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Carlos Padilla Esteban - publicado el 08/06/20

Siempre puedo hacer algo incluso desde mi inacción...

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Hacer o no hacer. Actuar o permanecer inactivo. Dar un paso o quedarme quieto. Amar o ser indiferente. Buscar o darlo todo por perdido. Luchar o darme por vencido. Volver a empezar o permanecer derrotado.

Siempre se presentan ante mí dos opciones claras y posibles. Puedo elegir. Puedo hacer algo o dejarlo sin hacer. El otro día leía:

«Sólo hay una cosa que cansa a los hombres: la vacilación, la incertidumbre. Cualquier acción libera nuestro ánimo, incluso la peor resulta mejor que la inacción».

Cualquier acción me libera, me da esperanza, me saca del letargo. No quiero permanecer quieto sin hacer nada mientras el tiempo se me escapa de las manos.

Tengo ante mí la posibilidad de ponerme en camino o permanecer donde estoy sin avanzar un metro. La opción de reflexionar sobre mi vida y sacar consecuencias o dejar que las cosas pasen sin apenas rozar mi alma.

Este tiempo de pandemia me obliga a quedarme quieto, o a permanecer activo. Depende de lo que yo elija. Siempre puedo hacer algo incluso desde mi inacción.

MIESZANE UCZUCIA
Nathan Dumlao/Unsplash | CC0

¿Qué quiere Dios que haga?

Miro al crucifijo como hacía Felipe Neri, un santo italiano. En un momento de su vida se pregunta qué quiere Dios que haga.

Él tiene su proyecto y sueña con las misiones de los Jesuitas en la India. Pero parece que todo se tuerce y no es posible. Y se van abriendo otras puertas. Parece que lo que Dios quiere es que siga en Roma.

Con los años se convierte en un santo alegre y pobre de Roma que cuida de los más pobres, de los niños de la calle, de los vagabundos.

Al final de su vida, cuando le ofrece el Papa el cardenalato, él lo rechaza y sólo exclama: «Prefiero el paraíso». No quiere honores ni privilegios inmerecidos. Él no ha hecho nada.

Sólo ha descubierto lo que Dios quiere de Él y se ha puesto en marcha. Y ha sido feliz en la simplicidad de su propia vida.

Su proyecto tan humano de ser un misionero en tierras lejanas se desvanece. Y Dios le muestra el camino de su felicidad, de su santidad. Es un camino sencillo y pobre.

La Iglesia en un momento dado le exige reglas y normas para el oratorio que ha fundado para los jóvenes de la calle y él responde: «Yo no sé de reglas. Yo sólo sé amar a estos jóvenes». Sólo tiene una regla, la caridad.

Me gusta este santo de la sonrisa y la simplicidad, de la vida entregada de forma humilde. Un enamorado de Dios que lucha cada día por reconocer los pasos que tiene que dar. Él sólo sabe amar. Y así de grande es su corazón.

Paso a paso

Me gusta pensar que Dios me quiere para hacer cosas simples y pobres. No quiero aparecer en los libros de historia. Ni tener en mi haber grandes conquistas o grandes milagros.

Pero sí quiero ponerme en camino y buscar siempre la voluntad de Dios con pasos pequeños, con manos vacías. ¿Qué me pide Dios en cada momento de mi vida?

prayING
Shutterstock

¿Cómo puedo escuchar su voz hoy en medio de este tiempo revuelto y lleno de miedos?

Quisiera escuchar la voz de Dios dentro de mi alma. Me ama con locura. Yo tengo una tarea que Dios me ha confiado. A veces no coincide mi proyecto con el de Dios.

Tengo pretensiones tan humanas… ¿Qué busco? A menudo mi gloria, mi éxito, mi paz, mi alegría. Y me olvido de lo que Dios desea.

¿De verdad estoy haciendo con mi vida lo que Él quiere? Me lo pregunto. Pongo mi oído en su corazón. Quiero oír su latido.

Me detengo en el silencio a pensar, a buscar su abrazo, su mano tomando el timón de mi barca. No quiero títulos humanos, ni glorias pasajeras. Quiero ser suyo y reflejar su rostro. Quiero ser su fuego y su luz.

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