Hay vida y luz para algunos en medio de la noche…
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El día de la resurrección de Jesús de entre los muertos no salió un muerto vivo de la tumba. No era un muerto que volvía a una vida breve para la muerte, como Lázaro. Ese día simplemente se rompieron la muerte y el odio en una batalla final.
Pero no era mi final. O al menos no es mi presente. En mí hoy la muerte parece tener tanta fuerza que supera la vida. Y el odio, y el rencor tienen más poder que el amor.
Y los gritos son más hirientes que los silencios del justo. Y las palabras duelen cuando son lanzadas como dardos. En mí hoy hay oscuridad en el alma y palabras como egoísmo, desidia, olvido, desprecio, división siguen siendo poderosas.
En mi presente hay luces y sombras, como en otros presentes. No hay sólo luz. No hay sólo sombras. Todo depende de mi mirada.
Unos ojos pueden observar la misma realidad. Pero no la interpretan de la misma forma. Unos ojos ven odio detrás del silencio. Otros ven esperanza detrás de unos gritos rebeldes.
Hay vida y luz para algunos en medio de la noche. Y otros en pleno día no vislumbran ese rayo que se abre paso al ser corrida la losa del sepulcro.
Una mirada ve un sepulcro vacío y grita vida y corre llena de alegría. Otra mirada ve el mismo sepulcro, los mismos paños tirados, no encuentra el cuerpo y teme que lo han robado. Otra mirada imagina a unos ladrones que esconden el cuerpo de Jesús para decir que vive.
La mirada interpreta la realidad. Un disparo en la noche es presagio de muerte para algunos. Y para otros simplemente es la señal convenida.
Ese día la piedra saltó hecha pedazos sin explicación alguna y con ella la muerte quedó muerta. Pero muchos no quisieron verlo ni creer en una vida después de la muerte.
Lo que no puede ser no es posible. Lo que ha muerto no puede volver a morir. Pero tampoco puede volver a la vida. Y hoy sigo oliendo el olor de los muertos.
Y me sigue apestando el odio de muchos hombres. Y me pesa el mal que brilla más que el bien en medio de mi vida.
Todo depende de mi mirada. Si aprendiera a percibir en las tumbas abiertas una luz de vida poderosa que resucita muertos. Si aprendiera a tejer con mis hilos esperanzas en medio de las plazas. Si lograra sembrar vida en mis calles vacías. Si aprendiera a sonreír sabiendo que mi sonrisa puede hacer reír a muchos…
Es tanta la vida que se desprende de un sepulcro vacío. Es tan grande la esperanza tejida en apariciones. ¿Por qué no se apareció Jesús a los poderosos y a los influyentes?
Elige lo débil para confundir al fuerte. Elige el amor como lugar de encuentro. El primer amor. Mi primera Galilea. Y yo vuelvo allí a buscar su rostro. En mi Galilea. Como esos días en los que Jesús pasó amando a los suyos. Compartiendo la vida sencilla.
Vuelvo a mi Galilea. Mi primer encuentro con Él en mis caminos jóvenes. Mis primeras lágrimas fruto de la emoción. El primer sentido de mi vida, un camino. Unos pasos junto a los míos. Un silencio plagado de voces. Las mías, las suyas.
Un abrazo por la espalda. Una llamada. El sí a media voz, muy quedo. Y la vida ancha extendida más allá de mis propios límites, de mi mar angosto de Galilea.
Volver siempre al origen me deja verlo. O al menos sé que allí soy yo mismo, allí descanso como un niño lleno de vida y esperanza. Y creo que todo va a salir bien.
¿En medio de mis muertes? Sí, en medio de la oscuridad de la cueva por la que se deslizan mis manos, mis pies, mi cuerpo, mi alma. Y el gusto amargo de noticias que no mejoran el presente. Quizás sí el futuro.
Y la esperanza de una victoria sonada sobre la muerte. Si ya ha vencido Él, ¿por qué me preocupo tanto? Porque me ato a ese presente cotidiano que retengo con manos firmes.
No quiero que se me derrame la vida entre los dedos. La aprisiono agotando los minutos, las horas. No quiero que venza el dolor.
Quiero que la luz brote al ser corrida la losa. No está el cuerpo. Pero sí su voz traspasando los silencios. Su voz poderosa que pronuncia mi nombre, me explica las Escrituras, me habla del cielo, consuela mis dolores, mientras enjuga mis lágrimas.
Permanece su abrazo pegado a mi piel en una Pascua en la que no hay abrazos, ni encuentros fuera de mi casa. Y me dice que mi Galilea ahora es allí donde vivo.
Mi Galilea son los míos, los que amo, los que comparten mi encierro. Allí viene a aparecerse pronunciando muy quedo mi nombre sagrado. Y yo sonrío.
Porque sé que en algún lugar de un futuro incierto ya se ha descorrido la losa para siempre. Y se ha acabado allí de una vez para siempre ese extraño olor a muerte que hoy me habita. Y allí el amor brilla más. Como ahora en el fondo de mi alma.
Pero entonces, en ese lugar, ya será para siempre.
Hoy me quedo siendo yo testigo, luz, sonrisa de una vida que no me pertenece. Y salgo por las calles a voz en grito para que todos sepan. Porque parece que no lo saben.
Que Jesús está más vivo que nunca.
En los que siguen dando su vida por amor a otros. En los que sirven sin que nadie los vea. En los que aman en lo oculto cambiando el mundo.
En ellos se ha roto la piedra del sepulcro y brota una vida a raudales que conduce al cielo. Y yo sonrío porque sé que formo parte de ese sueño de Dios con el hombre. Él no me olvida.
Y yo tampoco olvido en esta Pascua la luz que brota de un sepulcro vacío. Vuelvo a Galilea. Allí me espera.