La capacidad de asombro permite al niño maravillarse ante la realidadEl asombro ante la realidad es el inicio del pensamiento, es el camino del aprendizaje natural del niño. Así lo afirma Catherine L’Ecuyer, doctora en Educación y Psicología, madre de 4 niños y autora del exitoso “Educar en el asombro”, un libro que recomiendo leer pues invita a los padres a preservar, cuidar, mantener vivo en los niños esta disposición del alma que les permitirá maravillarse ante el mundo y adentrarse en la realidad.
Un entorno para el asombro
El asombro ante la belleza de su entorno aparecerá si el niño goza de un apego seguro, de la actitud confiada de apertura ante la realidad, que le permita adentrarse en la vida de un modo sosegado, plácido, lejos de la sobreestimulación procedente del mundo de las pantallas.
Este deseo de conocer, de explorar, necesita de un clima de silencio, de detenimiento, de pausa que hoy en el mundo infantil escasea. Un clima reposado que se ha de reconstruir para dar paso a la capacidad de maravillarse ante la vida. Y, si es así, en la calma, ya desde bebés, los niños se hacen preguntas fundamentales sobre el universo.
Un universo que, para Chesterton, citado por L’Ecuyer, aparece ante sus ojos como algo inmenso e inusitado que debe ser entendido, auscultado. Cada día este niño, que vive atónito ante el mundo, descubre aspectos nuevos. A diario este niño contempla, a veces absorto, a veces ensimismado, siempre muy atento, una realidad que se estrena cada día.
Señala L’Ecuyer que nos equivocaríamos si pensáramos que el asombro es una emoción, o únicamente curiosidad. No. El asombro, la capacidad de asombrarse, es un deseo de conocer sin dar nada por supuesto, es el darse cuenta de que una cosa “es”, por el mero hecho de “ser”.
El asombro es una conciencia basada en la realidad que percibe el mundo como un don y, en esa medida, el modo de entender la realidad se llena de gratitud, humildad y sencillez.
No a la sobreestimulación
Si existe un acercamiento al mundo contrario al sentido del asombro es el aprendizaje entendido como un bombardeo de información procedente de la misma realidad cuando esta es presentada con velocidad y estridencia. O procedente de unas pantallas que creen que más es mejor: que más información, datos, números, fichas, testimonios o noticias suponen una mejora educativa; esa actitud confunde información con conocimiento.
La información, al contrario del conocimiento, es descontextualizada. La información solo se convierte en conocimiento cuando el ritmo de aprendizaje es natural, adecuado a la edad y el niño lo hace suyo de forma ordenada, en un ambiente preparado para él, contextualizado.
Los estímulos deben estar a la altura de unos cerebros en desarrollo que necesitan unas cantidades progresivas y equilibradas de sonidos, palabras, sonrisas, objetos, miradas: no un aluvión de datos sin hilo narrativo coherente.
Ante la sobresaturación de imágenes y sonidos el sentido del asombro queda aniquilado, el paladar de la percepción estragado, fundido el sentido de la maravilla y la sorpresa ante cada minúsculo detalle. El bombardeo de realidad se convierte en ruido. El niño no necesita un adiestramiento sobredimensionado que llene su cabeza de confusión.
L’Ecuyer señala que el bombardeo sensorial de las pantallas (televisión, videos, móviles, tabletas), ejemplificado en productos como Baby Einstein (videos para niños desde los primeros años de vida), no son más que embudos que aspiran a acelerar unos procesos de aprendizaje cuando en realidad están desplegando un negocio que apaga en sus almas el sentido del asombro.
La belleza y el silencio
El niño no quiere aceleración sensorial sino contemplar la belleza que alumbra la realidad. Descubrir la realidad en un ritmo cotidiano: la vida, las conductas, las expresiones y las miradas para poner tres ejemplos sencillos. L’Ecuyer dice en una frase clara y concisa que el entorno bello suscita asombro y facilita el aprendizaje. Y ahí emerge la necesidad de silencio para que todo el ruido del bombardeo mediático enmudezca y solo se oiga la verdad luminosa que cubre la realidad.
El apego
El niño no llegará solo, llegará desde la mirada del educador que lo acompaña, que le sitúa ante estas citas con la verdad en una atmósfera de cuidado, sosiego, con palabras y dedos índices que señalan, que apuntan hacia realidades que hablan con una voz muy baja. Necesita un principal cuidador, dicho brevemente, que actúa como base de exploración, proporcionándole un apego seguro que le capacite para prosperar. Solo de ese modo el niño se adentra en mundos nuevos, sugerentes.
Atención
La atención duradera y sostenida es el canal fundamental para ver la realidad con la capacidad de maravillarse ante cada detalle. Desde una atención focalizada se ve de verdad cada aspecto, sensorialmente y mentalmente, de la realidad.
Una atmósfera de silencio, donde exista confianza, se adecúe al ritmo del niño y se disponga del material apropiado, facilitará la atención sostenida. En el otro extremo está la saturación de los sentidos, el ritmo estridente de las pantallas, que convierten el entorno diario, tras el visionado de los dibujos de Bob Esponja, por ejemplo, en algo aburrido e irrelevante.
El asombro se apaga, la atención saturada ya no es capaz de captar la belleza de lo pequeño. La atención se hace artificial y ya solo es provocada desde fuera, atención involuntaria, y no emerge desde dentro, atención espontánea.
Inocencia
La inocencia de un niño debe ser preservada, su mirada debe mantenerse pura, su capacidad de avanzar desde la conciencia de que el misterio está detrás de todo debe ser mantenida. No se trata de precipitar los pasos para descubrir cada día novedades agitadamente.
El papel de los padres y las maestras es poner la realidad ante ellos para que la tomen maravillados y se pregunten porque las cosas son como son y no de otra forma.
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