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El «click» que te hace progresar en la vida espiritual

LITTLE GIRL

Di Happy Max - Shutterstock

Carlos Padilla Esteban - publicado el 05/05/20

Salir de uno mismo lleva a un amor más maduro

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Este tiempo que vivo me invita a superar mi tendencia al individualismo y al egoísmo, para adquirir una mirada más solidaria y corresponsable.

En medio de la fragilidad de la vida que vivo me encuentro lleno de mis miedos y egoísmos. Pienso en mí antes que en nadie. Recuerdo las palabras del padre José Kentenich:

«El progreso de nuestra vida espiritual consiste, entonces, en que coloquemos cada vez menos el acento en la propia satisfacción, en la propia felicidad».

Pero yo tengo puesto el acento en mí, en lo que yo quiero, necesito, me hace falta. Pienso en cómo me siento, qué me pasa, cómo me encuentro.

Hablo de lo que deseo, de lo que busco, de lo que anhelo. Mi yo tiene más fuerza que el nosotros, más fuerza que los demás que sufren la enfermedad o padecen en soledad junto a mí.

Para mí invento unas normas y unas exigencias. Pero a los demás les dicto otras normas más exigentes. Me resulta difícil cambiar los criterios que mandan en mi alma.

Tiendo al egoísmo, a pensar en mí, en mi mundo estrecho. Lo que a mí me afecta o a los míos tiene más relieve que lo que afecta al mundo.

¿Cómo se puede cambiar la mirada? ¿Cómo logro progresar en mi vida espiritual?

SCALA PARADISO
Public Domain

En el matrimonio pasa algo parecido. El amor inicial busca la propia felicidad, amando la vida del otro y deseando que sea feliz. Es la primera fase necesaria para dar un salto arriesgado lleno de confianza.

Pero el amor tiene que madurar, crecer, hacerse más hondo y puro. Cuando supero ese primer amor comienzo a pensar antes en el otro que en mí mismo. Añade el Padre Kentenich:

«Por la entrega a Dios, yo mismo llegaré a ser una personalidad plena, madura. El amor de benevolencia ama al otro por sí mismo, es decir, por el otro; y, cuando se trata del amor a Dios, ama a Dios por Dios mismo. Aquí en la tierra es imposible alcanzar el amor de benevolencia en su grado máximo».

Mi amor puede madurar. Puedo buscar la felicidad del otro más que la propia. Puedo pensar en los demás antes que en mí mismo.

Es un camino que puedo realizar cuando me entrego a Dios. Me abandono en sus manos y dejo que Jesús cambie mi corazón.

Mains ouvertes
Tonktiti - Shutterstock

Quiero pensar que mi amor a Dios hoy es más maduro que ese amor que conocí siendo joven. Quiero creer que mi forma de amar a las personas es menos interesada y egoísta.

Sólo quiero pensarlo, no sé si he llegado a acariciar ese amor maduro que deseo. No sé si pienso siempre en el otro antes que en mí.

Con frecuencia veo reacciones mías que me desalientan. Busco el reconocimiento de forma enfermiza. Me inquieta cómo me encuentro en todo momento.

Si estoy triste no puedo seguir amando con la misma fuerza. Si me privan de lo que más deseo me ofusco y pierdo la sonrisa de mis labios.

Descubro inmadureces que me hacen pensar que estoy de vuelta al comienzo del camino. ¿No ha cambiado nada en mi alma?

Ojalá este tiempo de crisis aumente la calidad de mi amor, la hondura, la madurez. Ojalá este tiempo, en el que me exigen una vida que no deseo, me enseñe a vivir una vida diferente. A tener una mirada más amplia, más honda.

Quiero que este tiempo de vida en intimidad con los míos me eduque, me haga más libre y maduro, y menos egoísta. Quiero no vivir pensando en mí.

¿Y si pierdo lo que tengo por amor a mi prójimo? ¿Soy capaz de renunciar a lo mío por amor? ¿Sé dejar de lado mis inclinaciones para amar a los míos con toda el alma?

Quiero pensar en los otros sin pensar en lo que estoy perdiendo. No quiero ser el centro, no quiero buscarme. Un amor generoso, altruista, abnegado.

Un amor de Dios en mí que me lleva a desear el bien de aquel al que amo antes que mi propio bien. Me hace alegrarme con las alegrías de los demás.

Y su tristeza provoca en mí una compasión profunda. Y me conmuevo. Y pienso que puedo hacer algo para cambiar su ánimo. Salgo de mí mismo. Venzo en mí ese amor primitivo que sólo desea ser amado y querido.

Decía la protagonista de Mujercitas: «Lo que me importa es ser amada». Y le responde su madre: «Pero eso no es lo mismo que amar».

Querer ser amado es un paso inicial, es lo que desea toda alma. Pero el salto de crecimiento se da en mí cuando pongo el acento en amar, en dar, en entregar la vida, en cuidar al otro. Ya no pienso tanto en mí.




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