Cuánto se puede aprender en el confinamiento…
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
No es lo mismo hacer cosas que hacer cosas importantes. A lo mejor este tiempo detenido me ayuda a poner las cosas en perspectiva. Y quizás comienzo a ver que esas cosas pequeñas que hago en mi vida cotidiana son las realmente importantes.
Quisiera hacer muchas cosas más, cosas grandes. Salvar vidas, acompañar a los enfermos, sanar a muchos. Hay tanta gente sola…
Necesito aprender a valorar lo que tengo y no amargarme por lo que no poseo ni puedo hacer. Aprendo a mirar agradecido a mi familia, a mis hermanos, a mis padres. Son mis raíces sagradas que ahora beso agradecido.
Hay tantas personas sin hogar, sin familia, sin seres queridos… Pienso en los enfermos que no tienen a nadie o nadie puede verlos. Recuerdo conmovido a todos los que han muerto muchos de ellos angustiados en su soledad.
Te puede interesar:
Coronavirus: El Papa reza por ancianos aislados o en asilos
Pienso en los que pasan horas en los hospitales cuidando a otros, sirviendo con el alma rota, jugándose la vida. No descansan, no se quejan, no maldicen.
Cuidan y velan junto a los que sufren. Se sienten impotentes y quisieran poder salvar más vidas, poder acabar con esta enfermedad que tanto duele.
Pienso en la misión que yo tengo escondido entre mis cuatro paredes. Pienso que ese acto oculto mío de quedarme en casa está cambiando el mundo, aunque nadie lo vea, aunque nadie lo sepa.
No pienso sólo en mí. Pienso en los otros, en los vulnerables, en los más frágiles. Ese cambio de mirada lo transforma todo. William James decía:
“El gran descubrimiento de mi generación es que los seres humanos pueden cambiar sus vidas al cambiar sus actitudes mentales”.
Y eso es lo que espero. Me da miedo mi propio miedo y mi propia muerte. Me asusta ese miedo mío que me paraliza el alma. No quiero quedarme frío de repente y no sea capaz de llorar, de sufrir con el que sufre.
Es este un tiempo de llanto, de lágrimas, de dolor compartido, de abrazos espirituales que consuelan tanta angustia. Es también un tiempo de sonrisas por pantallas y de abrazos virtuales.
Cambio mi actitud. No quiero tener miedo a esta vida frágil que pende de un hilo. Confío en que todo pasará algún día y por eso ahora quiero vivir aprendiendo algo de todo lo que me sucede.
No quiero que quede como algo del pasado, ya olvidado. Me da miedo esa superficialidad mía. No quiero seguir caminando como si nada, como si no importara tanto sufrimiento, tantos números detrás de los cuales se ocultan vidas, historias santas.
Los días dejan huellas en mi alma y sé que no lo olvidaré tan fácilmente. Eso me da esperanza. Las heridas en la piel no cicatrizan de golpe, sólo lentamente, de dentro hacia fuera. Todo lleva su tiempo, pero no quiero dejar paso al olvido.
¡Cuántas cosas he aprendido en este tiempo! He aprendido el valor de un abrazo, lo que importa una mirada, la verdad de un beso.
He aprendido la necesidad de la piel, que acorta las distancias. El contacto con la vida, la fuerza de lo cotidiano. He aprendido a vivir la alegría de salir de casa y volver a mi hogar agradecido.
He aprendido a amar más y a odiar menos, la vida es corta. He aprendido a mitigar el dolor de otros con una palabra de esperanza y consuelo.
He aprendido a través de una pantalla a mirar con ojos profundos la soledad del alma. He aprendido a decir cosas sinceras que son las que importan y no cualquier cosa para salir del paso. He aprendido a hablar desde el corazón una y otra vez sin quedarme atado en superficialidades.
He aprendido a valorar el aire fresco en la mañana. He mantenido vivo el sueño de subir una montaña, de jugar en el río, de acariciar los bosques.
He aprendido a soñar con el viento contra mi cara, con comidas en el parque, con encuentros que se deslizan abriendo brecha en el muro de mi soledad.
He aprendido a decir te quiero sin que suene a falso. A echar de menos a los que no veo a no ser en una pantalla. He aprendido a obedecer normas que se me imponen coartando mi libertad sagrada. Esas normas que restringen mis pasos que pensaba tan libres.
He aprendido a acariciar al que sufre, a cuidar al débil, a pensar en el vulnerable. Al mismo tiempo he tocado mi vulnerabilidad, mi torpeza, mis límites, no soy perfecto. Y sé que no tengo el control sobre mi vida.
He visto que hay un Dios dentro de mi alma que me dice que me quiere con locura y que no me va a dejar. Va a venir a salvarme en esos momentos en los que pienso que todo está perdido.