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La caricia de Juan Pablo II a un niño que le cambiaría la vida para siempre

FRANCESCO CHIARINI

Gentileza don Francesco Chiarini

Ary Waldir Ramos Díaz - publicado el 14/05/20

100 aniversario del nacimiento de San Juan Pablo II: 18 de mayo de 2020

Entrevistamos a Francesco Chiarini, 39 años, sacerdote del Camino Neocatecumenal, de la diócesis de Fermo, Italia. Chiarini considera que su vocación está relacionada a un encuentro inesperado con san Juan Pablo II cuando apenas tenía 8 años de edad y el Papa polaco visitó a su pueblo natal.

Era el día 30 de diciembre de 1988, el papa Juan Pablo II, 67 años, venía del cielo, literalmente, bajó de un helicóptero y vestía una capa roja. Una multitud alegre festejaba su visita apostólica. Kiko Argüello, 48 años, iniciador del Camino Neocatecumenal, acompañó al Pontífice hasta la entrada del Centro Internacional para la Evangelización de Porto San Giorgio, ubicado en Las Marcas, centro de Italia.

Entre la multitud, empuñando una banderita del Vaticano, un niño italiano corre junto a su hermano para ver al Sucesor de Pedro. Les ataja una barrera metálica. Parecía imposible, pero, el futuro papa santo notó especialmente al mayor de los hermanos; se detuvo ante el niño bajito, de ojos claros, sonriente, que estaba casi colgado de esa valla obstáculo.

El Papa vino a mí

“Nos saltamos la barrera. El Papa vino a mí, no sé porque no lo hizo igual con mi hermano que estaba al lado y me dio una caricia en el cachete, casi como una palmada amistosa y suave. Todavía hoy recuerdo su perfume”, dijo el hoy joven sacerdote, ordenado el segundo domingo de Pascua del año 2010, día de la fiesta de la Divina Misericordia, celebración proclamada por Juan Pablo II diez años antes.

Fue un momento especial. Ese pequeño sintió algo indescriptible en su corazón, comentó. “Mi párroco, ‘Don Enrico’, que se ve en la foto, unos días después preguntó a todos los niños del curso de preparación para la primera comunión que queríamos ser cuando fuéramos grandes. Yo sin dudar respondí: “¡Sacerdote!”.

Era el día de la Fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret del año 1988, Juan Pablo II celebró la misa y envió en misión a las primeras familias de ese Centro Internacional, las cuales se fueron después camino a las periferias más humildes en Asia y África. Pequeñas células de Evangelización acompañadas por un sacerdote.

Las vocaciones de la JMJ

El joven otra vez considera ser un sacerdote al escuchar las palabras de Juan Pablo II “¡Seguid a Jesús! No tengáis miedo de la «vida nueva» que Él os ofrece”. Chiarini tenía 17 años, cuando en agosto de 1997, participa junto a un grupo de jóvenes del Camino Neocatecumenal en la XII edición de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) a nivel internacional en París.

“Juan Pablo II amaba profundamente a Jesucristo, era un testigo de la oración, y esto le daba una libertad inmensa en todo: de decir las cosas a los jóvenes y de ser un joven con los jóvenes”, dijo Chiarini, también doctorado en 2015 en Teología Bíblica en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma y profesor del Instituto Teológico Marchigiano de Fermo, Italia, desde el año 2009.

En efecto, el pontificado incidió en la vida de millones de jóvenes. El Domingo de Ramos de 1986 tuvo lugar en Roma la primera JMJ, que contribuyó a atribuir a Karol Wojtyła el apodo de “el Papa de los jóvenes” y de las “vocaciones”, sea de familias que de consagrados y consagradas.

El amor, el sufrimiento y la Cruz

Chiarini supone otro signo revelador de su vocación cuando, sin saberlo, realizó su tesis de bachiller en teología sobre los escritos de un fraile español del siglo XVI, cumbre de la mística experimental cristiana, y que le inspiró abordar la gracia de la gratuidad del amor de Cristo.

Juan Pablo II obtuvo el doctorado en teología (1948) con una tesis sobre el tema de la fe en las obras de San Juan de la Cruz. Además, años antes, tras la dolorosa muerte de su padre, la lectura del santo poeta le regaló consuelo, al mismo tiempo quesu vocación creció admirando el sacrificio de los sacerdotes católicos en los campos de concentración nazi.

El sacerdote italiano también considera ‘la intimidad’ de la oración un nexo espiritual con Wojtyła que ponía cada decisión en manos de Dios, al mismo tiempo que le recuerda a su papá, quien falleció ya hace algún tiempo y, quien era muy devoto al santo polaco, y le rezaba para que a través de su intercesión el Señor protegiera a su familia, ayudara a los jóvenes que catequizaba y por su salud. El mensaje de papa Wojtyła afianzó la ‘unidad’ de la familia de Chiarini.

Juan Pablo II inspirador

“Dios me hace vivir la llamada, más sigo adelante como sacerdote, siento un vaciamiento (kénosis) de mí mismo, más confío plenamente en su amor, así aumenta mi capacidad de servicio y de estar con los jóvenes. Juan Pablo II amaba a Cristo, por eso las multitudes lo seguían. Siento un ‘amor gratuito’ que ‘yo no merezco’ pero todos los días, Dios me viene a buscar aunque si soy un pobre sacerdote. En la libertad, me siento elegido y consolado por Cristo”.

El sacerdote Chiarini asegura que ha recibido cien veces más de lo que ha dado. Así, para explicar este concepto, recuerda su participación en un campeonato de fútbol internacional amateur mientras realizaba sus estudios en un seminario en Taiwán. En el partido definitivo para la clasificación, anota el gol de la victoria y enseguida el portero adversario le rompe la pierna en dos (tibia y peroné) cegado por la derrota.

Antes de salir del campo adolorado, sintió la necesidad de cumplir un gesto, que afirma no venía de él, sino de Dios, antes de subirse a la camilla y ser llevado al hospital donde más tarde le practicarían una cirugía reconstructiva. Él tomó la mano del joven canadiense que le lesionó y mirándolo a los ojos le dijo: “¡Yo te perdono!”. “El joven era ateo, pero vino a visitarme al hospital, aunque si no sabía donde encontrarme hizo de todo para saludarme antes de la operación. El Señor me puso en la boca el perdón, a lo mejor, para salvar a este muchacho”, contó Chiarini.

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