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¿No logras lo esperado? Mira lo que Dios hará que consigas

YOUNG

Garrett-(CC BY 2.0)

Carlos Padilla Esteban - publicado el 17/07/20

Conoce un reino que crece en lo escondido y da fruto donde parece imposible que crezcan plantas buenas

Parezco no entender lo que Jesús quiere de mí. Simplemente necesito que me abra como tierra nueva, como tierra sana.

Su Palabra es la semilla que necesita una tierra en la que poder dar fruto. Su palabra despierta vida en mi corazón. Necesito saber escuchar lo que Dios me dice.

Me cuesta escuchar y entender las voces donde Dios me habla. Soy como un terreno pedregoso en el que es difícil que la semilla pueda germinar.

Necesito dejar que Dios me diga lo que tengo que hacer y cómo interpretar la vida. Necesito saber lo que Dios quiere.




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Cae su semilla al borde del camino y es imposible. Mi alma es un desierto. Y a veces me asusta que nada dé fruto en mi interior.

Un desierto en el que vivo. Y sé que Jesús quiere que mi vida sea un vergel. Un huerto sagrado en el que ha de nacer la esperanza.

¿Qué puedo hacer?

Trabajar la tierra de mi alma. Hacer silencio para que pueda escuchar esa Palabra. Acabar con los ruidos que son como la maleza que me impide interpretar los signos de Dios.




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Dice la Biblia:

“Tú cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida; la acequia de Dios va llena de agua, preparas los trigales. Riegas los surcos, igualas los terrones, tu llovizna los deja mullidos, bendices sus brotes. tus carriles rezuman abundancia; y las colinas se orlan de alegría. Los valles se visten de mieses, que aclaman y cantan”.

La parábola de la semilla habla de un reino que crece en lo escondido y da fruto donde parece imposible que crezcan plantas buenas, frutos buenos.

STRAWBERRY
By Burkhard Trautsch | Shutterstock

A veces siento que mi vida herida no puede dar el fruto que Dios espera de mí. Se me olvida que Él nunca me va a pedir lo que yo no puedo dar.

No va a esperar de mí un fruto que no posea en forma de semilla. ¿Qué frutos espera de mí? Sólo los que ya tengo en mi interior. Sólo los que tienen que ver con mi originalidad.

Dios me ha creado con unos talentos, con unos límites, con unas heridas que se han hecho patentes con el paso del tiempo.

Dios me ha hecho niño, pobre, consciente de mi fragilidad. No espera que solucione todos los problemas. No pretende que esté a la altura en todas las circunstancias.

Simplemente me ama con locura. Sabe que soy suyo y le pertenezco. Me ama en mi pobreza y me mira compasivo porque no me exige que esté por encima de mis capacidades.

Ya se encargará Él de hacer fecundar mi desierto, hará posible que crezcan con la arena del desierto todos mis frutos.

Él me trabajará con cariño y ternura. Y regará todo lo que siembre en mi interior. No me desanimo cuando se seca alguna planta, o muere otra por tener demasiada agua.


GARDEN

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No pierdo la esperanza cuando el miedo se apodera de mi ánimo y parece que todo está perdido o tiene difícil solución.

No me pide que dé yo respuesta a los interrogantes del mundo. Ni me exige que esté a esa altura a la que no puedo llegar.

Simplemente quiere que escuche su Palabra como un niño, con el alma abierta.

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Seksan 99 | Shutterstock

Me gusta esa mirada de Dios sobre mí. No me eligió porque comprobó todas mis cualidades humanas. No lo hizo porque vio en mí una naturaleza única. No me eligió por mis muchas capacidades.

Simplemente me llamó porque quiso, no por mérito mío. Y me capacitó para su misión.

Me pidió que le siguiera no porque necesitara mis talentos especiales sino porque veía en mí una tierra que podía dar fruto si me dejaba hacer.

Es lo que me pide. Que confíe en el agua, en la semilla, en el sol, en el tiempo. Que no sea impaciente y mire mi alma como un jardín florido incluso cuando en él no haya ninguna flor, ninguna vida.

Me pide que no desespere. Que no me eche atrás movido por el miedo o la tristeza. Me anima a seguir caminando en medio de dudas y sospechas, de verdades incompletas y sueños inconclusos.

Me pide que no me desaliente ni desaliente a otros con mis miedos. No quiere que me muestre como aquel que lo sabe todo y tiene todas las respuestas.

Simplemente me pide que acoja su Palabra y enseñe a otros a acoger su Palabra, no mi palabra. La suya que es la que da vida y despierta esperanza. La suya que es capaz de recoger una cosecha que no ha sembrado.


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