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La verdad me hará libre pero no sé lo que me pasa

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Mmkarabella | Shutterstock

Carlos Padilla Esteban - publicado el 13/07/20

Ortega y Gasset decía: "No sabemos lo que nos pasa, y eso es precisamente lo que nos pasa".

Aceptar la verdad de mi vida, mi propia verdad, es el camino para ser feliz y ser pleno. Siempre me impresiona esa frase de Pilatos ante Jesús: “¿Qué es la verdad?“. Creo que esa pregunta recorre a todos los hombres. A mí también.

¿Es verdad lo que afirmo de forma contundente como una opinión? ¿Es mi juicio sobre la realidad verdadero sólo porque yo lo percibo así? ¿Es verdadero mi sentimiento provocado por la interpretación subjetiva que hago de los hechos? ¿Son verdaderos mi dolor, mi rabia, mi alegría, mi pasión? ¿Puede ser verdadero un sentimiento? ¿O lo son sólo los hechos?

En realidad, un mismo hecho, una misma palabra, puede ser interpretado de muchas formas. Cada persona lo vive de una forma diferente. ¿Dónde está la verdad? ¿Cómo hago compatible mi sentimiento con el hecho objetivo? Mi manera de verlo no es la única. Ni mi sentimiento es la verdad absoluta. Pero creo que es bueno saber mirarlo. Mirar hacia el río de mi alma por el corre mi vida. Allí dentro se encuentra lo que en verdad soy.

Vivo en una época en la que manda el sentimiento. Eso es lo verdadero. En parte es cierto, porque lo que siento es real y auténtico, aunque el hecho que lo provoca no sea tal como yo lo dibujo.

Lo que yo he sentido al verme mirado por ti de forma injusta es una verdad que hay en mi alma. Y necesito que me respetes, que me mires con misericordia, que me pidas perdón y aceptes mi dolor. Quizás mi corazón tiene una herida que ha hecho que esas palabras o esos hechos los haya recibido de esa forma dolorosa. Cada uno interpreta lo que mira o lo que oye unido a una historia única y original.

Quizás, aunque tú no estuvieras siendo injusto en tu interior, yo he percibido una injusticia. Mi interpretación es auténtica. No es mentira, es verdadera. Quizás, tengo derecho a que la aceptes. Forma parte de mí.

Pero tu verdad también cuenta, tu propia historia, las intenciones con las que has dicho o hecho algo. Mi verdad no es la única. Creo que sólo Dios es la verdad absoluta en la que caben mis pequeñas verdades. Yo sólo tengo trozos de verdad, retazos limitados de una verdad infinita.

Y cuanto más ame, cuanto más escuche a mi corazón y al de los otros, más amplia será mi mirada. El mar es más de lo que veo.

Yo solo veo una parte con sus límites, con orillas y horizonte que se pierde a lo lejos. Dios es el mar completo, inabarcable para mí. Él es más que lo que siento. Y el otro tiene un alma que no cabe en mi juicio, ni en mi opinión. Dios conoce mi verdad, quizás mejor que yo mismo. Conoce y pronuncia mi nombre único.

Solo Él sabe los rincones escondidos de mi alma. Conoce mis mares y mis playas. Mis montes interiores. Mis valles oscuros. Mejor que yo mismo. Por encima de todo, mi verdad es que soy hijo de Dios, que le pertenezco.

Y sé que Él me ama tiernamente. Y esa verdad no cambia por el reconocimiento o la desvalorización de los otros. La verdad de mi historia, de mi vida, no la cambia que alguien me vea distinto, me vea culpable, me vea mala persona. O me vea maravilloso y perfecto, sin mancha.

Yo sigo siendo el mismo, antes de la condena y después de la condena. Sigo siendo el mismo, antes y después de una opinión o de una noticia que sale a la luz. Tendré mis mismos defectos, debilidades y pecados. Y también las mismas virtudes y talentos.

Mis sombras y mis luces son las mismas antes de que alguien opine sobre mí. Todo estaba ahí, en mi interior, aunque el mundo no lo conocía, Dios sí. ¡Cuántas veces, en un segundo, creo que ya conozco todo del otro! Incluso sus lados ocultos que imagino.

¡Cuántas veces por una sola cosa que veo o que oigo de una persona, hago mi valoración de su vida entera y la salvo o la condeno! Reconozco que yo soy más que mi pecado, soy más que un acto o una palabra concreta, más que mis vacíos y mis silencios. No es necesario que mi historia íntegra, mi esencia, lo que soy, mi verdad más profunda, sea conocida por todos. No tengo que hacer públicos mis pecados. Esa verdad es sólo mía y de Dios, y de aquellos con los que la quiera compartir. Nadie me puede exigir que me muestre, que cuente, que me exponga.

Los que me aman intuyen mi verdad, aunque no capten todo. Los que me aman no dudan de mí. Eso es lo más sanador que existe en la vida. Que crean en mí. Que no tenga que estar permanentemente defendiéndome o justificándome ante el mundo. O explicándome y defendiendo mis actitudes. Sé que me aman por mi verdad, por lo que soy, porque están de mi parte. Como Dios mismo me ve, ellos me ven.

Dios mira mi corazón en lo más hondo. Él sabe lo que se mueve en mí. Por eso tengo que estar en paz con mi verdad y aceptarla, y quererla. Leía el otro día: “La voz de Dios comenzamos a escucharla cuando escuchamos hasta el fondo nuestra verdad”. Necesito aceptar mi verdad, lo que de verdad soy, para dejar entrar a Dios en lo más hondo. Porque Dios siempre actúa en la verdad. Y tantas veces estoy desconectado de mi interior, de lo que me sucede. Ortega y Gasset decía: “No sabemos lo que nos pasa, y eso es precisamente lo que nos pasa”. Me desconozco. Y también desconozco a los que viven a mi lado tantas veces.

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