Tengo ganas de un descanso plácido en los brazos de Dios. Lo miro a Él conmovido. Quiero descansar en Él. ¿Por qué estoy cansado?
Hay cosas que producen cansancio. Las tensiones, las peleas, las luchas, las guerras. El orgullo me cansa porque me hace querer tener siempre la razón. Y eso es tan difícil.
La razón por encima de la razón de los demás. La razón para no perder la paz en ningún momento. Quiero tener la razón casi más que ser amado o quizás teniendo la razón me siento más amado, ya no lo sé. Lo que sí sé es que me canso de luchar, de dar la vida. Me ha cansado también este tiempo de pandemia.
Tiempo de rutinas y normas que no me dejan hacer lo que quiero hacer. Llego al final de este año escolar y veo que el corazón está cansado. Hoy Jesús en este evangelio viene a dar paz al alma. Me siento cansado. Y Jesús me dice que vaya hacia Él si estoy cansado.
Es cierto que a veces siento que ir hacia Él es una carga más, como una obligación. Es como tener que hacer las cosas porque debo, porque me lo mandan. Hoy Jesús me dice que no es así. Me dice que vaya hacia Él para reposar.
Basta con ir, no tengo que hacer nada más. Me cuesta creérmelo. Me dice que Él va a quitarme mis cargas, esas que se adhieren a la piel y me tensionan. Pero ¿qué es lo que me cansa realmente?
Creo que a veces me cansa responder a todas las inquietudes y exigencias del mundo. O tal vez querer estar a la altura de lo que yo mismo espero de mí. O tratar de subir la montaña que me he impuesto como meta a alcanzar cada día. O querer estar siempre de buen humor cuando de repente surgen en mí emociones distintas, negativas y yo las reprimo para no desentonar.
Digo que estoy feliz, pero por dentro mataría. O tal vez ha sido el miedo y la inquietud lo que me ha cansado por el desierto de guerras que atravieso.
Esos miedos e inquietudes ante un futuro tan incierto. Puede ser que me haya cansado de intentar sostener todos los compromisos que he ido adquiriendo y cargando a mis espaldas.
Puede ser que el cansancio venga solamente del devenir de los días uno a uno, paso a paso, sin descanso posible.
Puede ser que el camino me haya agotado, con sus cuestas, con sus piedras, con el sol, o con el frío. Y ahora al llegar a este punto escucho que Jesús me pide que vaya hacia Él a descansar, que me está esperando.
Y eso es lo que yo quiero hoy, descansar con Él, contarle todo lo que me ha pasado durante el día, decirle cómo me siento, lo que me cuesta la vida, lo que pesa.
Quiero aprender a apoyar mi cabeza en su costado como un niño amado. Eso es lo que yo sueño. Quiero dejar a un lado todos mis miedos e inquietudes, apartarlas de mí para ser feliz un rato. Dejar atrás esas obligaciones que me agotan.
Sostener las manos de Jesús entre mis manos o al revés, las mías en las suyas. Lo que me dé más paz es lo que importa. Y luego abrazarle a Jesús al final del día, de este tiempo de desierto. Me gusta tanto este evangelio en el que Jesús me dice que pueden ir hasta Él todos los que están cansados y agobiados. Le entrego mis agobios. Él es capaz de descansar al cansado, de liberar al esclavo.
Él me liberará y me dará descanso, me dará paz. Me alegra tanto saber que hay alguien en quien puedo reposar, un corazón abierto a escuchar todas mis quejas, mis angustias, mis miedos. Alguien que no espera que yo le descanse a Él sino todo lo contrario. Alguien que es hogar para mí, ese hogar que yo tanto deseo y necesito. Me encanta pensar en Jesús como ese descanso infinito en el que puedo dejar todos mis cansancios.
Me gustaría ser yo un descanso para otros que están cansados. A menudo no lo soy y cargo en sus espaldas mis propios cansancios. Y no libero sus cargas, las aumento. Jesús sí lo hace conmigo: «Y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera». Su yugo. Ese que une a los amados. Los dos bueyes caminando y tirando del peso en una sola dirección. Si voy con Él la carga no es nada pesada.
Me alegra tanto mirar así la vida. Su carga es ligera sobre mis espaldas. Sus mandatos son suaves. Son un bálsamo que alivia todos mis pesos. Me alegra tanto la vida sentir su mano suave en mi espalda.
Su yugo me une a Él, no pesa nada. Yo le miro a Jesús conmovido y feliz. Me calman sus manos sobre mis manos. Me duermo en su pecho abierto por una lanza. Bebo de esa fuente en la que puedo beber para la vida eterna.