embarazada a pesar de los costosos tratamientos a los que se sometía. Relata Márceles Daconte:
“Celia contaba una anécdota de cuando compartió experiencias con Matilde Díaz, a la sazón esposa del músico Lucho Bermúdez, quien también era estéril. Ella le recomendó que se encomendara a la Virgen de la Caridad del Cobre, que era muy milagrosa. Así lo hizo Matilde y su hija Gloria María nació el día dedicado a esa virgen reverenciada en Cuba”.
También agrega que Celia se consolaba diciendo que tal vez Dios le había negado ese privilegio para que ella no sufriera en esta época de violencia, guerras, delincuencia, drogadicción, pero en el fondo sufría mucho.
Celia Cruz era cubana y, en esa tierra de cantantes y guaracheras poderosas, de salseras y rumberas de tronío, ella destacó por encima de todas. Era un terremoto en el escenario. Ponía a bailar hasta a los cojos y a cantar a los mudos. Si usted no tenía con quien bailar, bailaba solo. Pero nadie se resistía al primer acorde de Celia, había que moverse! Era arrolladora y la gente deliraba cuando tomaba el micrófono y se escuchaba su potente voz. Era puro ritmo latino y su simpatía era proverbial.
Una vez le preguntaron: Usted se define como “católica, apostólica y africana”. Y ella contestó entre risas: “Sí, sí… Y aunque sea cubana, no soy nada santera. No me gusta. Y eso que mi familia está en la santería, que entró en mi casa después de que yo me marchara de Cuba”.
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