Entrevista a Miquel Seguró sobre tomarse con filosofía la vida con el COVID-19
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
Los balcones de las casas italianas empezaron, y España siguió: “Tutto andrà bene”, o sea, “Todo irá bien”. Es el mensaje esperanzador en tiempos de Coronavirus. ¿Pero, es esto así? Preguntamos a un filósofo qué respuestas tenemos de los estoicos, de los clásicos y de la filosofía.
Miquel Seguró es profesor miembro de la Cátedra Ethos de la Universidad Ramon Llull (www.url.edu) y profesor de la Universitat Oberta de Catalunya (www.uoc.edu).
–Todo irá bien. ¿Esperanzador, o arriesgado?
–Miquel Seguró: Toda esperanza tiene algo de riesgo, de probabilidad de éxito del 50% o incluso menos. Así lo entiendo yo. Si no sería una expectativa.
La esperanza tiene un importante grado de incerteza, pero no de utopía. Eso sería algo más cercano a la ilusión, en su doble acepción. Tenemos la esperanza, por ejemplo, en encontrar pronto una vacuna. Y aquí lo esperanzador es que sea “pronto”, porque que la vacuna llegue diría que es más bien una expectativa. Hay más opciones, realísticas, de que se halle. Bueno, si he entendido bien a los científicos, claro.
Es evidente que “todo” ni va ni irá bien. Pero como necesidad antropológica, es muy importante que haya esperanza, y por ello que ni sea ilusoria ni sea vana, sin fundamentos que la respalden. No podemos vivir sin esperanza, así que nuestras esperanzas merecen que tengan visos de verdad.
–¿Qué nos dirían los estoicos, ante esta situación que vivimos?
–Miquel Seguró: El estoicismo nos invitaría a asumir la situación y el riesgo vital con la famosa “apatheia”, es decir, a adaptar los deseos al orden de las cosas que suceden para no sufrir en exceso.
Por eso se deben mantener a raya las pasiones excesivas que alteran de manera innecesaria el ánimo. El sabio es para los estoicos aquel que domina el arte de la apatía, que es la eliminación y mitigación de toda emoción y elemento indispensable para ser feliz, que consiste en ser impasible frente al mundo. Todo un arte, como ves. Y ya te aseguro que yo no me considero de los privilegiados que pueden decir que lo tienen.
–¿Cómo es posible tomarse lo que vivimos, confinamiento, muertes, inseguridad, miedo… con filosofía?
–Miquel Seguró: Pues aunque te pueda parecer paradójico, con estoicismo no. Cuando las cosas nos van a favor, queremos mantenerlas, y cuando no, transformarlas. No entendemos el cosmos como un orden necesario, sino modificable.
Para los estoicos, vivir conforme a la naturaleza es vivir conforme al plan necesario de la divinidad, alineado con la razón del mundo. Para nosotros lo “natural” y lo “racional” son motivos de discusión porque entendemos que el mundo es, también, la configuración mental que hacemos de él.
Y segundo, porque a nivel práctico tenemos otra noción del tiempo (vivimos en progreso y muy acelerados), del trabajo (laboramos en un neoliberalismo asfixiante), de las relaciones personales (desde Buber o Lévinas el sujeto no se entiende sin el “otro”) o de la ciencia y el conocimiento (la tecnificación de cualquier conocimiento es un hecho sin vuelta atrás).
Vivir con filosofía no es, a mi modo de ver, neutralizar las cosas. Al revés, es tratar de preguntarlas y cuestionarlas a fondo, y sobre todo hacerlo cuándo y de un modo pertinente. En este caso, si la filosofía es cuestionamiento radical, entonces me parece que algunas consideraciones que se han hecho en relación a la crisis del Covid19 desde una perspectiva filosófica son más programáticas que otra cosa. Como si se quisiera adaptar la propia tesis o las propias categorías a una realidad de la que ni siquiera los especialistas conocen su alcance.
