Como la naturaleza humana está marcada por el pecado, sucede que nos sentimos traicionados o rechazados por las personas que más nos importan, cuando no lo esperábamos en absoluto.
Eso causa a menudo grandes sufrimientos asociados a una profunda sensación de soledad.
Precisamente en esos momentos, Jesús quiere darnos un mensaje de amor, y un pasaje del Evangelio según san Juan puede darnos alivio y consuelo.
Un amor infinito
En sí misma, la escena que sigue no incita necesariamente a la meditación; a mirarla más de cerca. Sin embargo, está llena de enseñanzas, ya que habla del momento en que "el discípulo al que Jesús amaba" se reclina muy cerca de Jesús.
Uno de ellos –el discípulo al que Jesús amaba– estaba reclinado muy cerca de Jesús. […] Él se recostó sobre el pecho de Jesús.
Esta escena probablemente fue muy breve y, sin embargo, hay mucho que decir.
En primer lugar se puede notar el hecho de que el discípulo que Jesús amaba no es nombrado. Aunque comúnmente se suele decir que es Juan, esto no se dice explícitamente.
De esta manera, este discípulo puede ser encarnado por cada uno de nosotros, pues cada uno es profundamente amado por Dios.
Cuando se manifestó a santa Margarita María Alacoque para revelarle su Sagrado Corazón, Jesús le habló de su amor desbordante por la humanidad:
"Mi Divino Corazón, está tan apasionado de Amor a los hombres que, no pudiendo contener en él las llamas de su ardiente caridad, es menester que las derrame valiéndose de ti".
Aunque no siempre somos conscientes de ello, el amor de Dios por nosotros es infinitamente mayor que cualquier cosa que podamos imaginar.
En el Evangelio, el discípulo coloca su cabeza contra el corazón de Jesús, como un niño que se refugia en los brazos de sus padres. Esto es precisamente lo que el Señor nos invita a hacer, como atestiguan las palabras de santa Margarita:
"El Señor me hizo reposar por muy largo tiempo sobre su pecho divino, en el cual me descubrió todas las maravillas de su amor".
Este pasaje puede meditarse incluso después de haber hecho la comunión. De hecho, después de haber recibido la hostia en nuestro cuerpo, podemos experimentar el corazón a corazón con Dios aún más fuerte de lo habitual, podemos recordar que el Señor nos invita a descansar en Él con todo nuestro ser.
No estamos nunca solos, en este mundo, incluso cuando tenemos la impresión de haber sido abandonados. Jesús se sintió abandonado en la cruz y conoce este sentimiento, pero Él nunca nos abandona.
Él invita a cada uno a la mesa de su Reino; nos invita a poner nuestra cabeza en su corazón para sentir ese río de amor, esa caridad incandescente.
El amor de Dios es mayor que cualquier cosa, y entonces hay que recurrir a esa fuente, a ese corazón sagrado que nos ama tanto y que solo nos pide que descansemos en él.