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Cómo evitar que un dolor muy grande se convierta en amargura

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Orfa Astorga - publicado el 29/07/20
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La comprensión y misericordia con los que sufren se puede traducir en actos de amor que los ayuden a recuperarse de una dolorosa pérdida y de la pena por sus malas reacciones en su crisisEl señor, de edad madura, no hacía mucho había perdido a su esposa tras una penosa enfermedad que se la llevó en la plenitud de su vida, y, a insistencias de sus hijos, había acudido a ayuda tanatológica, pues su dolor se había traducido en una amargura, por la que no le importaba ser grosero o desconsiderado con familiares y amigos.

Y en tono áspero aclaró:

—En realidad he venido por tranquilizar a mis hijos, a quienes se lo debo, pues sé bien que los he ofendido, mas en lo personal no creo necesitar su ayuda.

—¿Sabe usted que es indispensable que quien busque ayuda es porque desee recibirla? Solo así se puede convertir en el insustituible protagonista de su curación —le aclaré amablemente.

Pero conozco su caso, y, lejos de juzgarlo por su reacción, lo comprendo profundamente —agregué mirándolo a los ojos, con serenidad.

No solo no se retiró, sino que comenzó a desahogarse en tácita aceptación de ayuda.

—Verá usted, pasa que he dicho y hecho cosas que jamás en mi vida imaginé —…y fue hilvanando una dolorosa historia.

Los médicos saben que no se puede separar el dolor físico y moral que causa una enfermedad. Saben de la comprensión del enfermo mismo como sufriente, ya que quien sufre es toda la persona, y no solo su cuerpo o alguna de sus partes.



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Cuando el dolor es solo moral igualmente abarca a la totalidad de la persona, tanto que le puede llegar a afectar en su salud corporal y psicológica.

Por ello, alguien que ha sufrido una pérdida -como puede ser la muerte de un ser querido, una quiebra económica o una separación-, inevitablemente pasa por un grado de depresión que varía según la constitución psicológica y moral de la persona. En algunos casos, si no recibe la ayuda especializada oportuna, esta puede llegar a agudizarse.

¿Hasta dónde puede el dolor moral, abarcar y dañar a toda la persona?

Sucede cuando el sufrimiento no permite a la persona pensar ni decidir sobre el cómo salir de su postración, y por tanto no puede ya manifestarse como la persona que era, comenzando a sentir una carcoma en su corazón.

El problema se agudiza por la sombra de la amargura y desesperanza que se denota en expresiones como: ¡esto no puede ser! ¿Porque a mí? ¡solo esto me faltaba! ¿dónde está Dios? ….

Y en la medida en que su dolor va penetrando cada vez más en la intimidad del corazón, este se afecta cada vez más.

Es cuando al dolor se suma otro dolor; ese yo mismo con el que siempre se ha identificado no acaba de responder al ser que realmente es, haciéndose daño a sí mismo y a los demás.

Tal condición se pone en evidencia cuando la persona, una vez superada la prueba y rehecha moral y psicológicamente, manifiesta pena y arrepentimiento por sus pensamientos, palabras y acciones cometidas en la crisis de su dolor, y a propósito de las personas que pueden haberse sentido heridas.

Es entonces cuando estas, precisamente, deberán hacer acopio de la comprensión, la misericordia y el perdón hacia el sufriente, como un sublime acto de amor, si desean recuperarla plenamente.

La más de las veces, un amor así manifestado es la mejor terapia para lograr que alguien que ha sufrido una pérdida irreparable o una enfermedad incurable, logre la serena aceptación de quien sabe que de Dios no puede venir nada malo, por difícil que así lo parezca, y, así, no se hunda de por vida en la amargura.

Ciertamente el dolor físico o moral es inevitable mientras vivamos: aquel error que cometimos, o la pérdida que hemos sufrido.

Y en rigor, el doliente seremos nosotros, no nuestro estómago. Lo que sí podemos evitar es que nos rompa por dentro, siendo conscientes de que tanto uno como el otro están unidos en la persona humana.

Lo evitaremos en ocasiones apoyándonos en Dios o pidiendo ayuda y consejo.


ALEX ABRINES
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