La filosofía parte de un no-saber y tiene que mantenerse en un espacio de contención en relación a lo que se cree “saber”. No quiero decir con esto que no se tenga que cuestionar. Al revés. Pero sí que se deben cuestionar incluso los intentos de dar respuesta al cuestionamiento. Y cuestionar también la celeridad con que nos exigimos a nosotros mismos dar una respuesta explicativa de una situación extraordinaria y de recorrido imprevisible.
En definitiva, tomárselo con filosofía es preguntar por las cosas, asumiendo un no saber fundamental, y siendo muy prudente en la emisión de teorías o explicaciones del fenómeno. No pasa nada por decir “no lo sé”. Al revés, forma parte de la experiencia filosófica.
–¿Qué recomendaría releer, de la lectura de los clásicos, en este momento de pandemia mundial?
–Miquel Seguró: Los clásicos siempre dan que pensar. Y no solamente de la filosofía. También de la literatura, de la psicología o de las ciencias, sean sociales o puras.
Pero sí, me atrevería a proponer dos libros: uno de la literatura del siglo XX, ya en circulación desde hace unos días: “La Peste”, de Albert Camus.
Te puede interesar:
Camus, La peste y el hogar del hombre
Y no por la historia en si, si no por la gran fenomenología y disparidad axiológica que el libro permite pensar. Los personajes reaccionan de un modo inmediato y lo hacen de manera espontanea en un momento de estrés máximo. Así, cada cual saca lo mejor y lo peor de si mismo en situaciones límite (por expresarlo como Jaspers hace en sus textos). Es la ambigüedad humana (por mentar ahora a Lluís Duch) en su máxima expresión, más ambigua aun cuando se la pone en tensión.
Y el segundo sería otro clásico, en este caso de la psicología: “El hombre en busca de sentido”, de Viktor Frankl. Superviviente de los campos de la muerte nazis, fundó y fundamentó la logoterapia, la tercera escuela vienesa de psicoterapia. Básicamente sostiene que la voluntad de sentido es una dimensión psicológica primaria en la vida anímica del hombre y que, por lo tanto, hay que darle recorrido.
Hay respuestas que ni la ciencia, ni la economía, ni la tecnología pueden ofrecer, y la del sentido es una de ellas. Elaborar esta necesidad antropológica de un vector al recorrido existencial y vital a todas las experiencias por las que transmitamos es algo que cada ser humano puede y debe hacer. De hecho, el propio testimonio de Frankl, como superviviente de Auschwitz o Dachau, puede ayudar en la empresa. Aunque creo que tampoco deberíamos ser ingenuos y obviar que hay trances que permiten darle poco o directamente ningún sentido al devenir.
–Entonces, ¿todo irá bien?
–Miquel Seguró: Bueno, entiendo que la frase busca generar calma, cierta dosis de confianza y cohesión en un momento muy delicado para todos y a muchos niveles. Pero más allá de esto, es una constatación de que el contexto nos pone en serios aprietos.
Estamos en medio de una pandemia de un alcance como hacía mucho que no se veía. Así que no se trata de una situación ni ordinaria ni previsible. Se trata de minimizar, de que no vayan a peor las cosas, primero; de que se estabilicen, segundo; y de que se reviertan, tercero.
Me parece importante insistir en estos puntos, precisamente: no es una situación ordinaria, así que las experiencias que tenemos para hacer frente a esas situaciones no valen; y no es previsible, así que hay que comenzar a explicitar la incerteza, no ya solo de la situación, si no de la vida como tal, que se concreta en situaciones del todo insospechadas. Algo muy difícil para nuestra sociedad del control.
Y pienso en concreto en la crisis económica que ya asoma. Claro, no soy economista, pero imagino que la crisis de demanda que tenemos (no hay el consumo que de ordinario tendríamos), a la que también se le sumaría la de oferta (no se produce hoy lo que se debería consumir mañana), genera un escenario ante el cual no valen soluciones de otras crisis de demanda u oferta. Aunque el problema sea el mismo, las causas que lo ocasionan no. ¿Cómo se neutraliza una causa que solo se contemplaba solo en las distopías de ficción?
Aun así, hay que esperar que todo vaya bien, tras encontrar los fármacos y la vacuna que ayuden a controlar los efectos del virus, claro.