El Cardenal Michael Czerny, Subsecretario de la Sección Migrantes y Refugiados, recuerda a Augusta
A los 23 años de edad, falleció Augusta Ngombu en Sierra Leona, una joven huérfana con una historia inspiradora: fue rescatada de la esclavitud y de la prostitución y con su testimonio sembró esperanza en muchas mujeres que están en circunstancias similares. Así es cómo el Cardenal Czerny la recuerda.
El nombre de Augusta Ngombu hoy recorre los titulares de muchos medios. Esta joven originaria de Freetown, Sierra Leona, después de que su salud se fuera deteriorando en los últimos meses, dejó este mundo el pasado 7 de junio con solo 23 años. De alguna manera, fue una víctima indirecta del COVID-19, ya que su miedo al contagio hizo que dejara de tomar unos medicamentos antirretrovirales que tomaba contra el SIDA.
Su testimonio, sin embargo, sigue vivo. Augusta, que sufrió la esclavitud y la prostitución, la pobreza y la soledad, la violencia y la ausencia de una familia, cooperó en su propia liberación y le mostró al mundo que aún podía cumplir sus sueños. Y cuando a los 16 años un misionero salesiano se acercó a ella y le ofreció salir de la calle y de la vida de explotación en la que había caído, su vida dio un vuelco: volvió a estudiar, se especializó en cocina, hizo prácticas en un restaurante y logró abrirse su empresa de catering. A partir de allí, Augusta saltó a un reconocimiento mundial: marcó un ejemplo de esperanza y de fe, y demostró que las situaciones de total desesperación pueden cambiar.
El Cardenal Michael Czerny, Subsecretario de la Sección Migrantes y Refugiados, la conoció brevemente en febrero de 2019. Hoy recuerda especialmente la ocasión en la que ella y Jorge Crisafulli —director de Don Bosco Fambul— participaron en un encuentro del Parlamento Europeo en Bruselas organizado por la COMECE (Conferencia Episcopal ante la Unión Europea) y Don Bosco Internacional sobre la “Acción de la Iglesia Católica contra el tráfico de personas”. Tanto Augusta como el entonces Padre Czerny fueron unos de los principales ponentes. El caso de Augusta se destacó claramente como una impactante historia de opresión y un admirable modelo de superación.
“Cuando escuchamos expresiones como ‘víctima de la trata de personas’ o ‘víctima de la esclavitud moderna’, —explica el Cardenal— automáticamente nos imaginamos a personas inconcebiblemente malvadas que engañaron a unos inocentes para que llevaran una vida de degradación y explotación. Pero la realidad suele ser menos dramática y a menudo se asocia con la tragedia familiar y la pobreza. Cuando tenía 12 años, un pariente que supuestamente debía ayudarla la llevó a la ciudad y la obligó a realizar un trabajo esclavo, que pronto se convirtió en prostitución infantil. Escapar de esa situación es de lo que trata la inspiradora historia de Augusta”.
Cabe recordar al respecto, también, la vasta experiencia del Cardenal Czerny en África, donde fundó en el año 2002 la Red Jesuita Africana contra el SIDA (AJAN, por sus siglas en inglés). Durante nueve años allí, inició y coordinó los esfuerzos de los jesuitas y otras personas en casi 30 países del África subsahariana para proporcionar atención pastoral, educación, apoyo social, sanitario y espiritual, y para luchar contra el estigma de las víctimas del SIDA. Augusta fue una víctima más de esta enfermedad; un desafío más, entre tantos, que tuvo que enfrentar.
“Durante mis nueve años en África, sin duda el testimonio más conmovedor que escuché —y lo escuché varias veces— fue el de una persona con SIDA que describió la ‘muerte’ total que había sufrido: comenzaba con ser seropositivo. El rechazo inmediato e incluso la violencia de la familia avergonzada pronto dio lugar al ostracismo por parte de los antiguos amigos, al desempleo y a la falta de hogar (incapaz de encontrar trabajo o un lugar donde quedarse), al aislamiento total y finalmente al abandono de toda esperanza. Y entonces esta persona decía con hermosas y agradecidas palabras: ‘Finalmente, alguien de la parroquia llamó a mi puerta, dijo hola y extendió una mano de ayuda. Y yo, que estaba totalmente arruinado, empecé a volver a la vida… Yo, que estaba muerto, ¡he resurgido!’. Cuando escuché a Augusta en febrero de 2019, su historia parecía similar, y gracias a los cristianos que le tendieron una mano, la suya también fue una historia de Resurrección”.
Asimismo, el Cardenal Czerny recordó a Augusta a la luz del reciente mensaje del Santo Padre para la 106ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado: “Si queremos realmente promover a las personas a quienes ofrecemos asistencia, tenemos que involucrarlas y hacerlas protagonistas de su propio rescate”. Y explica:
“Para mí la historia de Augusta es una ‘buena práctica’ que ilustra exactamente lo que el Santo Padre está diciendo: ayudar, promover, involucrar para que se conviertan en los protagonistas de su propio rescate. El Papa Francisco nos marca la lección: ‘La pandemia nos ha recordado cuán esencial es la corresponsabilidad y que solo con la colaboración de todos —incluso de las categorías a menudo subestimadas— es posible encarar la crisis. Debemos motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad’. Estoy seguro de que Augusta se une al Santo Padre y hace suyo su mensaje, su testamento”.
Augusta ya no está con nosotros. El COVID-19 se ha unido al VIH-SIDA, al ébola, a la pobreza y a la injusticia, a la degradación ambiental, a los conflictos y a la corrupción, multiplicando los desafíos a los que se enfrenta África. Su memoria y su historia son muy necesarias y siguen siendo poderosas. Esperamos que siga sembrando semillas de esperanza en los corazones de muchos; que descanse en paz mientras asumimos los desafíos.