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Un cuento para explicar a los niños el mundo con coronavirus

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La maestra del cuento...

Blanca de Ugarte - publicado el 26/05/20

"El saludo del amor" es el título del cuento escrito por una maestra para que sus alumnos de infantil entiendan por qué deben ponerse la mascarilla y no dar besos a quienes más quieren
María Merino Martínez de Pinillos, es tutora de 27 alumnos de Educación Infantil. Hace ya más de dos meses que no ve a sus “peques” en el colegio Montpellier de Madrid donde trabaja.
En ellos pensó cuando decidió escribir un cuento para que los niños “puedan entender un poco más todo lo que está ocurriendo a nuestro alrededor”.
Está escrito con un lenguaje cercano y logra así explicar a los niños la importancia de respetar las medidas de seguridad como la mascarilla y el distanciamiento social. Para ello, propone un saludo, el del corazón.
La autora y la Fundación Educativa Franciscanas de Montpellier han querido compartir con los lectores de Aleteia esta historia que seguro que gusta a los más pequeños. 

El saludo del amor

Había una vez un planeta llamado Tierra, en el que todos sus habitantes trabajaban sin parar.

Los mayores, que estaban inmersos en su mundo, no valoraban que cada día podía ser diferente y maravilloso. Los niños, un poco más concienciados de esto, se miraban en el espejo de sus padres sin parar de observar y sonreír…

Un día, un virus decidió llegar a ese lugar y quiso cambiar muchas cosas del modo de vida. 

Este virus odiaba que la gente se quisiera y, menos aún, que demostrara su AMOR a los demás. Así que encerró a todas las personas en su casa. Ese era su mayor objetivo: así no habría ninguna muestra de AMOR. No se podía ir a trabajar a ningún lugar, pues era el espacio apropiado para ayudar a los demás. No se podía quedar con los amigos, puesto que escuchar y consolar a los que te necesitan estaba prohibido. No se podía abrazar a los abuelos, ni darles muestras de cariño.

Como en todos los cuentos, empezaron a aparecer superhéroes. Los primeros, fueron las personas que tuvieron que salir a trabajar. Lo hicieron con unas condiciones especiales, prometiendo al virus que el amor no saldría de su cuerpo ni de sus manos.

Así que decidieron ponerse unos trajes especiales anti-abrazos y anti-mimos y unas mascarillas anti-besos. Poco a poco, estos héroes comenzaron su batalla contra el virus. Hubo otros superhéroes que se quedaron en sus casas. Fueron todos los papás y mamás que, además de trabajar desde allí, prometieron a los profes que seguirían con su misión. Y, día tras día, se ponían la bata de maestro y organizaban y daban clase a los más pequeños. Mientras tanto, los profes en sus casas mandaban sus superpoderes en vídeos, juegos, canciones y trabajos, para que sus alumnos siguieran conociendo lo maravilloso que es aprender.

Otros héroes que se reconocieron fueron todos los abuelitos y abuelitas; aunque ellos ya tenían su capa, pues se la habían ganado a pulso, tuvieron un reconocimiento especial de todos los ciudadanos. Puesto que eran las personas que más AMOR repartían en el mundo.

Y, poco a poco, todo el mundo fue acostumbrándose a engañar al virus, a ese virus que no quería que en ninguna parte reinara el AMOR.

Fue una batalla lenta, larga y difícil, en la que muchos en primera línea de combate pasaron momentos muy duros; solo les ayudaba a seguir luchando una palabra: el AMOR.

Las familias peleaban contra el virus de una manera divertida: cocinando, bailando, jugando, cantando, haciendo deporte en casa, trabajando juntos… Cuantas más cosas hicieran unidos, más AMOR obtendrían, y así el virus se destruiría poco a poco.

Y así pasaron los meses.

El virus fue debilitándose cada vez más, y el AMOR fue creciendo en aquel planeta. Un día, el virus se vio acorralado y decidió no atacar directamente a las personas, siempre y cuando hubiera una condición. Las muestras de AMOR no podrían existir, o volvería rápidamente. Los ciudadanos, muy tristes, aceptaron esta condición sabiendo que el AMOR siempre reinaría y, ahora, más que nunca. Lo único que tuvieron que hacer era inventarse formas ¡o disfrazarlo para que el virus no lo detectara!

Y dicho y hecho: todos los ciudadanos decidieron salir con una mascarilla anti-besos, porque los verdaderos besos se dan con el corazón.

En vez de tocar o acariciar a las personas, decidieron pronunciar palabras bonitas sobre ellas.

Y los niños, deseosos de ver a sus amigos, inventaron un saludo para no olvidar nunca lo que había ocurrido. ¿¿Y sabéis cuál era ese saludo?? Pues nunca lo sabremos, ya que fue el secreto mejor guardado. 

¿¿Y ahora quieres descubrir cuál será el nuestro??

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