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¿Cómo amar más y mejor?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 09/06/20

Hay más alegría en dar que en recibir, en entregar la vida sin esperar ni exigir, pero sólo Dios hace posible el verdadero amor

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Un amor que se comunica y se entrega, no se guarda. Dice la Biblia:

«Tanto amó Dios al mundo».

Dios me ama con un amor infinito. Un amor tan grande que acepta incluso el rechazo y la muerte.

Pienso en los amores humanos que conozco. Quisiera que se parecieran a un amor así. He visto algunos amores que sí reflejan ese amor trinitario. Amores casi perfectos que han reflejado en mi vida ese amor de Dios Trino.

Son un reflejo humano de su amor infinito. Me gustaría que mi forma de amar fuera tan grande. Sor Verónica, fundadora de Iesu Comunio, decía:

«Una carmelita muere a los 26 años. La víspera escribió: – A la luz de lo eterno se ven las cosas en su verdad. Todo lo que no ha sido hecho con Dios está vacío. Marcad todo con el sello del amor. Cada minuto es para enraizarnos en Dios. Esta intimidad con Él en el santuario de mi corazón ha iluminado mi vida. Es lo que me sostiene en medio de mi sufrimiento. Él está en mí. Todo pasa. En la tarde de la vida sólo queda el amor. Quien mira la vida con amor no muere».

Me gusta esa mirada sobre la vida. Cuando llegue el final de mi vida lo que quedará será el amor. No mis grandes gestas profesionales. Ni el dinero conseguido. Ni los títulos, ni las conquistas. Sólo quedará el amor humilde entregado.

¿Cómo es el verdadero amor?

Ese amor derramado es lo que me sostiene. Quedará la marca de mi amor en medio de los hombres. Un amor sacrificado, no un amor que se busca a sí mismo de forma enfermiza.

El amor trinitario se entrega, no se queda encerrado en sí mismo. El amor generoso siempre se multiplica, no se pierde.

Cuando amo en verdad mi amor saca lo mejor de los demás. Puedo amar a más personas y el amor no se divide, se hace más grande, más hondo.

El amor de Dios Trino es un amor que me enseña a amar. Hay tanta inmadurez en el amor… Hay tan pocas personas que amen de forma generosa. Hasta el extremo. Sin ponerse en el centro.

Cuando sólo me busco a mí en las relaciones pretendo que todos giren en torno a mis necesidades y deseos. Y cuando no lo hacen me lleno de críticas y quejas.

Le exijo más a la vida y siempre me pregunto cuántas cosas más pueden darme, cuánto amor me falta. Sólo cuando lo obtengo soy feliz.

Pero en cuanto me fallan y siento que yo estoy amando más, entro en crisis. Me rebelo contra lo que considero injusto. No me importa que me amen más. Me preocupa estar amando yo más. Un amor así no es el amor de Dios.

La fuente que te permite amar

Hoy miro a Dios Trino. Me siento tan pequeño, tan hijo… Quisiera reflejar ese amor del Dios Trino. Imploro que venga a mí el Espíritu Santo para poder volver a nacer. Amar con el amor de Dios es lo único que deseo. Comenta el padre José Kentenich citando a san Francisco de Sales:

«Como el cuerpo ha sido creado para el alma, así lo ha sido el alma para el amor. Dios, que ha creado al hombre a su imagen y semejanza, quiere que, como en Él, también en el hombre suceda todo por amor y para el amor«.

Soy un mendigo de amor. Se me olvida que Dios también necesita mi amor. Él es mendigo. Pero vive amándome sin esperar nada. Sólo aguarda ante mi puerta cerrada.

Quisiera vivir en Él para poder amar desde su corazón. Sólo Él puede enseñarme una forma adecuada de amar. Cuando dejo de mirarme a mí mismo en la entrega, cuando no vivo reservándome por miedo a perder.

Soy tan mezquino, tan egoísta en mi forma de darme… Miro a ese Dios que es familia. Un amor que no se pierde. Llega a todos. No escatima. No espera a recibir antes de dar. Un amor asimétrico que no sueña con la simetría. Simplemente se da.

Hay más alegría en dar que en recibir, aunque crea a veces que es justo al revés. Me equivoco. Hay más alegría al entregar mi vida sin esperar antes a ser amado.

He sido creado para amar. Y el amor que recibo es el que me hace amar con generosidad.

Cuando recibo rechazo y desprecio me cuesta más amar a mi prójimo. Vivo herido. Pero en mi herida, en mi fragilidad, estoy llamado a ser el reflejo humano del amor trinitario. Eso me sostiene.

No soy un organizador de eventos, no soy un salvador. Sólo soy un sanador herido. Un amante amado. Un enamorado necesitado de amor.

Un soñador insaciable. Un hacedor de puentes. Un pacificador de almas. Un liberador de miedos. Un alentador de sueños imposibles.

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