Me gusta jugar con las palabras. Como un niño juega con las piezas de un castillo. Cada palabra tiene una apertura hacia lo eterno.
Y en sus límites, sin saber bien cómo, se contiene el infinito. Y deja escapar un aliento que todo lo sostiene. Mis palabras son torpes embarcaciones que remontan el río que lleva al corazón de Dios.
Pretenden sostener en su grupa todo el cielo reunido en gotas de rocío. Y los vientos arcanos de la vida recogidos en un suspiro.
Pretendo expresar el cielo con palabras limitadas, contenidas, incluso reprimidas. No dicen más de lo que pueden. Y sueñan con atravesar los mares infinitos superando el límite del papel, de los labios que las pronuncian.
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