Si queremos cumplir nuestros deseos, no podemos evitar volver a ser niños, es decir, recuperar esa parte más simple de nosotros, capaz de mirar lo esencial…
Cuando atravesamos períodos de ansiedad, cuando nos enfrentamos a situaciones complicadas, de las cuales no sabemos cómo salir, sentimos que caemos en un abismo sin fin.
Es el abismo de la incertidumbre. Es el miedo de no poder controlar los eventos de nuestra vida, de que nadie nos escuche o la incapacidad de regresar a lo que parece imposible.
La imagen de este abismo llega a nuestras vidas tarde o temprano, pues a todos nos suceden cosas que no planeamos y ante las cuáles no sabemos cómo reaccionar.
Nos es difícil sentirnos a la altura de las situaciones que enfrentamos. Es en estos momentos donde el Señor desciende para alcanzarnos y sacarnos.
En esta experiencia nos podemos identificar con Zaqueo, un recaudador de impuestos, un pecador.
Él es considerado públicamente impuro debido a su trabajo, que lo pone en contacto no solo con el dinero, sino con el dinero recaudado en nombre de los paganos.
Obviamente, esta función social también implicaba un comportamiento deplorable hacia sus conciudadanos: explotar y robar.
De hecho, el Evangelio nos dice que Zaqueo es el “jefe de los recaudadores de impuestos”, como para darnos a entender que es el peor de los malos, una forma de hacer que su peso sea enorme e imperdonable.
Él quería ver
Sin embargo, por irreparable que sea nuestra perdición y nuestro abismo, el deseo de ver a Jesús nunca desaparece del corazón del hombre.
De alguna manera, Zaqueo reconoce que es ciego y no ve una salida a su situación. Ser ciego también significa vivir una soledad profunda. Zaqueo se siente aislado.
Con su comportamiento, con sus elecciones, se negó al encuentro con los demás. Probablemente no se siente amado o reconocido.
Ese impulso que lo lleva a tratar de ver a Jesús probablemente proviene de su necesidad de conocer a alguien que lo mire, alguien que lo reconozca, alguien que lo ayude a salir del aislamiento al que se condenó.
La realidad
Zaqueo nos enseña que incluso cuando tenemos un gran deseo que nos impulsa, todavía tenemos que lidiar con la realidad: Zaqueo es bajo.
Tal vez esta alusión no sea solo una referencia física, sino que probablemente diga algo sobre su condición humana. La realidad a veces representa un obstáculo para la realización de nuestros deseos.
Hay otros antes que él, frente a él, otros que han llegado antes, otros que no tienen intención de dejarle espacio.
Ante estos obstáculos, Zaqueo podría haberse desanimado, haber renunciado a su deseo. Incluso se hubiera podido justificar. No fue del todo culpa suya que no hubiera podido ver a Jesús.
La vida siempre nos ofrece una excusa para renunciar a nuestros deseos.
Deseo y audacia
Sin embargo, si el deseo es auténtico, se convierte en audacia y encuentra formas creativas. Zaqueo trepa a un árbol, al igual que los niños. Es algo ridículo. Se expone a sí mismo.
Y, de hecho, si queremos cumplir nuestros deseos, no podemos evitar volver a ser niños, es decir, recuperar esa parte más simple de nosotros, capaz de mirar lo esencial.
Los deseos se extinguen cuando se enredan con motivos cerebrales y razonamientos complejos.
Zaqueo solo quiere ver a Jesús, todavía no cree que realmente lo pueda ver pues no se reconoce a sí mismo digno de encontrarse en la mirada de Jesús.
También en este caso, podemos reconocer la dinámica de nuestro deseo: no nos atrevemos a desear.
Pero no hay que olvidarnos que antes de nuestro deseo, existe el deseo de Jesús, que siempre viene hacia nosotros y nos empuja a dar otro paso.
El perdón que te mueve a avanzar
Finalmente, las miradas se cruzan. Y en esa mirada de Jesús, Zaqueo no encuentra un reproche como quizás esperaba y como la gente esperaba. En esa mirada encuentra acogida y perdón.
Jesús vuelve a incluir a Zaqueo. Le pide que entrar en su casa. Ahora Zaqueo ve a Jesús, lo ven como un hombre. El perdón ha ocurrido y es totalmente gratuito.
Precisamente porque Zaqueo ahora ve quién es Jesús, quiere imitarlo. Zaqueo no estaba obligado a ninguna restitución porque no lo habían pillado con las manos en la masa.
Sin embargo, elige libremente no solo regresar lo que había robado sino dar más. La gratuidad de lo recibido lo mueve a hacer lo mismo.
Zaqueo, por lo tanto, no solo es el hombre del deseo, sino que también es el hombre de los pasos concretos. Y para dar estos pasos, Zaqueo mira su realidad.
Comienza con lo que está experimentando en ese momento: para él, su camino de la conversión no puede dejar de comenzar con las mismas personas de las que había abusado.
Es allí, en su situación actual, donde encuentra la manera de reanudar su viaje con Jesús.