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No lo he superado

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 15/07/20

Brotan con facilidad la rabia, los gritos, las palabras fuera de lugar.

Me asusto muchas veces al ver sentimientos en mí que creía superados. O al descubrir bajo la piel miedos inconfesables. O percibir pasiones desbordantes que creía controladas. ¿No estaba ya todo educado en mí? ¿Educar significa reprimir lo que no me gusta de mí, lo que simplemente no acepto o es algo más?

Recuerdo en una ocasión a un seminarista ya ordenado diácono despidiéndose del seminario. Al irse comentó: “La educación en mí no ha resultado”. Me quedé pensando. Después de tantos años de camino, después de todo lo vivido, después de dejarme educar por Dios, por mis formadores, por mis hermanos, ¿me siento ya una persona educada?

Me duele detenerme a observar mi ira, mi rabia, ese sentimiento tan negro que pensaba que no existía dentro de mí. Me veo por fuera manso, pero por dentro veo que no lo soy. Brotan con facilidad la rabia, los gritos, las palabras fuera de lugar. ¿Estará todo mal en mi autoeducación? ¿Habré fracasado en el intento? ¿Soy sólo el hombre refinado y educado que quiero mostrar hacia fuera, todo bajo control, como cuando voy de visita? ¿O soy también ese otro lleno de impulsos ingobernables, que se desborda en sentimientos difíciles de contener dentro de un molde?

Educar es mucho más que reprimir. Cuán a menudo he visto a personas aparentemente mansas confesarse de estallidos abruptos de ira. ¿Estarán exagerando? No lo creo. Seguro que bajo su aparente calma hay un mar revuelto de emociones, un mundo interior lleno de fuego. Y estalla cuando aflojan las barreras que intentan contener el mar.

No quiero simplemente ahogar mis sentimientos más profundos. Leía el otro día: “Las emociones, especialmente cuando no son escuchadas y educadas, tienen la peculiar característica de propiciar una reacción exagerada con respecto al hecho originario. Cuando una reacción es desproporcionada, es señal de que su causa era fundamentalmente interior, que está emergiendo algo muy personal, desencadenado por una causa ocasional, generalmente irrelevante. Una reacción exagerada (y quien observa desde fuera se da cuenta de ello fácilmente) indica que hay algo no resuelto que anida en el interior como un polvorín presto a estallar: ¡basta una insignificante cerilla para que se produzca el desastre!”.

Miro lo que todavía en mi interior no está superado. Hay emociones que provienen de rencores guardados en el alma. Siento que el perdón no ha resultado. Sigo sin perdonar y la herida provoca emociones que se desbordan.

Tengo que ser un observador paciente de mi alma. Descubrir las corrientes interiores que fluyen bajo la piel. No negarlas, no ignorarlas. Solo me queda hacer consciente lo que siento, aceptarlo y entregárselo a Dios. No lo niego, no lo tapo con mis manos como si no existiera. No quiero olvidarlo porque cuando menos lo miro más fuerza adquiere.

Hoy escucho que “hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto”. Yo también gimo en mi interior con dolores de parto. No todo está ordenado dentro de mí. Sé que en el cielo será distinto. Pero ahora mi pecado hace brotar en mi interior sentimientos que me descolocan, me asustan, me incomodan. No los ignoro, pero tampoco me asusto.

No soy una persona sin solución. Dios me quiere como soy, también con ese volcán que tengo en mi alma. También ese yo que pocas personas conocen. Dios sí conoce toda mi verdad, todos mis exabruptos, todas mis negaciones y mis miedos. Ha mirado mi alma con mirada compasiva y me recuerda que soy más que lo que siento, más que lo que no me gusta de mí y que aflora a la superficie en días de tormenta. Me mira con paciencia. Me ama con profundidad.

No quiero negar lo que veo en mí. Se lo entrego a Dios para que me calme y haga nacer el perdón con la paz en lo más profundo de mi alma. Reconozco que la educación de Dios en mí no ha acabado. No acabará hasta que cruce la puerta del cielo, hasta que exhale mi último aliento y sienta que lo he dado todo.

Mi corazón que ama hasta el extremo no conoce de medidas razonables y prudentes. Tiene la fuerza interior de los volcanes, esa velocidad terrible de los vientos. Busca a Dios escondido en mi alma y en el alma de tantos. Y recorre los caminos de su mano, calmado en su pecho.

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