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¿Espíritu libre o espíritu de esclavo? ¿Cuál tienes tú?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 22/07/20

Mi forma de amar libera o esclaviza

La libertad es un don, es un logro en la lucha de la vida. Sueño con llegar a sentirme libre para hacer lo que sueño, lo que desea mi corazón. Libre para amar sin miedo, hasta el extremo.

No hay nada tan poderoso como el amor. Nada tan liberador como saberme amado de forma incondicional, por lo que soy, no por lo que hago.

Mi forma de amar libera o esclaviza a otros. Lo tengo claro. Mi forma madura o enferma de entregar la vida a alguien. Mi forma madura o herida de mirar el alma de aquel a quien amo.

El amor tiene un poder infinito que logra sacar lo mejor del otro. Pero si no sé amar, o amo de forma enfermiza, esclavizo, creo personas dependientes porque yo mismo dependo del amor que recibo.


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Instintos y voluntad

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Quiero ser libre al amar y al ser amado. Libre en la vida para tener la paz que sueño. Libre de cadenas y esclavitudes. ¿Y todas esas normas y prohibiciones que me impiden hacer todo lo que deseo?

Hacer lo que deseo parece ser la expresión máxima de la libertad. Pero no lo es.  Puede ser que haya deseos en mi corazón que proceden de mi esclavitud y no me liberan.

Mis instintos son fuertes en el corazón y muchas veces me encuentro preso de su poder, sin hacer lo que realmente quiero. Hago sólo lo que instintivamente deseo, y no por eso me siento libre, más bien todo lo contrario.

Pero reprimir los instintos tampoco me trae la paz. ¿Cómo se puede educar el corazón para que sea libre de verdad? Es la tarea de toda mi vida, lo sé.

A veces siento que soy más libre. Otras veces vuelvo a acariciar las cadenas en mi alma y me turbo.


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Obediencia libre

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¿La obediencia es expresión de libertad? Obedezco porque he elegido el camino de la obediencia. Nadie me impone su voluntad sin mi permiso.

Al obedecer yo le he dado poder sobre mi vida alguien. He prometido obediencia a mi superior y soy libre cada vez que elijo de nuevo obedecerlo. Eso no me hace esclavo, libera mi alma.

¿Dónde está esa línea sutil que no quiero traspasar por obediencia, por amor, por necesidad? Elijo lo correcto, el bien y eso me hace libre.

¿Y cuando hay varios bienes posibles en juego? ¿Soy libre para elegir el bien que yo deseo? No todos los bienes me convienen y no me resulta fácil escrutar el corazón.

¿Impera el miedo a desagradar al que es autoridad para mí? ¿Actúo movido por el miedo o por el amor? ¿Elijo libremente aquello que me piden?

¿Me siento libre para elegir otro camino, tomar otra decisión posible, aunque no sea la que otros desean para mí?

El miedo a desilusionar a quien me ama puede ser muy grande. O el mismo miedo a perder a quien yo amo. No es tan fácil el juego de la libertad en la vida.

Elegir el bien que me hace crecer como persona. Saber que en ese bien nadie me obliga. Soy libre para elegirlo, para dejar otras cosas de lado, para renunciar a lo que no es para mí un camino de felicidad.


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No quiero que nadie experimente falta de libertad ante mí. Es lo que más me dolería, quiero ser prescindible. Decía el padre José Kentenich hablando del educador que ama de forma sana:

“Debo lograr hacerme ‘dispensable’. Es decir, debo poner en juego todos los medios necesarios para que los míos lleguen a existir sin mí: debo hacerme innecesario”[1].

Me hago prescindible, no dependen de mí, no necesitan que les diga en cada caso lo que tienen que hacer. Es cierto que a veces no es fácil tomar la decisión correcta y saber elegir lo que me conviene.




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No sé muy bien si estoy optando por lo que me conviene, por lo que me hace mejor persona, más sano, más sabio, más de Dios.

El Espíritu Santo tiene que suscitar en mi corazón la verdad sobre mi vida para elegir lo correcto para mí. Quiero aprender a educar personalidades libres como hizo el Padre Kentenich en su vida.

No es tan sencillo dejar que el corazón se apegue en lo humano para luego volar al cielo libremente. Parece como si ese apego me hiciera esclavo temporalmente de aquel al que amo.

Es el camino para crecer en el amor y ese amor me hará libre.

En libertad aprendo a ser hombre, a renunciar a lo que no puedo poseer. A aceptar las cosas como son, en su verdad.

Libertad interior

Me hago libre para seguir el camino que me hace más hombre y más de Dios. No dejo que me impongan los puntos de vista que no comparto violentando mi libertad.

Acepto las críticas como un camino de crecimiento. Me hago libre de la opinión de los que me rodean sin querer ser aceptado por todos. Valoro las opiniones de los que amo como una voz de Dios que intento interpretar.

Elijo no actuar movido por el miedo al rechazo, al abandono, al juicio. Esos motivos me hacen esclavo y no libre.

Quiero ser libre para elegir el amor y rechazar el odio. Libre para entregar la vida, aunque mi instinto de supervivencia me pida que me reserve y guarde para mi comodidad.

No le doy a nadie un poder exagerado sobre mi vida, para ser independiente. No quiero depender totalmente de nadie, aun sabiendo que el amor me hace dependiente del amor que recibo.




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No quiero abusar del poder que tengo sobre otros. Ni dejar que nadie abuse incluso sin quererlo del poder que tiene sobre mí.

Esa libertad es un don de Dios que deseo cuidar como lo más sagrado. No me quitan la vida, la entrego libremente, es lo que Jesús me ha enseñado.

Quiero dejar a un lado esas esclavitudes sutiles que anidan en mi alma. Ni la pereza, ni la desidia, ni el egoísmo, ni el odio van a tener en mi corazón más peso que el amor que he recibido y el amor que quiero dar.

Quiero una vida plena que veo en los santos. Esa santa indiferencia ante las circunstancias adversas. Esa capacidad para entregar los miedos y no actuar nunca movido por el temor. Esa libertad santa. Quiero ser libre para elegir el bien que me hace plenamente hombre.

[1] Rafael Fernández de Andraca, José Kentenich, Manual del Dirigente

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