Año 2020. Costa de Montevideo, capital de Uruguay. Mientras de fondo –a través de diversos medios de comunicación- solo escucho y percibo las “voces del coronavirus”, decido por un instante aislarme y mirar por la ventana.
Sí es cierto, puede variar el clima, el movimiento del agua, el colorido del paisaje, pero siempre está ahí. ¿Compañía?, ¿fuente de inspiración? No lo sé. Lo único que puedo afirmar con certeza es que con el paso del tiempo me sigue cautivando.
Me refiero, querido lector, nada más ni nada menos que al faro de la Isla de Flores, una magnánima construcción (pero muy diminuta ante mi mirada) que ha servido de auxilio a lo largo de las décadas a muchísimos navegantes que se animaban a lidiar con las temidas aguas del Río de la Plata (en especial el Banco Inglés), pero también ubicado en un sitio cargado de historias de inmigrantes, cuarentenas, esperanzas y dolor.
Es que la Isla de Flores –a poco más de 20 kilómetros de la costa y hasta con alguna versión histórica que indica que debe su nombre al hecho de haber sido descubierta durante la Pascua Florida- guarda el privilegio de ser reconocida como lugar de referencia tanto nacional como regional a la hora de frenar la expansión de enfermedades graves del Siglo XIX como la fiebre amarilla, el cólera, la viruela, peste bubónica, entre otras.
Cuando la epidemia del cólera empezó a atacar cada vez con mayor virulencia a Uruguay a partir de 1865 se decidió –en medio de la terrible emergencia sanitaria- proyectar lo que se conoce como Lazareto (hospital aislado donde se tratan enfermedades infecciosas), iniciativa ampliamente aplaudida a nivel internacional y saludada por su capacidad de control epidemiológico para aquella época.
Es debido a esto que las personas que en aquel tiempo anhelaban llegar a Uruguay –principalmente provenientes de países europeos como España, Italia o Francia- debían tener antes una estadía por la Isla de Flores: concepto mejor conocido como cuarentena.
Como consecuencia, también, además de Lazareto, en los tres islotes que conforman la Isla de Flores se desarrollaron espacios para inmigrantes (hotel), oficinas, sitios para desinfección de los pasajeros, así como o cementerio, capilla y horno crematorio.
No en vano, a un reciente trabajo de reconstrucción virtual se ha denominado “La Isla del Purgatorio”, pues para muchos significaba el paso previo al cumplimiento del sueño de poder empezar una nueva vida tras dejar atrás el sufrimiento en el lugar de origen. Aunque muchos otros nunca la dejaron.
Con el paso de los años, mientras la función de sitio de cuarentenas comenzó a decaer, la Isla de Flores también supo albergar a presos políticos y funcionó como cárcel. Luego el sitio fue cayendo en el olvido, la decadencia y solo visitado –además de su flora y fauna- por sus “guardianes”, sus fareros.
Actualmente, está vigente el denominado Proyecto Isla de Flores (PIF) a cargo del Instituto de Investigaciones Históricas y Sociales del Plata (IIHSP) con el fin de otorgarle vitalidad a la isla.
Pero también el lugar ha ingresado desde 2018 al Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP) bajo la categoría Parque Nacional, siendo un lugar que perfectamente podría atraer más al turismo.
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“Refugio” de María Auxiliadora
La Isla de Flores guarda otro curioso secreto, más allá de todo lo que podrían haber vivido muchos inmigrantes cuando la actividad se desarrollaba en toda su plenitud. El 6 de marzo de 2012 fue posible la colocación en la isla de una imagen –de tamaño natural- de María Auxiliadora, quien desde ese lugar protege y bendice a los navegantes del Río de la Plata.