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Un joven matrimonio solicita ayuda al consultorio de orientación familiar y matrimonial de Aleteia. Tienen serias desavenencias en torno a un aspecto que se había convertido en una fuente de frustración para ambos, y que ninguno de los dos se decidía a afrontar abiertamente: las relaciones sexuales.
En la charla, poco a poco fueron hilvanando la explicación de una disfunción de pareja, más común de lo que parece. Se habían casado con una noción equivocada. Confunden pasión con amor. Consideraban que su capacidad para ser felices era una cuestión de alcoba y su proyecto como pareja saldría por añadidura fortalecido.
Por ello, planearon retrasar la llegada de su primer hijo. Así tendrían mayor “libertad” e intimidad. Parecía un buen plan pero en su convivencia bajo un mismo tiempo no pintaban mucho los tiempos de intimidad. Cayeron en el hastío al no descubrirse mutuamente a través de la vivencia de virtudes del uno para el otro. Todavía no habían conquistado ese terreno.
Ante los contrastes de temperamento o la falta de verdadero carácter apelaban constantemente al uso del sexo, como la panacea para resolver sus diferencias, cada vez más intensas.
Finalmente, reconocen que no viven su sexualidad con libertad, sino con una cierta obligatoriedad o forma de fuga ante la pobre realidad de su relación como personas. Era así, pues se han tratado mutuamente como instrumentos, al convertir el acto sexual humano en algo meramente biológico, fisiológico y hasta banal. Y empezaron a hablar de separarse.
Por fortuna lograron ponerse de acuerdo en que necesitaban ayuda. Y acudieron a nosotros. Ya en consulta, la formación y la terapia partió del principio de hacerles reconocer la alteración de una profunda verdad en su relación de esposos.
El amor conyugal tiene por naturaleza una dinámica afectiva que abarca multitud de intereses, aficiones, inquietudes, éxitos, fracasos, alegrías, tristezas, etc. Además, ha de tener en cuenta contrastes y diferencias personales propias de su individualidad. Y en este escenario existe la posibilidad de la entrega de un amor que se abre y acepta a la otra persona como tal.
Así que, la mejor terapia consistió en dejarle tareas con propósitos concretos, que les ayudarán a rectificar su intención constantemente. Se trataba de que entraran en una dinámica de “yo te doy y tú me regresas”; “tú me das y yo te regreso”. Implica dar lo mejor de ellos mismos cualquiera que fuesen las circunstancias. Para ello debían aprender una nueva forma de comunicación para ponerse de acuerdo en crear nuevas formas de convivencia, que requirieran virtudes muy concretas en ambos.
Aprenderían, que, en esta nueva dinámica unitiva, las relaciones sexuales satisfactorias seguían siendo muy importantes, solo que ahora, reconociendo en ellas, la expresión fisiológica del amor en obras esmeradamente conquistado por ellos. De esta forma su vida sexual, al no estar en el primer plano, permitiría espacios de encuentros personales que hicieran posible refundar su amor, hasta la abnegación y sacrificio.
Así las cosas, la manifestación de su sexualidad adquiriría su mayor razón de bondad, en la que, por una verdadera intimidad, cumpliría uno de sus dos fines: reforzar su unión plena y total.
Dicho de otro modo, para “hacer el amor” de verdad, los cónyuges se donan al otro. El bien de la sexualidad y el placer mismo quedan referidos al bien de la persona amada. Porque no se entregan solo el placer. Se entrega la persona misma.
Como las relaciones sexuales en el matrimonio son por naturaleza unitivas y procreativas, significa que en un segundo fin de la intimidad por la que se otorga el don de la persona debían abrirse a la aceptación de otro mayor don: el hijo.
Gradualmente, mis consultantes lograron personalizar su amor y su sexualidad, por lo que comenzaron un proceso de sanación en donde convirtieron los sentimientos negativos en positivos, dejando atrás la intranquilidad y las fricciones.
Y tuvieron su primer hijo.
El amor propio, la angustia y cierto resentimiento se convirtieron en gozo y paz; la desconfianza engendrada dejó paso a la íntima confianza y la desesperación a la esperanza y la tristeza a la alegría.
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