La ciudad asiento de la primera diócesis de Venezuela y tierra de una de las mujeres más valientes de nuestra historia
Fundada el 26 de julio de 1527 por el conquistador Juan Martín de Ampíes, con el nombre de Santa Ana de Coro (estado Falcón), no es la capital de Venezuela pero es más antigua que Caracas. De hecho, durante la colonia, fue la primera capital de la Provincia de Venezuela.
Tiene sofocantes médanos, una Sierra fría, un puerto llamado La Vela y un golfete. Originalmente, se llamó Santa Ana porque los nombres otorgados a ciudades fundadas se hacían coincidir con el santoral católico.
Se acompañó de una palabra indígena, Coro. Pero algunos cronistas dudan de la raíz aborigen del nombre «Coro», pues procede del latín caurus que significa viento, en este caso, viento del noroeste.
Hoy, Coro cuenta con una amplia tradición cultural.
Al rescate de un nombre
En la actualidad, hay una lucha por rescatar su nombre colonial. Se mantiene colonial en sus estructuras que guarda con celo, tanto como sus tradiciones y costumbres.
Los contrastes la marcan y hacen de su historia una interesante urdimbre de contrastes que explica, de paso, el recio carácter, férreo, tenaz e inflexible, así como resistente a cambios sobrevenidos de los duros corianos.
Fue la provincia que opuso mayor resistencia a sumarse a la causa independentista y donde, incluso los indígenas, de la tribu de los caquetíos, mostraban mayor fidelidad a la Corona española.
No obstante la ciudad, conocida con el más corto nombre de Coro, se distingue en la historia por ser el lugar donde surgieron movimientos precursores de la independencia y de reivindicación de clases en Venezuela, así como cuna del movimiento federalista venezolano en la época republicana.
La Catedral, una joya
La catedral de Coro, una obra arquitectónica del siglo XVI de gran valor, frente a la plaza Bolívar. Fue la primera catedral construida en el país y fue asiento de la primera Diócesis. Es preciso decir que Coro ha sido uno de los centros religiosos más importantes del país, desde la época de la colonia.
Una de las cosas que más llama la atención en Coro es el colorido de las casas. Los azules fuertes contrastan con los rojos, amarillos y ocres. Estos colores alegres y tropicales le imprimen a la ciudad una sensación de alegría y parecen pintar, más que contar, la historia de su sempiterna rebeldía.
En el viejo casco colonial se pueden ver muchas de las construcciones de la época, lo cual le han valido a Coro y su puerto, la Vela de Coro, el ser nombrada por la Unesco «Patrimonio cultural de la humanidad» en 1993.
La inconforme y pugnaz Coro
La rebeldía de Coro fue a favor de España. Junto a Maracaibo y Guayana se mantuvieron reacias, desde el comienzo de la gesta de independencia, a plegarse a la Junta Suprema de caracas el 19 de abril de 1810 y su propósito de libertad.
Los mantuanos – los blancos criollos pertenecientes a la aristocracia- tanto como los indígenas de la región, fueron corianos que asumieron una actitud de lealtad. Los segundos más fieles que leales, ya que la actitud de ellos fue de una fidelidad ciega, por encima de todo eran fieles, hasta el último momento. Era una manera de vivir y morir por aquello en lo que se creía.
Por qué lo fueron en esa medida, se pregunta Elina Lovera Reyes en su trabajo del Centro de Investigaciones Históricas Instituto Pedagógico de Caracas. ¿Qué motivó la actitud de los caquetíos -y su cacique Manaure- a favor de la monarquía española?
Luego de una profunda investigación y consiguiente reflexión concluye: «Los sentimientos de lealtad y fidelidad expresada por los indios caquetíos, explica tal vez, su comportamiento y compromiso con un ideal, con una creencia, tan internalizada la cual generó, hacia el rey, una particular adhesión de fidelidad anclada más en el sentimiento que en la razón. Estos sentimientos de solidaridad y lealtad personalizaron el quehacer histórico de los corianos constituyéndose en símbolo de su idiosincrasia».
De hecho, en referencia al peculiar carácter del coriano, descendiente de la nación caquetía, el historiador Carlos Siso comenta: «Aprovechando el instinto gregario de la ascendencia indígena, en casi todas nuestras revoluciones, el gobierno ha recurrido a las poblaciones del Estado Falcón para crear ejércitos, cuyo espíritu de disciplina es garantía de orden y de seguridad social».
Coro fue un baluarte del imperio español cuando sirvió al desembarco de tropas quedarían al traste con la Primera República en Venezuela. Pero en 1821, año decisivo para la independencia, finalmente se incorpora al proceso. Y la clave fue una mujer.
«Las mujeres no tememos a los cañones»
En 1813 el asedio realista a las poblaciones venezolanas fue muy fuerte. Hubo que sacar a las mujeres y los niños hacia lo que hoy es Colombia. Entre ellos iban Josefa Camejo y su madre, quien muere ahogada al intentar cruzar el río Santo Domingo. En el trayecto, Josefa curaba heridos y atendía a los más débiles. El exilio duró cuatro años.
En 1818 regresa a Venezuela, según testimonios, disfrazada de pordiosera.
En 1821 se coloca al frente de un grupo de patriotas que tenían tiempo conspirando. Josefa Camejo toma la ciudad. Para el momento en que el ejército grancolombiano llega a Coro, ya la ciudad había sido liberada por las tropas al mando de la heroína.
Ese mismo año de 1821, ella propició una rebelión comandando su propio ejército conformado por 300 esclavos que trabajaban en su hato «Aguaque», de Paraguaná. Fueron derrotados. Pero muy pronto, con sólo 15 hombres, acabó con las defensas del jefe realista de la zona y también depuso y encarceló al gobernador al tiempo que nombraba uno patriota. El mismo día, en Pueblo Nuevo, leyó un manifiesto que declaraba libre la Provincia de Coro y juraba fidelidad a la república.
Cuenta la historia que Josefa Venancia de la Encarnación Camejo murió en sus haciendas, donde residió tranquilamente después de la independencia, rodeada de su familia.
Razón tuvo ella cuando pidió al gobernador de la Provincia, Pedro Briceño del Pumar, que se contase con las mujeres para la lucha, asegurándole que: «El sexo femenino, Señor Gobernador, no teme los horrores de la guerra, antes bien, el estallido del cañón no hará más que alentar, su fuego encenderá el deseo de libertad, que sostendrá a toda costa en obsequio del suelo patrio […]».-
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